AÑO XVII
Diciembre
2023
43
Letras

El hombre de las suelas de viento

Diego Villaverde

Fragmento de El jardín del amor, de Rubens

Hay algo de lo que no se inscribe en el inconsciente que se transforma en escritura. Pero no siempre. Ocurrió, sin dudas, en las cartas de amor que intercambiaron Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, aunque algo necesariamente no cesara de no escribirse. Ambos incluidos en la lista de poetas malditos cuyo genio −sostiene Verlaine− fue también su maldición. Sus cartas, en especial las de Rimbaud,[1] testimonian sobre un amor que devino en pasión fulminante. Nos acercan, más de un siglo después, no solo la intensidad de esa pasión, sino también el fuerte tono doloroso de su vida, palpitante también en su singular obra poética y la serie de sus cartas, no todas de amor. Él concebía y explicitaba el escribir como del orden de lo necesario. Lo sería, seguramente para anudar lo que se le imponía como la errancia perpetua de su condición.

Las cartas que se enviaron, en especial las de Rimbaud, dan testimonio de lo que resulta imposible de atrapar, siempre un poco más, hasta la violencia de un disparo; dos, en rigor. Es el último hecho violento de una serie, que desconocemos, pero avizoramos entre líneas cuando se trata de estas pasiones arrasadoras. Fue, tal vez, lo que permitió que ese lazo infernal, en el que quisieron capturar lo imposible, comenzara a desanudarse.

En ese itinerario, fue primero Verlaine quien queda tomado por la escritura de Rimbaud y lo hace venir a París. Es él quien queda prendado por la singular y enigmática belleza de ese joven que, apenas salido de la adolescencia, ha llegado de Charleville. A pesar de haberse casado recientemente y tener un hijo pequeño, la pasión que los invade los lleva a Londres, donde vivirán juntos dos años. Pero Verlaine, dividido por su deseo de volver con su mujer y los continuos desafíos y muestras de cinismo de Rimbaud, huye a Bruselas. Él mismo lo describe como alguien sencillo en la palabra, pero al mismo tiempo como el más complicado ser que le ha tocado encontrar entre los hombres en el curso de su existencia. Verlaine elucubra que podría rehacer un matrimonio cuya ruptura ya estaba escrita.

El temor de Arthur Rimbaud de ser abandonado estaba instalado con antelación y es descripto, poco tiempo después, en Una temporada en el infierno, única obra que publicó por su propia decisión. Allí, él se nombra como la "esclava del Esposo infernal": "Muy emocionados, trabajábamos juntos. Pero después de una penetrante caricia, me decía: 'Cuando yo ya no esté, qué extraño te parecerá esto por lo que has pasado. Cuando ya no tengas mis brazos bajo tu cuello, ni mi corazón para descansar en él, ni esta boca sobre tus ojos. Porque algún día, tendré que irme, muy lejos. Pues es menester que ayude a otros: tal es mi deber. Aunque eso no sea nada apetitoso [...] alma querida [...]" De inmediato yo me presentía, sin él, presa del vértigo, precipitada en la sombra más tremenda: la muerte. Y le hacía prometer que no me abandonaría. Veinte veces me hizo esa promesa de amante".[2]

Cuando se ve solo en Londres, desespera. Solo le queda "la única cosa más o menos seria que puede hacerse: una carta de amor".[3] En ella teje y desteje insistentes disculpas y promesas: "te prometo que seré bueno", exclama. Pero el tono de la carta está marcado por la reiteración de una súplica: "vuelve, vuelve […]" Se trata de una exclamación desgarradora, con sonoridad jaculatoria. Las jaculaciones, dice Lacan, "no son ni palabrería ni verborrea; son, a fin de cuentas, lo mejor que hay para leer".[4] Allí señala también a sus Escritos como pertenecientes a ese registro. ¿De qué registro se trata? De algo tejido con los significantes, palabras arrojadas como saetas, más allá del sentido común de la lengua, pero con un efecto de significación. Hay, a lo largo de la poesía de Rimbaud cierta "violencia que se ejerce hacia el uso de la lengua"[5] que produce este particular efecto de "hacer sonar otra cosa que la resonancia [que] es propiamente agregar el vacío".[6]

Rimbaud dice y se desdice, dejando del lado de Verlaine cierta responsabilidad por su credulidad: "Si fui horrible contigo, es una broma en la cual me excedí, de la que me arrepiento más de lo que te imaginas".[7] Y alterna nuevamente la súplica con el reproche desgarrador. "Regresa, olvidemos esto por completo. Qué desgracia que hayas creído en esta broma […]. Nada está perdido. Solo tienes que hacer el viaje de nuevo".[8] Y lanza un nuevo reproche: "Pero tú, cuando te hice señas de abandonar el barco, ¿por qué no lo hiciste? […]. El amor, ciertamente, hace señas",[9] pero Verlaine, abatido, ya no puede leer sus signos y es incapaz de producir "un nuevo amor" con tan solo girar su cabeza. En su lugar, surge aquello que no es recíproco, el goce que quiere lo imposible y viene a introducir el malestar hasta lo irreparable.

