Febrero 2006 • Año V
#14
Sala de lectura

El odio a la música

De Pascal Quignard

Miriam Pais

El Cuenco de Plata, Bs. As., 2012

Gracias […] por la música,
misteriosa forma del tiempo.

J. L. Borges [1]

La música desvanecida…

Pasión de Quignard

"Rodeamos de lienzos una desnudez sonora, extremadamente herida, infantil, que permanece sin expresión en lo profundo de nosotros. Esos lienzos son de tres tipos: las cantatas, las sonatas, los poemas. Lo que canta, lo que suena, lo que habla.". [2]

Así, sin preámbulo, nos planta Quignard de inmediato, en el umbral de la travesía que nos propone. Son las letras iniciales del libro. De todos modos, ya el arrebato sin tregua, adorna la tapa, "El odio a la música" aclama el escritor, sin concesiones. Tal Adorno, que denunciaba la poesía devenida en barbarie tras el Holocausto, fundado en el mismo hecho histórico, este culpa de colaboracionista a la música y la arrincona a una pasión.

Digo "travesía", y recuerdo la consideración del escritor respecto a la lectura. Él sostiene que es una práctica solo para algunos, exige una decisión. Leer es vagar, sosteniendo una espera que no busca resultado, dispuesto al peligro, a la sorpresa. Alejado de los cánones convencionales de escritura, del mainstream dispuesto a lecturas livianas y ligeras, resueltamente te confronta a la decisión de aventurarte o no.

Lo que canta, lo que suena, lo que habla, son velos. Ya está dicho. Una desgarradura fundamental que avergüenza, pide a gritos que se acalle, y se encubre, para uno y para otros. El derrotero del libro se propone correr el telón, encontrar la causa…

Definitivamente, se trata de un ensayo… singular ensayo, su forma es elíptica, fragmentaria, lógica propia que hace a su rasgo. Diez tratados en 189 páginas, que exhalan poesía en su extensión, y yo, no puedo evitar el psicoanálisis que deja oír tal música de fondo…

Interesa el resto, va al fondo del ánfora en busca del sedimento de vino, el cadáver, el muerto propio. Así, periplos que nos remontan a épocas remotas y más cercanas. Historias, él sabe, ficciones… Me resuena borgeano, otra entonación de la "Esfera de Pascal". Ontología, mitología, filología, etimología, las artes; se sirve de ellas en la empresa que se propone, hallar el grano de arena donde se funde y emerge la perla humana. Ir más allá del lienzo que vela, hasta lo demasiado humano. Y arroja "la castración humana puede definirse como la domesticación neolítica de la voz". [3]

"Más allá de lo semántico reside el cuerpo del lenguaje: es la definición de la música", [4] en otro giro, anterior, dirá que la música puede ser definida cómo algo que sedimenta lo ruidoso, una pizca de sonoro ligado, y en su nostalgia pretende habitar lo inteligible, pero al fin un trozo de sonoro semántico desprovisto de significado. Una memoria no lingüística que toca el cuerpo, excede el logos. Bordea constantemente en un afán de asir un origen. Se vale de un antiguo verbo francés, tarabust, que concierne a ritmos y sonidos, que desequilibran al pensamiento racional, una memoria que concierne al cuerpo. Resuena en mí lalengua lacaniana. Dirá, el tarabust es la molécula sonora involuntaria que acecha, que atormenta, que punza.

 

Entrañas del sujeto humano, de uno en uno

Lacan en el Seminario 16, rescata a la música de las artes defectuosas. La distingue como una de los artes supremas, en tanto cobra fuerza al recoger lo que se hunde allí donde se produce su desvanecimiento. Como el resultado máximo en lo basal que produce la relación del número armónico con el tiempo y el espacio, en tanto incompatibles. El número armónico no retiene ni uno ni otro. Orientación que sirve al vagar de Quignard. Lacan toma esto, en la introducción de su Seminario De un Otro al otro, y luego advierte, nos indica recordar "la esencia de la teoría psicoanalítica es un discurso sin palabras". [5]

Hay de la música que arropa, vela, divierte al dolor, apacigua lo que pasa en el fondo del corazón, embellece, seduce. Pero Quignard es claro, y no escapa a decir lo que se propone. Él quiere indagar sobre las relaciones de la música y el sufrimiento, ese es el propósito del libro.

La biografía no explica al artista. Pero en este caso me es necesario recalar en un aspecto. Surge del libro, allí da cuenta de que su odio a la música se corresponde a que ella fue lo que más amó por sobre todas las cosas. Odioenamoramiento confeso. El odio paga al amor, pero la ignorancia no se perdona. Eso puja, y causa la obra. Pascal Quignard es músico. Violonchelista gustoso de la música barroca. Fundador del Festival de Ópera y Teatro Barroco de Versalles. En el año 1994 abandona la dirección del Festival, así también su cargo en Editorial Gallimard. Se aleja de la urbe, se recluye en el campo, con el sólo propósito de escribir. ¿Un santo?... Dos años después edita el libro que hoy nos convoca.

Como ese canto de las Sirenas que para Ulises llena el corazón del deseo de escuchar. Si te sumergís en el mar de letras de Quignard, te conmina a leer, deseas leer y leés avatares de una elegía. Y volvés, necesitás volver, y el encuentro de algo nuevo cada vez.

 

Vale la pena, vagar por allí

Hechos que asolan en sufrimientos, o peor… La música para él se dirime entre centro y ausencia.

Sus letras hilvanan una historia de amor, él sabe. "Desencantar", que es su penúltima posta, se explaya en un resuelto ensayo de exorcista. Desencantar, dice, es hacer mal al mal, un conjuro. Cierra el libro con el tratado que lleva por título "El fin de una relación". Es el ocaso, el desvanecimiento. Resuelve concluir, y allí deja a la dama arrojando su señuelo, aún…

"Si Dios no conoce el odio, para Empédocles es clarísimo que sabe menos que los mortales […] después de todo, amor sin odio, menos ama". J. Lacan [6]

NOTAS

  1. Borges, J. L., "Otro poema de los dones", Obras Completas,Emecé, Bs. As., 1984 , p.. 936.
  2. Quignard, P., El odio a la música, El cuenco de plata, Bs. As., 2012, p. 9.
  3. Ibíd., p. 98.
  4. Ibíd., p. 161.
  5. Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Bs. As., 2008, p. 14.
  6. Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Bs. As., 1981, p. 108.
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