AÑO XIX
Octubre
2025
45
Abran juego

Vicisitudes del autoerotismo

Gustavo Dessal

Imagen generada por inteligencia artificial.

La corrección de los nuevos códigos sexuales se estrella contra la rompiente de las pulsiones, dinámica de un goce que no se adecua al progreso de la civilización y la cultura. La psicología de las parejas en las que reina la violencia doméstica muestra muy bien ese carácter “inapropiado” e “incorrecto” de toda elección amorosa. Si la actitud del macho violento nos repugna, la sumisión e incondicionalidad de algunas mujeres que la soportan resultan asombrosas, y nos revelan una complejidad en la dialéctica de las condiciones amorosas que escapa al sentido común y a la idea del placer como bien soberano. Podemos legislar y sancionar esa violencia, lo cual es social y humanamente exigible, pero resulta más difícil regular el modo en que los goces se enfrentan o se complementan, indefectiblemente al margen del bienestar político e individual.

Cuando el imperativo de la transparencia política se extrapola ingenua o perversamente al lazo entre hombre y mujer, la supervivencia del deseo se pone en grave riesgo. La sospecha, la vigilancia y la desconfianza recíprocas se convierten en actitudes dominantes, y la proverbial guerra entre los sexos da paso a una auténtica caza de brujas del goce. El terrorismo de la igualdad, aplicado de manera irresponsable, conduce a la idiotez de una sociedad compuesta de individuos que han perdido el buen uso de los semblantes y, por lo tanto, ya no saben cómo comportarse.

La ironía de la historia, la secreta venganza del agonizante patriarcado, consiste en que las mujeres deben acarrear ahora el peso de su libertad, del mismo modo en que sus congéneres del tercer mundo, quién sabe si menos o más afortunadas, cargan sacos de leña o bidones de agua sobre sus cabezas. Es indudable que la actitud y la consideración hacia el sexo femenino es en la actualidad uno de los más fiables patrones de medida a la hora de evaluar el grado de evolución de una sociedad. En ese sentido, un abismo sin reconciliación posible nos separa del mundo islámico, imperturbable en sus prácticas vejatorias sobre las mujeres, al igual que muchas otras sociedades de África y Oriente. Si bien la denominada liberación femenina del primer mundo occidental constituye un paso indiscutible en beneficio de la dignidad de la vida humana, lo cierto es que las conquistas sociales y políticas no agotan la problemática de los sexos. Cualquier respuesta colectiva no deja de ser en verdad una ideología, un espejismo de la razón en el que el deseo se aliena y se mortifica. Para mayor grandeza de la especie humana, las aventuras y desventuras de su sexualidad resisten los ordenamientos sociales y políticos, religiosos y doctrinarios. La vida amorosa no es ni mejor ni más sencilla para la mujer directora de empresa, líder política, policía, camionera o ingeniera ferroviaria. Y menos aún en la actualidad cuando, además de todo eso, tienen que disputarse los últimos ejemplares de hombre que van quedando.

Es importante destacar que parte del malestar contemporáneo en la disputa de los sexos, se origina en el hecho de que las diversas variantes del feminismo les han proporcionado a las mujeres una base ideológica importante, sobre la que pueden basar sus reivindicaciones y encontrar una orientación que legitime sus deseos. Nada de eso es comparable en el plano masculino. Los hombres, ante la puesta en cuestión del régimen patriarcal, no disponen de un discurso alternativo con la suficiente consistencia o respaldo social como para suplir las representaciones clásicas de la virilidad. Las mujeres han visto florecer las distintas posibilidades de hacer con lo femenino, mientras que los hombres se encuentran cada vez más encerrados en un conjunto de referentes deslegitimados pero que son los únicos que conocen. Ser hombre, es decir, ejercer el semblante de la virilidad, que forma parte de la comedia humana, puesto que no existe una esencia ni femenina ni masculina, ser hombre es una pesada carga, que para muchos constituye un verdadero tormento. La posición de un órgano no solo no les garantiza una posición de privilegio, sino que el órgano en sí mismo es un síntoma con el que deben cargar. Es algo verdaderamente patente en la adolescencia, cuando los varones comienzan a desconfiar de sus propias capacidades y habilidades para acceder a la sexualidad. Tomaré el caso del varón presuntamente heterosexual, asediado por la angustia de no dar la talla. "No dar la talla" es la expresión en la que podemos concentrar el fantasma de no estar bien dotado, de no poder satisfacer a una mujer, de que la aspiración de ellas es devoradora e incolmable. Frente a esta dimensión fantasmática, las respuestas son variadas. Desde el apartamiento misógino, acompañado a veces del odio y el resentimiento hacia lo femenino, la fanfarronada fálica con la que se intenta velar la angustia, hasta la búsqueda de una confraternidad macho en la que encontrar refugio y perder el miedo. Las atrocidades que se alientan y se llevan a cabo son, entre otras cosas, el síntoma de una masculinidad abatida y arrinconada. Es cada vez más evidente que los hombres tienen crecientes dificultades para transitar la crisis identitaria de lo masculino, y que atraviesan una etapa de desorientación. El discurso social les ha confiscado sus títulos, pero no les provee de otros. Saben lo que ya no deben ser, pero ignoran por completo qué deben ser a partir de ahora, y cómo eso puede volverse compatible con el goce fálico, el único goce al que tienen acceso.

Las distintas adicciones de los adolescentes y jóvenes actuales se apoyan en las satisfacciones masturbatorias que la web ofrece a la carta. Se desencadenan como refugio contra la angustia de lo real del sexo. El autoerotismo resulta una alternativa al riesgo de confrontarse al deseo del Otro. La mayoría de estas conductas no son nuevas, aunque internet les confiere una extensión inédita basada en la promesa de alcanzar un goce que repudia los límites de la castración. Las generaciones más jóvenes no “entran” en Internet. Nacen en su interior. El psicoanálisis no se propone sacarlos de allí, ya que en la actualidad no existe salida alguna, pero un análisis puede intervenir para regular de otro modo el empuje acéfalo de la pulsión.