Ha dejado a Rimbaud. Se fue sin sus libros, escritos y lo que es esencial al hombre: su atuendo. Su ropa y zapatos, sin el alma que le dan carnadura, dan testimonio de una falta que se agiganta aún más. La carta remata con una serie de versos ajenos a cualquier dogma propio de un Parnaso, al que Rimbaud nunca quiso pertenecer y siempre despreció. Son jaculatorias de amor suplicante, teñidas de cierta certeza erotómana de que darán en el blanco del alma de ese hombre al que se dirigen. Entre reproches y pedidos, termina diciendo algo que de hecho desmiente, "Tuyo, siempre",[10] porque no podrá ser de nadie.

Más adelante prosigue la carta, luego de recibir otra en la que Verlaine insiste con su intención de volver con su mujer o quitarse la vida. Rimbaud le recrimina sus expectativas: "[…] tu mujer no vendrá o vendrá en tres meses, tres años, qué sé yo",[11] pretendiendo atemorizarlo con la desdicha que significaría no seguir con él y −especialmente− que ya no será libre: "[…] solo conmigo puedes ser libre".[12] Si bien necesita de Verlaine como soporte identificatorio y se ha valido de él a lo largo de su producción poética, es la libertad lo que persigue. He aquí la coyuntura paradojal en la que se debate. Rimbaud exige libertad. Él lo es respecto del lenguaje, de las fórmulas canónicas de la poesía y en suma del gran Otro, al que no tiene nada que pedirle.

"La única palabra verdadera es: regresa, quiero estar contigo, te amo, si escuchas, demostrarás valentía y un espíritu sincero. De lo contrario, me das lástima. Pero te amo, te abrazo y volveremos a vernos".[13]

Efectivamente, vuelven a verse en Bruselas. Allí las cosas se ponen tensas y Verlaine, en un arranque de ira, dispara dos veces contra Rimbaud. Uno de los disparos le hiere una muñeca. Ahora es Verlaine quien enloquece por la posibilidad de perderlo para siempre. Atemorizado, Rimbaud lo denuncia y Verlaine va a la cárcel por dos años. De vuelta en Charleville, Rimbaud escribe Una temporada en el infierno. Poco después se aparta definitivamente de la poesía y comienza a buscar de manera errante un lugar en el que poder instalarse. Continuó viajando extensamente por Europa, principalmente a pie, se enroló como soldado en el ejército colonial neerlandés para viajar a Java, de donde desertó rápidamente, y regresó a Francia en barco. Luego viajó a Chipre y posteriormente se radicó en Adén, para terminar en la actual Etiopía tras extenuantes idas y vueltas por el desierto africano. Concluyó sus días en Marsella, en un esfuerzo agónico por volver a África y luego de la amputación de una de sus piernas en circunstancias muy dolorosas.

El propio Verlaine lo describe en el capítulo que le dedica en Los poetas malditos: "Recorrió todos los continentes, todos los océanos, pobre y altivamente (rico, además, si hubiera querido, por su familia y su posición) después de haber escrito, también en prosa, una serie de soberbios trozos con el título de Las Iluminaciones, creo que para siempre perdidos. Dijo en su Temporada en el Infierno: 'Ya he hecho mi jornada. Me voy de Europa. El aire marino quemará mis pulmones; me tostarán los perdidos climas'".[14]

Verlaine constituyó un punto de anclaje para Rimbaud signado por la violencia y el cinismo que llevó al extremo su relación y sus vidas. Su esfuerzo de escritura se desplegó en torno a él y solo prosiguió muy poco tiempo después −tan solo una temporada más− con Una temporada en el infierno e Iluminaciones. Este infierno era, seguramente, el que comenzó a tramarse alrededor del rigorismo de su madre, en una infancia sin padre y con pocos sucedáneos que suplieran esa función. Siempre trató de irse de allí, incluso en las más penosas circunstancias de su enfermedad terminal y siempre indefectiblemente volvió.

"El hombre de las suelas de viento", dicen que lo llamaban los poetas parisinos que −de tanto en tanto− lo veían o creían verlo deambular por la ciudad. Un modo sublime de capturar, en una metáfora, su ser indescifrable. ¿Podría otra imagen nominar mejor la errancia dolorosa de su existencia?

Una moción política busca trasladar sus restos y los de Verlaine para sepultarlos juntos en el Panteón. Sin embargo, "el hombre de las suelas de viento se ha esfumado definitivamente".[15]

 

