AÑO XIX
Octubre
2025
45
Apuesta

Siempre un poco rinoceronte

Christiane Alberti

El Uno de la orientación lacaniana interviene hoy en un contexto de civilización que podríamos calificar como un viraje civilizacional. No se trata de ideologías dominantes que “duran lo que duran las rosas”, porque impregnan en profundidad la subjetividad de los contemporáneos. Ignorarlo sería practicar un psicoanálisis fuera de contexto, desconociendo los discursos que condicionan su existencia o, por el contrario, la obstaculizan. Nuestro análisis debe situarse en el momento presente. En fin, siempre se trata de estar conectados con la subjetividad de una época y extraer de allí consecuencias para la práctica y para la doctrina. ¿En qué se convierte la práctica del psicoanálisis cuando las normas plurales e identitarias vienen exactamente al lugar de la interpretación, cuando ocultan el menor cuestionamiento de un sujeto sobre sí mismo, ese retorno sobre sí que abre la vía a una suposición de saber?

Hoy las identificaciones le son impuestas al sujeto de manera salvaje y se hacen pasar por identidades: constituyen normas de pleno derecho. Alimentan el imaginario, ya no de un ideal enclavado en el cuerpo (Ideal del yo), sino que, en nombre de la supuesta diversidad, empujan a lo mismo: es un espejo mortífero que se le ofrece al sujeto, una captura imaginaria por lo mismo. En el fondo, los significantes-amo etiquetados introducen un forzamiento identificatorio en el sentido de una identidad fija, separada de la experiencia de las relaciones.

En este contexto, el Uno de la orientación lacaniana resulta más que nunca indispensable para mantener el rumbo de la brújula lacaniana. Se trata de trabajar a partir de la experiencia clínica analítica y de extraer las consecuencias de los cambios que se producen en la civilización. A contracorriente del pensamiento único, se trata de una dimensión experimental, de un saber por adquirir, que aún no está allí. El saber en tanto que se adquiere, y no en tanto que se estanca.

En este contexto se lanzó la Nueva Política Juventud.

Tomemos como referencia las intervenciones de Lacan en torno a la juventud, que contribuyen a orientarnos.

“Estoy muy contento de ver a muchas figuras jóvenes, ya que (…) es en (…) estas figuras en las que deposito mi esperanza”[1]. Así se expresaba Lacan en una conferencia que dio en Italia en 1972. ¿De qué esperanza se trata? No de la esperanza inherente a la neurosis universal, sino de aquella que hay que poner en relación con una necesidad de discurso: la necesidad de que exista el psicoanálisis.

Lacan no busca concebir la juventud como una característica, como aquello que se evoca “tan amablemente, tan tiernamente” la juventud. No convoca a la juventud desde una dimensión imaginaria. Recordamos aquí la famosa “Carta a la juventud” de Émile Zola, evocando el Barrio Latino que se encendía “estremeciéndose con las orgullosas pasiones de la juventud, el amor a la libertad, el odio a la fuerza bruta que aplasta los cerebros y oprime las almas."[2]

No se trata en absoluto, para Lacan, de ese lirismo, aunque sepamos que firmó en 1968 una petición cuyo autor fue Maurice Blanchot, en la cual se invocaba “la potencia de rechazo de la juventud, capaz de abrir un porvenir”[3], esa potencia de rechazo que animaba y sostenía esos movimientos juveniles.

Diría que, para Lacan, se trata más bien de una necesidad de discurso, y precisamente porque dice que la juventud es “sensible” al discurso dominante. Si “el discurso analítico hubiera tomado cuerpo”[4] -afirma Lacan en aquella época- se habrían manejado mejor para hacer la revolución. Lo que ocurre a nivel de la juventud es, entonces, una guía para comprender el momento presente. Interpreto que la juventud es como una “placa sensible” a la contemporaneidad.

No es acaso aún más cierto hoy, en estos tiempos de caída de los ideales nítidos, en los que la juventud está como en suspenso, volcada hacia una causa externa a sí misma, a la espera de todo y, por lo tanto, de nada. A la espera de que se le “conceda su deseo”[5], al modo de Hamlet.

