Marzo 2007 • Año VI
#16
Sala de lectura

La regla del juego

De Bernard-Henri Lévy – Jacques-Alain Miller (compiladores)

Carla Rojo Martinucci

Editorial Gredos, Colección ELP, Madrid, 2008.

A Josef Stalin, paladín del totalitarismo de estado y la regulación centralizada, le gustaba decir que al final siempre es la muerte la que gana la partida. En un poema escrito pocos años después de su muerte, A un espíritu, Pier Paolo Pasolini interpela a otra autoridad fallecida del siguiente modo: "Sólo porque estás muerto, he podido hablarte como a un hombre: / de otra manera tus leyes me lo hubieran impedido." En el libro que nos ocupa, un grupo heterogéneo de particulares integrado por representantes de diversas profesiones entre las que caben las de actriz, escritor, periodista, campesino, filósofo, profesor, fotógrafo, arquitecto, cineasta, ministro, historiador, político, lingüista, psiquiatra y, por supuesto, psicoanalista, toman la palabra para hablar de la sola experiencia, única y distinta para cada uno de los participantes, que hace de todos ellos un conjunto: su encuentro con el psicoanálisis, vale decir, con un psicoanalista en cada caso -o en la gran mayoría, pues no todos los que han deseado aportar su testimonio son o han sido analizantes-, nunca azarosamente encontrado y cada vez elegido de un modo que sólo al final se sabría que era forzoso. Un encuentro que nada debe a autoridad alguna ni fue acordado jamás por ninguna entidad previsora o voluntad administrativa en ejercicio pero que, a juzgar por sus testimonios, ha sido capaz de aportar a los declarantes beneficios comprobables y concretos en los que, una vez más, la participación que corresponde al estado es nula. Y un encuentro así sólo es posible allí donde la autoridad no imponga silencio ni respuestas a preguntas aún no formuladas, sino donde haya espacio para la palabra imprevista, venida -digámoslo con una expresión de quien abre la serie, Isabelle Adjani- "del lado de la vida", o sea, del llano, de lo que se procura gobernar pero no debe, o no le conviene, dejarse dominar.

Estas páginas reúnen los testimonios publicados en la revista La Règle du jeu por iniciativa de su director, Bernard-Henri Lévy, y de Jacques-Alain Miller, en momentos ásperos en que el devenir de la política parece llamar al psicoanálisis a la resistencia y a la figuración pública, lejos de aquella vieja fórmula que recomendaba vivir escondido para vivir feliz y que durante décadas pareció guiar a los analistas. El resultado equivale en gran parte a la reunión de una comisión de notables cuyo nexo no está dado por la posesión de bienes y honores, por la posición social o, ni siquiera, por las prácticas específicas a que deben el reconocimiento público del que en general gozan sino, paradójicamente, por el íntimo conocimiento que cada uno tiene de lo más singular de sí mismo, en nombre de la libertad necesaria para llegar a obtenerlo. No es una serie constituida por la sumisión a afanes corporativos, marcada por la complicidad en la defensa del desconocimiento, ni tampoco por la alineación detrás de un objetivo unívoco o la voluntad de imponer una identidad común. Y por este mismo motivo resulta dispar: practicantes de oficios diversos, analizantes devenidos analistas, interesados que no han sido lo uno ni lo otro, quienes defienden aquí al psicoanálisis hablando bien de él no lo hacen más que en su propio nombre; en definitiva es su propia verdad, la de su propia experiencia, lo que defienden cuando dan testimonio de ésta.