4 y 5 de julio de 1873

Vuelve, vuelve, querido amigo, mi único amigo, vuelve. Te prometo que seré bueno. Si he sido brusco contigo, fue tan solo una broma en la que me obstiné, y de la que me arrepiento más de lo que puedo expresar. Vuelve, que todo estará olvidado. ¡Qué desdicha que hayas creído en esa broma! Desde hace dos días no dejo de llorar. Vuelve. Sé valiente, querido amigo. Nada está perdido. No tienes más que rehacer el viaje. Los dos reviviremos aquí con valentía y paciencia. ¡Ah! Te lo suplico. En todo caso, es por tu bien. Vuelve, aquí encontrarás todas tus cosas. Espero que ahora sepas que no había nada cierto en nuestra discusión. ¡Ese terrible momento! Pero tú, cuando te hice señas para abandonar el barco, ¿por qué no viniste? ¡Hemos vivido dos años juntos para llegar a esto! ¿Qué vas a hacer? Si no quieres volver aquí, ¿quieres que vaya donde estás? Sí soy yo quien se equivocó. ¡Oh! ¿dices que no me has olvidado? No, no puedes olvidarme. Yo te tengo siempre presente. Dime, responde a tu amigo, ¿acaso no podemos seguir viviendo juntos? Sé valiente, respóndeme rápido. No puedo seguir así más tiempo. Escucha solo a tu buen corazón. Rápido, dime si debo reunirme contigo. Tuyo para siempre.

RIMBAUD

Rápido, responde: no puedo quedarme aquí más allá del lunes por la tarde. No me queda ni un penique; ni siquiera puedo echar esto al correo. Le he confiado a Vermersch tus libros y tus manuscritos. Si no puedo volver a verte, me enrolaré en la Marina o en el Ejército. Ah, vuelve, estoy llorando a todas horas. Pídeme que vaya a tu encuentro e iré, dime algo, telegrafíame. Debo marcharme el lunes por la tarde, ¿dónde irás tú? ¿Qué quieres hacer?

Más adelante, Arthur Rimbaud prosigue con la carta

 

5 de julio de 1873

Querido amigo, he leído tu carta datada en <<El mar>>. Esta vez te has equivocado, y mucho. Para empezar, no hay nada de positivo en tu carta: tu mujer no volverá, o lo hará dentro de tres meses o tres años, ¿qué sé yo? En cuanto a acabar con tu vida, te conozco bien. Lo que harás, mientras esperas a tu mujer y tu muerte, será agitarte, errar, molestar a la gente. ¿Aún no has comprendido que los arrebatos de cólera eran tan falsos de un lado como del otro? Pero ahora serás tú quien cometerá los próximos errores, porque, incluso después de haberte llamado, has insistido en esos falsos sentimientos. ¿Acaso crees que tu vida será más agradable con otros que conmigo? ¡Piénsalo bien! ¡Ah, ciertamente no! Solo conmigo puedes ser libre y, puesto que prometo ser mas amable en el futuro y deploro todos los errores cometidos por mi parte, ahora que por fin tengo el espíritu limpio y te quiero bien, si no quieres volver, o que yo me reúna contigo, estarás cometiendo un crimen, y te arrepentirás durante muchos años por la pérdida de toda libertad, y por problemas posiblemente más atroces a cuantos hayas podido sufrir. Después de eso, reflexiona sobre lo que eras antes de conocerme. En cuanto a mí, no volveré a casa de mi madre. Iré a París. Intentaré marcharme el lunes por la tarde. Tú me habrás obligado a vender toda tu ropa, pues no puedo hacer otra cosa. Aún no la he vendido, no será hasta el lunes por la mañana cuando se la lleven. Si quieres dirigirme cartas a París, envíalas a L. Forain, 289 rue St-Jacques, para A. Rimbaud. Él sabrá mi dirección. Por supuesto, si tu mujer regresa, no te comprometeré escribiéndote, ni escribiré más. Solo debes recordar una cosa: vuelve, quiero estar contigo, te amo. Si escuchas esto, demostrarás valor y un espíritu sincero. De otra forma, te compadezco. Pero te amo, te abrazo y ya nos veremos.

RIMBAUD[16]

NOTAS

  1. Hay varias traducciones de estas cartas. Una de ellas se encuentra en: https://cultura.nexos.com.mx/rimbaud-y-verlaine-tres-nuevas-cartas-de-amor/
  2. Rimbaud, A., Una temporada en el infierno. Delirios I: La virgen necia - El esposo infernal.
  3. Lacan, J., (1972-1973) El Seminario, Libro 20, Aun, Buenos Aires, Paidós, p. 102.
  4. Ibíd., p. 92.
  5. Miller, J.-A., (2006-2007) El ultimísimo Lacan, Buenos Aires, Paidós, 2013, p. 177.
  6. Ibíd., p. 180.
  7. Rimbaud, A., (25 de junio de 2022), A. Rimbaud y Verlaine, tres (nuevas) cartas de amor, Tradución: Carlos Rodríguez. Recuperado en https://cultura.nexos.com.mx/rimbaud-y-verlaine-tres-nuevas-cartas-de-amor/
  8. Ibíd.
  9. Lacan, J., (1972-1973) El Seminario, Libro 20, Aun, óp. cit., p. 12.
  10. Rimbaud, A., (25 de junio de 2022), óp. cit.
  11. Ibíd.
  12. Ibíd.
  13. Ibíd.
  14. Verlaine, P., Los poetas malditos. Recuperado en https://es.wikisource.org/wiki/Los_poetas_malditos/Arthur_Rimbaud
  15. Ernest Delahaye a Paul Verlaine, finales de julio de 1878.
  16. AA. VV., Grandes cartas de amor, Buenos Aires, El Ateneo, 2019, pp. 108-109.