Noviembre 2014 • Año XIII
#29
Psicoanálisis y literatura

Un duelo my particular

Luis Erneta

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Susana GoldberVestigio
70x50 cm - Óleo sobre tela - 2010

"La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, luego de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al éxtasis, noté que una cartelera de fierro de la plaza Constitución había cambiado no sé qué aviso de cigarrillos rubios. El hecho me dolió porque comprendí que el infinito universo ya comenzaba a alejarse de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero no yo, pensé con melancólica vanidad. En vida de Beatriz, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; ahora, ya muerta, podía dedicarme a su memoria, sin esperanza pero también sin humillación."

"El Aleph"es el primer cuento que leí de Borges y el amor por el autor fue súbito y perdurable. Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo y el nombre que puso Cantor a lo que llamó números transfinitos, lo que da cierto tono, como se dice en música, a ese cuento.

De ahí que decide que el 30 de abril es el cumpleaños de Beatriz y durante varios años va a visitar a los padres de Beatriz y a su primo, Carlos Argentino Daneri, en esa fecha. Curioso homenaje, ya que aunque se trate de la fecha de cumpleaños, del comienzo de la vida, sabemos que los muertos no cumplen años. Es durante esos años que Carlos Argentino Daneri comienza a hacerle confidencias literarias hasta que un día le lleva a visitar el sótano donde está el Aleph. Borges lo ve y queda estupefacto por su visión.

Hace un listado heterógeneo de todo lo que ve; entre otras cosas de un listado insólito- en el que el problema mayor, según nos dice - es la enumeración parcial de un conjunto infinito, pudo leer cartas obscenas, increibles, precisas, de Beatriz, dirigidas a Carlos Argentino Daneri, su primo, y también ver la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo. Parece que Borges se vale del Aleph para poder introducir esa dimensión obscena de Beatriz que resquebraja, de modo definitivo tal vez, esa imagen inmaculada de su amada, que aparece al principio; ve además sus restos. En definitiva, Borges no queda igual después de esa experiencia y esto forma parte y contribuye a la terminación del trabajo de un duelo que al comienzo se prometía infinito en tanto había prometido consagrarse a su memoria.

El final del cuento habla de alguien que retorna a una vida que ya no es como antes, porque dice: "En la calle, en las escaleras de Constitución – otra vez Constitución - me parecieron familiares todas las caras. Temí que no quedara una sola cosa capaz de sorprenderme, temí que no me abandonara jamás la impresión de volver. Felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido." Trabajo es un término caro a Freud y en este caso el trabajo del olvido, es un índice vital; habla de un sujeto para quién ese recuerdo a perpetuidad de la imagen de Beatriz, lo transformaba en un sujeto muerto, apartado del universo, eternizado en esa culto mortífero prometido – el temor a que ya nada volviera a sorprenderlo es índice que acentúa esa dimensión mortífera – el olvido, decimos, es un índice del retorno a la vida, al universo, reintroduce la dimensión de lo incalculable, del azar, de la contingencia, de un universo que no es cerrado. En este punto el cuento se podría dar por terminado, pero Borges se vale de un recurso habitual para el cierre de sus cuentos, haciendo aparecer algo que hasta ahí estaba oculto.

Así agrega una postdata de 1943 donde afirma que el Aleph de la calle Garay es un falso Aleph. Y da lo que dice son sus razones de esta afirmación. Me remito a una sóla de esas razones: "Los fieles que concurren a la mezquita de Amr, en El Cairo, saben muy bien que el universo está en el interior de una de las columnas de piedra que rodean el patio central…nadie, claro está, puede verlo, pero quienes acercan el oído a la superficie, declaran percibir, al poco tiempo, su atareado rumor…"

Para nuestra aproximación psicoanalítica, esto introduce un pasaje que nos parece fundamental y nuestra tesis es que esta mutación del objeto Aleph lo hace pasar de registro; deja de ser determinante el registro de la visión fascinante, del semblante, para pasar a ser determinante el registro de la voz, de la lengua, y no nos parece impertinente homologar ese atareado rumor con el atareado rumor de lalengua que nos habita siempre, o que habitamos, y que es la materia fundamental en nuestra praxis.

Concluye afirmando que nuestra mente es porosa para el olvido; "yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz." El cuento es dedicado a Estela Canto, y no es insólito suponer que a ella también su vana devoción la había exasperado. Pero esto es otra historia.

Hoy seguramente podemos acordar, sin embargo, con lo que dice al lector de sus poemas de "Fervor de Buenos Aires": "nuestras nadas poco difieren y es fortuita y trivial la circunstancia de que seas tú el lector de este ejercicio y yo su redactor."

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