El niño freudiano nunca nos deja completamente solos a la hora de pensar la encrucijada entre la infancia, la práctica analítica y las cuestiones de la época.
¿Cómo no evocar, en unas jornadas sobre las soledades en la infancia, el sueño en el que Juanito estaba solo con su amiguita Mariedl?
Lacan se interesa en la rectificación que el niño hace al padre cuando cuenta el sueño a la madre: "No estaba solamente con Mariedl, completamente solo con Mariedl" [1] y extrae de ella dos cosas.
Primeramente, la "observación evidente del tipo más clásico": Juanito podía estar completamente solo con su amiguita, es decir, sin tener que ‒como ocurría con su madre‒ soportar a la intrusa de su hermana que acababa de nacer hacía tres meses.
En segundo lugar, Lacan señala que si resalta ese "completamente solo con…", es porque parte de que ‒más allá de la situación en la realidad‒ el niño nunca está solo con la madre.
Incluso si madre e hijo están solos en el mundo, su relación se encuentra marcada por una referencia a la sexualidad femenina y el niño interviene allí como sustituto, como compensación a la castración en la madre.
El niño está en relación con su madre, pero no solo con ella, sino con ella y con su falta, mejor dicho, con la relación que ella tenga con su propia castración, a la que le aporta una satisfacción sustitutiva.
Es decir que para el niño la experiencia de la soledad de todo ser hablante se caracteriza porque nunca está del todo solo con su madre y, a la vez, está más solo que nunca ante aquello que se revela intratable por el significante, en sus diferentes presentaciones: ya sea la sexualidad femenina, la castración en la madre, la pulsión, el goce sexual y todo lo que de estos resta como opacidad de goce.
Es lo que llevó a Eric Laurent a decir que la sexualidad femenina es la cuestión preliminar a todo tratamiento posible con un niño.
Para el Lacan del Seminario 4, este puede venir al lugar de sustituto por dos vías: como metáfora del amor por el hombre, o como metonimia de su deseo de falo. No es lo mismo en sus consecuencias.
Estar a título de metáfora del amor por un hombre, abre a lo que en el 69 Lacan denominará ser "síntoma de la pareja parental", [2] posición permeable al análisis.
Estar en relación a la sexualidad femenina de la madre como sustituto metonímico de su deseo de falo, lo pone en la riesgosa situación de poder quedar fuera de juego en cualquier momento, reemplazado a su vez, por otro sustituto. Caído de su función de metonimia.
En ese punto ubica Lacan a la angustia como "correlativa del momento de suspensión del sujeto, en un tiempo en el que ya no sabe dónde está, hacia un tiempo en el que va a ser algo en lo que ya nunca podrá reconocerse". [3] Es el caso de Juanito, cuando la madre desestima su atributo fálico.
La angustia es índice de un real que emerge tras la caída de los velos del semblante, o de la caída del sujeto mismo de su lugar de tapón a la castración materna.
La clínica contemporánea, en la que la angustia pulula en detrimento del síntoma, da cuenta de cierta inestabilidad de ese lugar de sustituto, que cada vez es más metonímico.
La influencia de los discursos dominantes ‒ciencia y capitalismo‒ no es ajena a este cuadro de situación, en razón de la separación que producen entre el sexo, el amor y la procreación.
De metonimia del falo al objeto a liberado
El niño como metonimia del deseo de falo en la madre es parte de la tragedia más o menos clásica del siglo XX, edípica, que requiere del padre de la tradición. Pertenece a la época de la consistencia del Otro, pero prefigura el lugar de lo que más adelante, en el Seminario 16, Lacan ubicará como el lugar del objeto a liberado.
Se trata de una escala en el trayecto que va del padre del Edipo al padre de la père-version.
En la medida en que el primero declina, se revela su función de semblante que orienta el goce pulsional.
El padre de la père-version es esa función que va en contra de que el goce se reabsorba en la relación con el cuerpo de la madre, orientando el recorrido de la pulsión, es decir, transformando el goce autista que se satisface en el propio cuerpo, en un goce otrista que pase por el campo del Otro.
Como sea, para Lacan, la familia siempre fue un semblante que cubre la falta en el Otro.
Sabemos que el semblante articula dos registros, así podemos acentuar la cara de ideal en la familia ‒el padre del Edipo, la familia paternalista‒ o la cara objetal, en donde el niño descolla como el objeto que es para la familia, con su goce, el de él, el de sus padres, la familia y la civilización.
La novedad que esta última ‒la civilización‒ acoge, es que, por efecto de la ciencia, la técnica y el capitalismo, la llegada de un niño al mundo, hoy, está separada de los lazos familiares, amorosos y sexuales.
