Abril 2012 • Año XI
#24
Enseñanzas clínicas

Atravesando las puertas del autismo

Claudia Castillo

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Julia Masvernat. Capas 1 (serie copias)
2011. Seriegrafía sobre papel 70 x 100 cm. 713 Arte Contemporáneo. ArteBA 2012. Cortesía de ArteBA fundación.

Atravesando las puertas del autismo, es un libro que aparece en la Argentina por primera vez en el año 1997, donde Temple Grandin, una mujer americana, diseñadora de equipos para el manejo de ganado, relata su experiencia del autismo.

Temple Grandin junto con Donna Williams y otros forman parte de lo que podemos llamar “autistas de alto nivel”, que tal como lo subraya Jean-Claude Maleval no merecen en general, un gran interés por parte de los psicoanalistas. Impulsada por las investigaciones de este último tomé contacto con el libro de Grandin y lo que sigue es un intento de pensar algunas cuestiones que podemos extraer de su lectura desde la perspectiva del psicoanálisis.

Es cierto también que en los últimos años, algunos casos de niños que pueden ser diagnosticados como psicóticos y que permanecieron en análisis conmigo desde el inicio de la escolaridad continuando hasta la juventud, llamaron mi atención.

Se trata de niños con trastornos en el lenguaje, como repeticiones de frases enteras de memoria tomadas de la televisión, con alucinaciones auditivas o no, con un interés especial por distintos aparatos mecánicos, con dificultades para compartir los intereses de los niños de su edad, con apatía o excitación, con un claro cambio de conducta acontecido en los primeros meses de su vida que nos hacen pensar en un desencadenamiento , aunque no pueda ser ubicado, y otros rasgos característicos del llamado “autismo” o de la esquizofrenia cuando aparece en la infancia . Sin embargo, el desenlace del cuadro, su evolución en el tiempo, no es tan sencillo de explicar con las escasas referencias de Lacan a la psicosis infantil, ni con otras teorías que hablan del autismo como un estado transitorio o de “personalidades post-autísticas” o simplemente de “salidas del autismo”.

En principio, habría que señalar los detalles particulares de cada caso, pero sin detenernos en este punto, podemos decir que varios de ellos concurren a la escuela común y han podido alfabetizarse, incluso concurrir a la escuela secundaria, logran tener algunos vínculos con compañeros, siendo mucho más complejo esto último después de la pubertad, han podido establecer una relación más armónica con su cuerpo. Que en el inicio se manifestaba como un cuerpo fragmentado o despedazado en su accionar ocasionando una distorsión tal de la imagen que los hacía aparecer como “raros” frente a los otros. La mayoría de ellos han logrado una cierta pacificación sin tomar medicación. Una de las mejores descripciones de lo que podríamos llamar cierta “estabilización” de estos niños me la dio la madre de una joven a quien conozco desde los 9 años y que ahora tiene 21, y varios de trabajo analítico conmigo. Ella realiza un período de trabajo con una psiquiatra de orientación cognitiva-comportamental, después de ese tiempo vuelve a ser traída y esta mujer dice: “Volvimos, porque cuando Paola estaba en análisis con usted, sin cambiar su estado, era más ella y además el análisis tenía otra presencia en su vida cotidiana”.

El relato del auto-tratamiento de Temple Grandin

Temple comienza describiéndose como una chica rara.

Relata que comenzó a hablar a los tres años y medio, hasta entonces se comunicaba por gritos, canturreos y miradas furtivas.

Uno de los primeros recuerdos de su infancia es un episodio con un sombrero que la madre quería ponerle a toda costa, las diversas sensaciones extrañas que le produce ese objeto sobre su cabeza hacen que la niña lo arroje fuera del auto por la ventanilla de su madre, las consecuencias son que en la maniobra de atrapar el sombrero, esta pierda el control del auto ocasionando un terrible choque. Lo llamativo del acontecimiento es que en ningún momento la pequeña siente temor sino diferentes percepciones fragmentadas de diversos momentos de la situación. A este recuerdo se suma una descripción muy ajustada de su modo de estar en el lenguaje, dice:

“La dificultad para hablar…, era uno de mis mayores problemas, aunque entendía todo lo que decían los demás, mis respuestas eran limitadas. Me esforzaba, pero casi nunca conseguía hablar. Era algo semejante a la tartamudez, las palabras no llegaban a ser pronunciadas.”

