Primera noche: Todo el mundo es loco, es decir delirante
Cecilia Rubinetti
Es recién al final de la clase 16 del Curso, propuesta por el Directorio para trabajar con ustedes hoy, que "Miller recorta esta frase de Lacan "Todo el mundo es loco" que, como sabemos, extrae de un pequeño escrito muy tardío, de 1978, redactado a pedido de él.
Les propongo, en primer lugar, detenernos y sopesar el valor que Miller va a dar a esta frase. La sitúa en principio como una afirmación que condensa en su enunciado toda la ultimísima enseñanza de Lacan. Esa condensación que sitúa Miller funcionó como advertencia para evitar cualquier efecto rápido de comprensión. En esa frase hay mucho más de lo que se lee a simple vista. La tomo entonces como una invitación a desmenuzarla y empezar a extraer sus consecuencias.
A pesar de ser una frase que recién introduce al final, Miller decide retroactivamente darle ese título a su Curso. Le otorga esa función ordenadora, lo coloca como clave de lectura de lo trabajado. Y es también bajo ese sintagma que lanza el trabajo hacia el próximo Congreso de la AMP.
Entonces, "Todo el mundo es loco… es decir delirante": una pequeña frase condensada que les propongo abrir para extraer algunas de las líneas de trabajo que va situando Miller.
Todos locos
Miller se detiene de entrada en cómo esta frase sacude la estabilidad de las categorías clásicas del psicoanálisis y sus fronteras precisas. En esta afirmación Lacan se sale de la terminología que manejamos y elige un vocablo corriente. Habla del loco, de la locura. Sitúa así en la locura una base común que borra la frontera rígida que parecía mantenernos a una prudente distancia del loco. Nos concierne a todos. Quien enuncia esa frase tampoco está exceptuado, se trata de un "todos" paradojal, sin excepción.
¿Cómo entender esta locura que Lacan formula como inherente a la especie humana? En el intento de abordar algo de lo que condensa esta afirmación, tomándola como brújula dentro de la última enseñanza, elegí una referencia en la que me pareció interesante detenernos. Es una referencia muy clínica. Lacan menciona un caso, "de locura seguramente" dice, un caso que comenzó por el sinthoma, "palabras impuestas". El paciente nombra de ese modo su padecimiento y Lacan lo subraya por su precisión, como una afirmación muy lacaniana. Y a continuación se pregunta: "¿Cómo es que todos nosotros no percibimos que las palabras de las que dependemos nos son, de alguna manera, impuestas? En ese aspecto, lo que llamamos un enfermo llega a veces más lejos de lo que llamamos un hombre con buena salud. Se trata más bien de saber por qué un hombre normal, llamado normal, no percibe que la palabra es un parásito, que la palabra es un revestimiento, que la palabra es la forma de cáncer que aqueja al ser humano".[1]
Esta referencia comparte el espíritu de la frase de la que partimos hoy, el borramiento entre locura y normalidad. Pero tiene un detalle adicional para delinear aquello común: las palabras como impuestas, como parásito que aqueja al ser hablante. Encontramos en esta cita plasmado clínicamente el estatuto de lo simbólico a nivel de la última enseñanza de Lacan. Un simbólico hecho de la percusión incesante y perturbadora de lalangue. Podemos formular en estos términos la locura común, situada en el modo en el que el parásito lenguajero y el goce que inyecta habita a todo ser hablante, a ese nivel tenemos un "todos locos", sin excepción. A todos nos habita esa locura, la palabra es parasitaria, todos experimentamos lalangue como palabras impuestas, sin embargo, algunos lo perciben, los invade permanentemente esa evidencia. Hallamos ahí entonces una sutileza clínica que diferencia a aquellos que llegan a sentirlo y a quienes consiguen velarlo mejor. La diversidad de maneras en que se encarna la locura que introduce el murmullo incesante de lalangue desarma la aparente homogeneidad de ese "todos" y nos lleva al cada uno al modo singular en el que esa locura de base se manifiesta para cada quien.
La riqueza de esta referencia clínica nos permite también diferenciar la base de locura de aquello que comienza a inscribirse en el lugar de las respuestas. Todos tenemos que arreglárnoslas de algún modo con las palabras impuestas. En el paciente al que se refiere Lacan, se puede localizar, por un lado, el carácter intrusivo de la palabra impuesta y, al margen de esto, una serie de reflexiones que empieza a hacer al respecto. Es un despliegue de sentidos que se vuelve especialmente amenazante a partir de la certeza de ser un telépata, pero no cualquier telépata, sino un telépata emisor. Su telepatía emite, no las palabras impuestas, sino la producción de sentido que se articula en las reflexiones que despliega. Lo insoportable para este paciente era la idea de que todos los demás conocieran lo que él mismo se formulaba en su fuero más íntimo, especialmente las reflexiones que se le presentaban al margen de las famosas palabras impuestas. Su respuesta, su modo de arreglárselas con las palabras impuestas, es su fuente de sufrimiento. Ser telépata emisor es ya una respuesta (malísima) frente a la palabra impuesta. Es crucial el detalle que precisa Lacan: están las palabras impuestas, después las reflexiones que elabora al margen y, finalmente, la idea de que esas reflexiones se emiten telepáticamente y todos pueden conocerlas. Está entonces la locura de base para todo ser hablante, el parásito de lalangue y está lo que puede ser enloquecedor del lado de las respuestas. Ahí nos deslizamos a la segunda parte de la afirmación de Lacan, al "todos delirantes".