Al menos, estos no son estrictamente necesarios para la concepción.
Digo la novedad, pero Lacan ya había detectado este efecto en el caso de una mujer que, en los años 50, habiendo enviudado, se hacía inseminar cada diez meses con el esperma conservado de su marido muerto.
No sé nada del devenir de esos niños, pero nada nos impide pensar que hayan crecido dentro de lo esperable y que sus vidas hayan sido "normales".
En ese caso, padre real y padre simbólico ambos estaban muertos.
Lo que nos interesa es que a partir de allí, genitor, padre simbólico, madre, familia, niño, constituyen un cúmulo de piezas sueltas a ser ensambladas.
La familia tradicional estalla en los diferentes elementos que habrá que articular de nuevos modos para que la cosa funcione.
Esto nos permite entender la tensión existente en la actualidad entre el deseo a veces imperioso de niño y el lugar de objeto desamarrado del discurso familiar que le espera.
El niño ya no depende de las estructuras familiares tradicionales, está liberado de ellas, y por eso, Eric Laurent lo identificó con lo que Lacan llamó "objeto a liberado". [4]
Liberado del Otro, de su deseo y de sus síntomas. Liberado de los elementos que este le transmite para la construcción de su propio fantasma.
Pero nunca se liberará de las marcas que el traumatismo de lalengua infringe en el acontecimiento de cuerpo.
Uno siempre está solo ante el objeto de su fantasma, pero más solo aún se está ante el goce del cuerpo afectado por lalengua y sin el marco del fantasma.
Hemos seguido así el deslizamiento de un lugar tradicional ‒el de metonimia del falo‒ a otro, consecuencia de los discursos dominantes en la civilización, el de objeto a liberado. No son lo mismo.
El objeto a liberado, el niño en ese lugar, es efecto de lo que Lacan llamó en el Seminario 21 "una incidencia de la historia". [5]
La idea es que la pérdida, la no relación, se soportaría por la dimensión del amor al significante, al Padre. Pero esa dimensión se ha visto sustituida por otra cosa, por la función del "nombrar para". [6]
"Nombrar para" es un orden que sustituye al del Nombre del Padre en el tratamiento de la no relación. Aquí la madre se las arregla sola pero Lacan dice que lo que es bien extraño es que "aquí lo social tome un predominio de nudo y que literalmente produzca la trama de tantas existencias". [7]
Es el tratamiento de la castración en la cultura lo que ha cambiado. La inundación de letosas no es ajena a esta toma del relevo en lo social del amor al padre.
Los objetos de la tecnociencia aparecieron en el mundo para aparejarse muy bien con el cuerpo hablante.
Un cuerpo que en Lacan, antes de sus últimas elucubraciones, aparece de la siguiente manera en su relación con el goce: "...nosotros hemos sostenido por primera vez que ese lugar del Otro no ha de tomarse en otra parte que en el cuerpo, que no es intersubjetividad, sino cicatrices en el cuerpo, tegumentales, pedúnculos que se enchufan en sus orificios para hacer oficio de tomacorrientes, artificios ancestrales y técnicos que lo roen". [5]
El cuerpo propio en su relación con lalengua, que viene de los otros, deviene cuerpo hablante. ¿Cómo se enlazan lalengua y el cuerpo?, por los pedúnculos que la primera enchufa en los orificios del segundo que ofician de tomacorrientes, es decir, que ancestrales o técnicos los artificios que allí se enlazan instilan libido, vida.
El niño, el goce y las tecnociencias
Los nuevos modos de tratamiento de la castración por la ilusión de un goce metonímico infinito dejan al niño frente a una variedad de soledades.
- La de la infancia generalizada, promovida por los gadgets, dibuja un paisaje sin personas mayores, afectando la relación del niño y la responsabilidad ante su goce.
- La soledad de ser el objeto para el goce del Otro, o sea, el niño mismo como gadget. Un niño hiper apreciado como objeto, no puede serlo como sujeto deseante.
- La soledad ante su propio goce, en ausencia de la père-version.
El analista, un partenaire de la soledad
Miquel Bassols distingue el sentimiento de soledad del "estar a solas". El sentimiento de soledad "siempre miente un poco sobre la verdadera pareja del sujeto", [8] esa opacidad que lo acompaña cobijada en su imagen narcisista.
Y "estar a solas"... siempre es con algo, como nos enseñó Juanito que estaba a solas con Mariedl. Pero también se está a solas con algo, no necesariamente con alguien.
