AÑO XVIII
Diciembre
2024
44
Nodos

Despejar la x del propio algoritmo en el parlêtre

Roxana Vogler

Imagen generada por inteligencia artificial.

El impacto de la digitalización sobre la subjetividad, los modos de hacer lazo y el acceso al saber, son hechos indiscutibles que vienen trazando una nueva cartografía socio cultural, y nos confronta como psicoanalistas a diversas paradojas y nuevos síntomas que debemos saber leer orientados por lo real pulsional que insiste en el parlêtre.

La masificación de la IA es un fenómeno inédito en la historia de la humanidad, pero no es algo tan "actual"; viene gestándose desde hace varias décadas, y hoy ha sido incorporada en la vida cotidiana como herramienta "facilitadora" por su velocidad de respuesta para ficcionar situaciones a demanda. Esta inteligencia algorítmica es programada por el ser humano, para ofrecer combinatoria de respuestas posibles, pero según los expertos, tiene el límite de la información que se le cargue, no piensa por sí misma por fuera de la data. Hacer uso de la IA resulta, sobre todo a las jóvenes generaciones, por demás atractivo, pero, en ocasiones, los acerca a un borde ciertamente inquietante, Unheimlich. En la ilusión de obtener una resolución hecha a medida con un imput o comando, la elección de la respuesta queda en manos del metaverso. La enunciación subjetiva queda elidida, se es hablado por el Otro de los algoritmos; me pregunto ¿es posible pensar en un nuevo parlêtre digital?

Un poco de historia

Podemos fechar el nacimiento de la IA en 1950, a partir del influyente trabajo del matemático británico Alan Turing, a quien se atribuye los pródromos de la IA, por ser quien construyó la famosa "Máquina de Turing", una entidad matemática abstracta que formalizó el concepto de algoritmo, y que resultó ser la precursora de las computadoras digitales. En su investigación Turing demostró, curiosamente, que hay problemas irresolubles para cualquier máquina inteligente. Parece haber arribado, aun sin saberlo, a lo imposible de decir.

En 1952 Turing junto a Arthur Samuel, crearon el primer software capaz de aprender a jugar al ajedrez de manera inteligente y autónoma. Pero, el término Inteligencia Artificial fue acuñado por John McCarthy en 1956, en una conferencia en el "Dartmouth Summer Research Project on Artificial Intelligence", quien definió la IA como "La ciencia e ingeniería de hacer máquinas inteligentes". Allí planteó su hipótesis de trabajo: "Este estudio procederá sobre la base de que todos los aspectos del aprendizaje o de rasgo de la inteligencia pueden, en principio, ser descritos de una forma tan precisa que se puede crear una máquina que los simule". McCarthy, sucesor de Turing, se consagra como el padre de la inteligencia artificial no solo por haber inventado un campo de investigación nuevo, sino por seguir aportando evidencias para su desarrollo, del que hoy aún se recogen los frutos. Estaba decidido a demostrar que las máquinas podían replicar la inteligencia humana y podían pensar por sí mismas, finalmente declinó este purismo al final de su carrera. Pero sus sucesores tomaron el guante y continuaron potenciando esa ambición hasta nuestros días: demostrar que la realidad y la subjetividad humanas pueden reducirse a una serie de algoritmos que, procesados por una máquina inteligente, puedan hacernos creer su humanidad, y más aún, superarlas en capacidad de respuesta en velocidad y tiempo. Una muestra más de que en su aspiración por crear el hombre máquina[1], la causalidad psíquica no ha sido abordada por la tecnociencia.

Miller refiere que en la era del hombre de la cantidad "(…) estamos presenciando una mutación ontológica, una transformación en la relación del sujeto con el ser. A partir de ahora, la cifra de cuantificación es la garantía del ser. Ahí reside la incidencia de la ciencia sobre la ontología" [2].

¿Consultarle al algoritmo o a un analista?

El ensimismamiento del sujeto contemporáneo, o lo que Laurent llamó "el individualismo de masas" [3], denota el rasgo de época como repliegue narcisista sobre los gadgets tecnológicos.

Lo corroboramos en el caso de Brian Johnson, que ha decidido invertir en un programa de IA con el objetivo de extender su edad biológica a los 200 años; se ha implantado chips que controlan sus signos vitales 24hs: regulan su dieta, un plan de ejercicios, le indican cuándo recolectar sus heces, cuándo hacerse una transfusión de sangre, que le provee nada menos que su hijo de 18 años, y le recuerdan la ingesta de 110 pastillas diarias. Esta información se vuelca a un programa de IA que monitorea el procedimiento bajo supervisión de un equipo de 30 médicos. Toda una ingeniería saludable cuyas mediciones publica por internet y es seguido por millones de personas.

"En su imaginario al hombre contemporáneo le gusta pensarse como máquina. A fuerza de producir máquinas, de manejar máquinas, de ser interlocutor de máquinas, nos pasó que nos creemos máquinas o queremos ser tratados como máquinas" [4].

Los dispositivos digitales no se agotan en lo especular, no sólo se capta el objeto a en el espejo, sino que involucran lo vivo corporal. Sus múltiples usos nos enseñan cómo el goce se vale de este nuevo lenguaje, permitiendo a los sujetos armarse un cuerpo, hacer lazo o inventarse un semblante, en un terreno movedizo y cambiante, plagado de incertidumbres e identificaciones fluctuantes a las que amarrarse, donde "la imagen reina" [5]. Pero no olvidemos que la mirada es plus de goce, es la encarnación del objeto a: "Las imágenes reinas son el lugar donde lo imaginario se amarra al goce", señala Miller.

Al psicoanalista le compete interpretar las ficciones epocales con que se viste el malestar en la época que le toca vivir, ese real imposible de domeñar, para saber leer el desacople entre las palabras y el goce que insiste en lo nuevo para empalmarlos y poner en marcha la maquinaria inconsciente.

¿Cómo seducir al parlêtre contemporáneo que apela a la IA como modo de acceso al saber sobre amor, sobre los lazos, sobre los enigmas existenciales, a creer en el inconsciente para despejar la x de su propio algoritmo?

Nuestra tarea no tiene ambiciones epopéyicas contra el pretendido progreso, sino que la presencia de un analista apunta a sancionar una escansión cuando la urgencia apremia, introduciendo un tiempo para comprender. Conmover la debilidad mental del parlêtre sostenida en la verdad toda que viene del Otro digital, que tapona la angustia, índice de lo real y único afecto que no engaña.

Si el psicoanálisis se orienta por lo real del síntoma, bordeando lo indecible, es porque advierte que, en la contracara del supuesto progreso, la pulsión de muerte anida en la cultura. Abogamos porque siga habiendo un psicoanalista que encarne un lugar insustituible, donde hacer resonar aún, el medio-decir de la verdad singular, que vivifica el cuerpo.

NOTAS

  1. De La Mettrie, J. O., El hombre máquina, El Cuenco de Plata, Bs.As., 2014
  2. Miller, J-A.: Todo el mundo es loco, Paidós, Bs.As.,2015, p. 139.
  3. Laurent, E.: http://www.telam.com.ar/notas/201311/41125-la-epoca-vive-una-fascinacion-por-la-violencia-contra-uno-mismo-y-contra-los-otros.html
  4. Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, op.cit. p.135.
  5. Miller, J.-A.: "La imagen reina", en Elucidación de Lacan. Charlas brasileñas, (inédito) 1998.