Luego, Temple explica de modo detallado siguiendo las huellas de lo contado por la madre la forma de aparición del autismo en su caso. La madre tuvo a la niña a los 19 años, “era un bebe bueno y silencioso”, a los 6 meses notó que la niña ya no era mimosa y que se ponía rígida cuando la tomaba en brazos, incluso una vez la arañó. La madre no entendía su conducta y se sentía herida por las acciones hostiles de la pequeña.

A medida que pasaban los años, además de ese rechazo al contacto, se sumaron la obsesión con los objetos que giran, la preferencia por la soledad, las conductas destructivas, los berrinches, la incapacidad para hablar, la sensibilidad a los ruidos sorpresivos, una sordera aparente y un intenso interés por los olores.

Cuando Temple tenía tres años, la madre consulta a un neurólogo porque la niña no se comportaba como los demás niños.

Se le administran a la niña determinadas pruebas que validan el diagnóstico de autismo, y a pesar de que los resultados no son tan alarmantes, la niña no es “normal”. En ese momento solo se recomienda terapia del lenguaje para que pueda comunicarse. Me interesa resaltar esta vertiente del diagnóstico ya que muchas escuelas insisten en este aspecto, creyendo que una clasificación acertada de este tipo de niños les dará pautas milagrosas sobre qué hacer con ellos. En nuestro país la categoría TGD del DSM IV ha ganado terreno en los últimos años sin que esto tenga mayores consecuencias salvo para discriminar a los que la portan, diciendo: “este niño no es para este colegio”.

En cuanto al lenguaje y la comunicación en Temple, relata que entendía lo que decían los demás pero era incapaz de responderles y que gritar y agitar las manos eran los únicos medios que podía utilizar para tratar de comunicar algo. Cuando hablaba lo hacía con voz apagada, con escasas inflexiones y sin ritmo. Tampoco podía mirar a la gente a la cara y le interesaban poco los otros niños, prefiriendo su mundo interior. Este funcionamiento del lenguaje en los autistas nos remite a los desarrollos de Jean-Claude Maleval que siguiendo a Lacan afirma que no se trata del mutismo en los autistas, sino que estos son más bien “verbosos”, es decir hablan pero con ese lenguaje de cotorra, pronunciando las palabras, pero sin utilizarlas, hay una voz artificial, particular, sin expresividad. Los autistas hablan sacando palabras pero siendo sordos al sentido.

En el caso de Temple, y de otros niños con estas características, hay una sensibilidad extrema a los ruidos, ella relata lo torturante de la sirena de un barco o lo insoportable de las fiestas de cumpleaños con las cornetas y matracas. Lo explica desde la incapacidad de los autistas para manejar estímulos simultáneos, pero creo que podemos pensar que los sonidos externos duplican las palabras que ellos tienen en la cabeza o dicho de otro modo, las alucinaciones que tiene un carácter más o menos vocal.

No hay nada más infructuoso que dirigirle la palabra a un niño autista esperando una respuesta acorde a los modos de intercambio entre neuróticos. Aún cuando entiendan nuestra pregunta o petición, solo nos contestarán en el momento en que estos dichos entren en concordancia con su propio lenguaje.

J-Claude Maleval lo explica del siguiente modo: “Si hay una constante discernible en todos los niveles del espectro del autismo, esta reside en la dificultad del sujeto para tomar una posición de enunciador. Habla, sin problemas, pero con la condición de no decir”.

Respecto del lenguaje es interesante que a Temple la denominaran “parlanchina” ella explica que tenía que ver con su obsesión de formular preguntas y la perseverancia respecto de un tema.

Temple dice: “incluso de noche, estando en la cama, tenía que hablar: contarme cosas a mi misma en voz alta”

Si relacionamos esto último con lo planteado por Lacan en 1975, en la “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, él dice que los autistas se escuchan ellos mismos, que escuchan muchas cosas y esto desemboca en la alucinación, que tiene un carácter más o menos vocal. Siguiendo esta misma orientación Jean- Clande Maleval señala que la voz es un objeto pulsional que presenta la especificidad de comandar la identificación primordial, de tal suerte que ceder sobre el goce vocal implica la inscripción del sujeto en el campo del Otro. Los autistas sufren su soledad y buscan entrar en comunicación pero ¿Cómo hacerlo sin poner en juego el goce vocal?