En su dirección a la juventud, Lacan -como él mismo lo dice- no hace ninguna propaganda. Verifica así que el discurso analítico no busca dominar, sino mantener su oferta: “Hay una necesidad, en el punto al que hemos llegado, una necesidad, es esto lo que digo, de que haya analistas”[6]. En lugar de ilusiones, ¿qué ofrece Lacan a la juventud? Nada más que la oferta analítica misma.

¿Qué enseñanza podemos extraer de ello? Que se trata de mantenerse o ponerse en sintonía con el mundo tal como va, para que la oferta psicoanalítica suscite una demanda. Con los jóvenes, se habla la lengua de la época. Lacan habló la lengua de su época para que la juventud concurriera a su escuela. Tuvo éxito. Habló de cibernética, integró el vocabulario del marxismo, se dirigió a los alumnos de la Escuela Normal con J.-A. Miller, etc.

Lacan también dio un lugar a la juventud en el corazón mismo del concepto de Escuela y siempre distinguió dos modos de reconocimiento de los analistas: el pase y el control de la práctica. Un analista es el producto de su análisis y, para autentificarlo, Lacan inventó el pase. Esta invención indica claramente su orientación a favor de un modo de reclutamiento que no implica analistas “dormidos en los laureles”, según su expresión. La formación de los analistas tiene su propia temporalidad y no depende de la cantidad de años. Al haber tenido la audacia de concebir esta modalidad de reconocimiento que no implica a analistas de cabellos blancos, Lacan hizo un lugar en la escuela a los más jóvenes, a aquellos que tienen “la frescura de la experiencia”.

Pero también reinventó el control, como formación desestandarizada. Del mismo modo que desestandarizó la cura, desestandarizó el control de la práctica. Para Lacan, el control se impone[7]. Y se impone tanto para los más jóvenes como para los más experimentados. Y por qué Lacan pudo decir de los jóvenes practicantes que “son como el rinoceronte, hacen poco más o menos cualquier cosa y yo los apruebo siempre. Efectivamente, ellos siempre tienen razón”[8]. ¿Por qué? Porque Lacan da prioridad al acto respecto de la palabra. Entonces, solo puede dar la razón a quienes le transmiten su práctica. De esta manera, se distancia de una cura tipo o ideal. Estos jóvenes analistas pueden verificar así hasta qué punto pueden ser libres en su táctica, mucho más que en su estrategia. Recientemente, jóvenes colegas de la Política Juventud pudieron dar testimonio de esto: es a través del control que su deseo se anudó a la escuela: no el deseo de ser analista, sino el deseo de análisis, que es la primera forma del deseo del analista.

Así, para Lacan, la apuesta por la juventud no apuntaba a una esencialización de las edades, sino a la garantía de que los analistas siguieran siendo siempre un poco “rinoceronte”[9]. Dicho de otro modo, que se mantenga para el analista un despertar, una relación a su posición analizante, a su inconsciente.

NOTAS

  1. Lacan, J. “Del discurso psicoanalítico” Conferencia en Milán del 12 de mayo de 1972. Inédito.
  2. Zola, E. (1898) Carta a la juventud en “Yo acuso” Buenos Aires, Tusquets editores
  3. Carta del 10 de mayo de 1968 publicada en Le Monde firmada por 35 intelectuales entre los que se encuentra Jacques Lacan. Inédito.
  4. Lacan, J. “Del discurso psicoanalítico”. Op. Cit. Inédito.
  5. Lacan, J. (1958-59) El Seminario, Libro 6, El deseo y su interpretación, Paidós, Buenos Aires, 2014, p. 397-398.
  6. Lacan, J. “A la escuela freudiana”, Conferencia en Milán del 30 de marzo de 1974. Inédito.
  7. Lacan, J. “Acto de fundación”, en Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 247-259.
  8. Lacan, J. (1975-76). El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2013, p. 17-18
  9. Lacan, J. Ibíd., p.17

Traducción: Laura Valcarce