Algo o alguien ‒quizá sería mejor decir algo o algo en alguien‒ es la verdadera pareja del ser hablante, con quien se está a solas.
En las últimas jornadas de la Nueva Red Cereda América, presenté el caso de un adolescente que vivía a solas con su partenaire, la mascota de un videojuego. Cualquier cosa puede hacer de partenaire.
Aquí también la época marca una tendencia propia de la inexistencia del Otro y la incidencia de la tecnociencia. Ya no es tan seguro que ese elemento cualquiera que viene al lugar de partenaire produzca una ficción fija, fixión, que lo haga pasar de ser cualquiera a ser uno, necesario. En el estado actual de la civilización, ese elemento está afectado por la metonimia sin fin, en donde el sustituto del goce que no hay es rápidamente sustituido sucesivamente.
Por eso, la soledad que nos preocupa como analistas no es la soledad estructural. Es la falta de partenaire para tratarla. Sería la soledad ante la propia soledad del goce.
Como bien decía un analizante, "mi mujer es un desierto, es el amor el que me permite plantar allí una flores, un arroyo y relacionarme con ella".
El analista es el partenaire de la soledad, con toda la equivocidad de la expresión. Es el que lleva al analizante hasta la experiencia de soledad ante su verdadera pareja ‒su goce opaco‒, y es el que encarna esa soledad como para que el analizante se desprenda de ella, al menos un poco, plantando sus plantitas y dibujando el recorrido de sus arroyos. Lo suficiente para el lazo social. Es el instrumento para el tratamiento de la soledad más radical.
Renunciar a la soledad: en la vida, en la Escuela
Un niño debe poder renunciar al estar a solas con su madre, a ser el único con valor fálico para ella, para acceder a su propio estar a solas con. Con su síntoma, con su fantasma, con su goce.
Un psicoanálisis tiene en su horizonte la renuncia, en parte, a estas segundas soledades, lo que permitirá estar más abierto a la contingencia y poder responder en el amor y en la vida.
Ese sería un niño lacaniano, el que renuncia a su soledad. Como Lacan, que renunció a la suya, a ser el único, para fundar su Escuela. "Mi soledad, es precisamente a eso que renuncio al fundar la Escuela". [9]
La Escuela es en sí un tratamiento de la soledad y es el invento que anuda la formación del analista, con su práctica. He ahí un punto de convergencia entre la Escuela y el tratamiento de la soledad en la infancia. Jacques-Alain Miller llamó a esto "la doctrina secreta de Lacan sobre la Escuela", [10] la íntima relación entre el análisis del analista y su relación con la Escuela, la conjunción inédita entre lo estrictamente analítico y lo institucional.
El partenaire analista en el tratamiento con un niño, adolescente o adulto ‒por algo decimos que hay un solo psicoanálisis‒ es el que con su presencia real y orientado por un "pesimismo lúcido", [11] que implica estar advertido de la imposibilidad de borrar la no-relación sexual, podrá hacer de punto de basta a la deriva metonímica característica de la época. La función de ese punto de basta es la que abre a la posibilidad de que el analizante llegue a encontrarse a solas con la propia soledad, para poder renunciar a ella. Sacrificar la castración, decía Lacan en los años 50.
Nada garantiza que un ser hablante quiera eso.
NOTAS
* Trabajo presentado en la VI Jornada del Departamento de Investigación de Psicoanálisis con Niños del CIEC, Córdoba, 12 de noviembre de 2016.
- Lacan, J., El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, Paidós, Bs. As., 1996, p. 242.
- Lacan, J., "Nota sobre el niño", Otros escritos, Paidós, Bs. As., 2012, p. 393.
- Lacan, J., El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, op. cit., p. 228.
- Lacan, J., El Seminario, Libro 16, De un Otro al otro, Paidós, Bs. As., 2008, p. 268.
- Lacan, J., clase del 19 de marzo de 1974, Seminario 21, "Los Nombre del Padre", inédito.
- Ibíd.
- Lacan, J., "La lógica del fantasma. Reseña del Seminario de 1966-67", Otros escritos, op. cit., p. 347.
- Bassols, M., "Soledades", El psicoanálisis, Nº 17, Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, abril 2013, p. 83.
- Lacan, J., "Discurso en la Escuela Freudiana de París", Otros escritos, op. cit., p. 281.
- Miller, J.-A., "Política lacaniana. La doctrina secreta de Lacan sobre la Escuela", El caldero de la Escuela. Nueva Serie N° 24, 2015, p. 2.
- Laurent, E., "Nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño", El goce sin rostro, Tres Haches, Buenos Aires, 2009, p. 155.