Evocando momentos y dificultades muy concretos, los analizantes nos cuentan aquí para qué les sirvió efectivamente el psicoanálisis, ya en el marco de sus relaciones familiares y amorosas, ya en el ámbito de sus profesiones o de la creación de sus obras, y, en muchos casos, cómo marcó un antes y un después en sus vidas, cómo el síntoma con el que entraron en análisis no se convirtió en un lastre, en una etiqueta a la que aferrarse o de la que despegarse sino en la llave que permitió al sufrimiento inicial dar lugar a una relación con el saber y a un saber hacer con ello. Algunos de quienes de analizantes se convirtieron en analistas nos revelan con precisión metódica las claves de sus análisis, la manera en que paso a paso lograron deshacerse de eventuales máscaras terapéuticas y averiguar qué había detrás de ellas, abriendo el camino al advenimiento del deseo de ocupar esa posición singular, la del analista. En otros casos, este libro ofrece la posibilidad de redescubrir a aquellos a quienes hemos leído o escuchado muchas veces: al cambiar la perspectiva, se nos presentan de un modo sorprendente, inesperado, novedoso. Por último, también hay lugar en esta recopilación para quienes, ni analizantes ni analistas, creen que el psicoanálisis marca un hito en el desarrollo de la cultura, tanto por la importancia de la obra y los descubrimientos de Freud como por su influencia decisiva en el pensamiento contemporáneo. Unos y otros se erigen en defensores de la libertad de existir para el psicoanálisis y del derecho de los seres hablantes a ser escuchados, a no ser reducidos a cuenta de sus síntomas a una mera disfuncionalidad.

Debajo de la lista de nombres reconocidos o famosos tanto en el ámbito francés como en el español o en el argentino con los que se ha enriquecido la edición castellana, encontraremos historias singulares que sólo eventualmente se vinculan con los motivos de notoriedad de sus protagonistas y narradores. Entre ellos podemos mencionar a Isabelle Adjani, Agnès Aflalo, Jorge Alemán Lavigne, José María Álvarez, Fernando Arrabal, Enric Berenguer, Marie Hélene Brousse, Serge Cottet, Antonio Di Ciaccia, Xavier Esqué, Horacio Etchegoyen, Manuel Fernández Blanco, Germán García, Pierre Gilles Guéguen, Jean Claude Maleval, Imma Mayol, Judith Miller, Jean-Claude Milner, Pierre Naveau, Ricardo Piglia, Marie-France Pisier, François Regnault, Elizabeth Roudinesco, Juan José Saer, Jean-Jacques Schuhl, Eugenio Trías, Herbert Wachsberger o François Wahl, quienes hacen oír sus voces, junto a las de muchos otros testigos de la eficacia del psicoanálisis, en oposición a la voluntad de reducirlo, como denuncia Miquel Bassols, a un saber evaluable según los criterios generales de la eficacia utilitarista.

Este libro aparece en momentos en que se hace necesario para el psicoanálisis responder a una campaña de desacreditación interesada, así como hacer frente a la embestida del cognitivismo y sus aliados, que buscan anular su existencia tanto en el ámbito clínico como en el académico y en el cultural. Pero es justamente porque no ofrece panaceas químicas ni recetas morales que garanticen una felicidad sin fisuras, que el psicoanálisis puede ir más allá de las barreras que le oponen los examinadores de una época adversa y quienes pretenden contar con soluciones tipo para problemas definidos de antemano en función de sus respuestas. La condición humana, después de todo, tal como lo expresa aquí Agnès Aflalo, es imposible de curar, pues no desaparecerá la falla del sujeto, esa que lo hace hablar y que tantas terapias, conductistas y de toda índole, procuran tapar. "La felicidad de vivir a la que puede llevar la cura analítica", como dice Jean Pierre Deffieux, conlleva cierto alivio del sufrimiento del síntoma a partir del ejercicio largo, repetido y difícil de la palabra en el marco de la experiencia". "Contrariamente a las religiones y a las ideologías" –citamos ahora a Catherine David-, "el psicoanálisis proporciona preguntas, pero ninguna respuesta definitiva. No es otra cosa que una búsqueda, una investigación, un cuestionamiento en vivo, una aventura. Por su audacia y libertad, ha sido perseguido por los nazis y los estalinistas." Un escritor, Tahar Ben Jelloun, define con precisión la situación: "Criticar el psicoanálisis es un derecho, querer anularlo es una agresión contra una herencia cultural, que se parece al odio negacionista." Persecución, odio, negación. Resulta oportuno, en este contexto que exige tomar la palabra en público, recordar el final del poema evocado al comienzo. Escribe Pasolini: "¡Pero "la muerte no reinará"! Sólo en este absurdo estado / donde sobreviven, sobre nosotros, Bizancio y Trento, / reina la muerte: pero yo no estoy muerto, y hablaré."

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