Dice Temple Grandin ante un comentario referido a su tono de voz menos apagado:

“durante varios días traté de descifrar lo que eso significaba…decidí que al volverme más socialmente perceptiva, mi tono de voz tenía que haber mejorado.”

“Me imagino que ya no lo necesitaba como una defensa contra todo el mundo”.

Temple y la delimitación del cuerpo

Una de las particularidades del relato de Temple Grandin es lo que ella llama la máquina de apretar.

Cuando Temple termina tercer año del secundario va a visitar a una tía en su hacienda de ganado en Arizona, allí descubre una máquina para apretar el ganado, un artefacto que servía para apretar las reces cuando tenían que ser vacunadas, marcadas o capadas. La jovencita le pide a su tía que le permita probar la máquina en ella misma, la presión que ejerce sobre los costados de su cuerpo, en vez de molestarla como los abrazos de algunos familiares, la alivian de sus ataques de nervios. Luego la maquina se convierte en una obsesión para ella.

Por supuesto que al llegar a su escuela y a su casa no fue tan fácil poner en marcha el objetivo de construirse una máquina con el objeto de usarla para calmar sus “nervios” regularmente. De todos modos lo logra , y también llega a darse cuenta de que no es el aparato en sí mismo el que podía lograr efectos tranquilizantes sobre ella. En su libro lo describe del siguiente modo: “Aunque era solo un aparato mecánico, atravesó mi barrera de evitación táctil y pude percibir el amor y la preocupación de esas personas y fui capaz de expresar sentimientos hacia mí y hacia los demás.”

Lo cierto, es que en el relato de varios casos de psicosis infantil el tema de la máquina está presente. Recordemos el caso de Joey, el niño máquina tan detalladamente relatado por Bruno Bettelheim. También Joey tenía un lenguaje pero este no comunicaba. Se podría formular la hipótesis de que en este tipo de casos aparece el lenguaje bajo la forma de lo que Lacan llama “enjambre de S1”, es decir esos significantes no hacen cadena, no aparece la significación fálica que los ordene y les dé un sentido.

La realidad de Joey era la de las máquinas, internado en la institución que dirigía Bettelheim, arrastraba su máquina por todas partes, era un niño robotizado, la electricidad lo mantenía vivo y la energía lo alimentaba.

Se podría argumentar que la máquina, en cualquiera de sus formas, ya sea “la de apretar” o la que daba “energía” permiten a este tipo de niños delimitar un espacio que de lo contrario aparece como un abismo infinito. Eric Laurent ha escrito sobre estos temas, y dice: “Estamos en relación con sujetos que se desplazan en espacios de goce donde el infinito y el costado son iguales.”[1], luego explica lo abismal del espacio cuando la significación fálica no está allí como patrón de medida.

Me parece que el relato de ciertos casos como el de Temple Gradin, que podríamos denominar estabilizaciones del autismo, pueden abrirnos un campo interesante de investigación desde la perspectiva de una clínica que dé cuenta de los modos de retorno del goce. Determinados casos donde cierta pacificación aparece solo bajo la condición de que el sujeto tenga cerca de sí un objeto, como ¿“órgano suplementario”?, nos hacen cuestionar ciertas estructuras clínicas clásicas. Entonces lo que la clínica nos enseña [2] ¿cómo argumentarlo?...

*Temple Grandin, Atravesando las puertas del autismo, Editorial Paidós, guías para padres, Buenos Aires, 2006.
** Trabajo publicado en revista Conceptual. Estudios de psicoanálisis Nº 11, año 10.

NOTAS

  1. Eric Laurent, “Reflexiones sobre el autismo” en Hay un fin de análisis para los niños, Editorial Colección Diva, Buenos Aires, 1999.
  2. Alusión a la actividad del Centro Descartes, llamada “Enseñanzas de la clínica” que tiene como pretensión aislar enseñanzas relativas al saber hacer del analista, teniendo en cuenta la particularidad de cada caso respecto del universal del tipo clínico.

BIBLIOGRAFÍA

  • Jean-Claude Maleval: “De la psicosis precocísima al espectro del autismo. Historia de una mutación en la aprehensión del síndrome de Kanner” en Revista Freudiana Nº 39,
  • Difusión Paidós, Barcelona,2004
  • “Plutot verbeux”. Les autistes”, en Revista Ornicar? Digital Nº 299, Paris, enero 2007.
  • Jacques Lacan: “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, publicada en Intervenciones y textos 2, Editorial Manantial, Buenos Aires, 1988.
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