Todos delirantes
En este punto me gustaría avanzar un poco en la perspectiva que se abre con esta aclaración. Más allá de la base de locura que introduce el cáncer de la palabra en el ser hablante, Lacan enfatiza un segundo aspecto crucial. El tratamiento, la respuesta a esa parasitación no puede más que ser delirante: se responde inevitablemente con sentidos. No salimos de eso. Es fuertísima esa afirmación. Miller, en su clase, enfatiza particularmente el deslizamiento que implica aplicar la fórmula del delirio a la articulación mínima entre S1 y S2. Todo sentido es delirante.
Miller toma fundamentalmente tres referencias para adentrarse en las consecuencias de esta afirmación. Una del primer Lacan y dos de la última enseñanza. La primera referencia es de su Escrito "Acerca de la causalidad psíquica", de 1946. De ahí, en principio, querría extraer una frase que podemos situar en continuidad con el planteo que intentamos articular hoy: "[…] la locura es vivida íntegra en el registro del sentido".[2] En su intervención cuestionando el saber psiquiátrico de la época, Lacan enfatiza particularmente la participación central del problema del sentido en la locura. Y agrega en la misma línea que "el fenómeno de la locura no es separable del problema de la significación para el ser en general, es decir, del lenguaje para el hombre".[3] Miller subraya en relación a este Escrito la posición de Lacan que sitúa a locura en relación a una creencia delirante muy distinta que el error. Localiza ahí un invariante antropológico: somos todos creyentes, todos devotos. La creencia que está en la base de la constitución del delirio nos atraviesa a todos. Y cita a Lacan en una de sus conferencias en USA, donde refuta que haya una discontinuidad entre creencia y saber. Se burla de los criterios que diferenciarían un saber que puede ser perfectamente autentificado de una creencia como picadillo de opiniones. "Las tres cuartas partes del supuesto saber no son nada más que creencia, allí hay algo que me divierte".[4] Miller da un paso más, citando en ese punto al Lacan del Seminario 23, y nos recuerda que estamos inhabilitados como lacanianos de creer ciegamente en las virtudes del Nombre del Padre: la metáfora paterna está arraigada en un hecho de creencia, atado a una tradición. El Nombre del Padre no es menos delirante, ni menos una creencia que otras.
En otra de las conferencias que Lacan da en Estados Unidos, va a enfatizar otro matiz que nos interesa dentro de ese fenómeno de creencia: "[…] es por el lenguaje que sostenemos esta locura que dice que hay que ser: porque es seguro que nosotros creemos en eso a causa de todo lo que parece hacer sustancia; pero, ¿en qué es ser, fuera del hecho que el lenguaje usa el verbo ser?".[5]
Entonces, si vamos articulando un poco las vías que se abren en esta segunda parte de la afirmación, nos encontramos con un modo de delirio que nos concierne a todos: no tenemos otra respuesta a la parasitación de goce de lalangue que el sentido siempre delirante que intentará prestar consistencia al ser. Lacan junta todas estas aristas en la pregunta que se hace en el Seminario 23 acerca del comienzo de la locura. Pregunta que aplica inmediatamente al caso Joyce; su interrogación acerca de la locura en Joyce apunta directamente al delirio. La declina en dos interrogantes fundamentales: ¿en qué creía Joyce? y ¿qué se creía? Se interesa particularmente en rastrear, en sus escritos, un período en el cual podría haber pasado por un modo de delirio como respuesta. Lacan se dedica a buscar marcas de un tipo particular de delirio, un delirio de redención. Es con esas coordenadas que se orienta frente a la pregunta por la locura en Joyce.
Desembocamos en una dimensión profundamente clínica que se abre a partir esta pequeña frase condensada. Si todos los arreglos frente a la locura de base del ser hablante no pueden más que ser delirantes, si no tenemos un horizonte que pueda ir más allá de la deriva de los sentidos y de la adherencia que introduce ahí la creencia: ¿cómo orientarnos? ¿Cómo reintroducir la diferencia? La pista clínica que sigue Lacan con Joyce, su interés en dilucidar el tipo de arreglo que consigue, se vuelve una brújula que distingue modulaciones dentro de las soluciones delirantes. Lacan encuentra marcas muy claras de un período en el que la solución redentora delirante ocupa a Joyce. Pasa por esa respuesta delirante, pero no es la vía en la que se va a sostener. Encuentra otra solución. Ser el artista le va a brindar un sostén de otro orden que la misión redentora de su raza. No todos los delirios son iguales a nivel de la solución que articulan, ni a nivel de sus consecuencias. Se abre en ese punto una clínica de la creencia delirante que explorar. Una orientación sensible a matices, intensidades, arreglos de distinto orden y con horizontes más o menos mortíferos. No salimos del delirio, pero hay delirios y delirios... Esto nos interpela como analistas, nos fuerza a precisar la sutileza de esa distinción y a intentar orientar en esos detalles una apuesta de deseo cada vez.
23 de mayo de 2023
NOTAS
- Lacan, J., (1975-1976) El Seminario, Libro 23, El sinthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 93.
- Lacan, J., (1946) "Acerca de la causalidad psíquica", Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1999, p. 156.
- Ibíd.
- Lacan, J., "Conferencia de Lacan en la Universidad de Yale", 24 de noviembre de 1975, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, n.º 19, Buenos Aires, EOL-Grama, 2015.
- Lacan, J., "Conferencia de Lacan en la Universidad de Columbia", 1 de diciembre de 1975, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, n.º 21, Buenos Aires, EOL-Grama, 2016, p. 22.