Enero 2016 • Año X
#31
Consecuencias de la ultimísima enseñanza

La vociferación del parlêtre

Gabriela Camaly

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Gritos

¿Cómo hacer para enseñar lo que no se enseña? En esto precisamente Freud se abrió camino.
Él pensó que nada es más que sueño, y que todo el mundo (si es lícita semejante expresión),
todo el mundo es loco, es decir, delirante. (Lacan, 2011)

La afirmación «todo el mundo es loco» es pronunciada en la pequeña intervención en Vincennes, en 1978. Posteriormente, Miller la recorta y hace de ella la brújula que orienta la última enseñanza de Lacan. Se constituye así el delirio generalizado para todo ser que habla en la medida en la que está habitado por un goce oscuro, imposible de negativizar que, al entrar en los márgenes del lenguaje, sólo puede hacernos delirar. Allí donde Freud dice: «yo, la verdad, hablo», Lacan afirma: «allí donde eso habla, eso goza», y es donde Miller circunscribe que «es la locura quien habla», es ella quien vocifera su goce desde el lugar de «Ya-Nadie».


1. El lugar de «Ya-Nadie»

La afirmación lacaniana de que todo el mundo es loco, es decir, delira, implica que el Nombre del Padre no constituye en tanto tal una garantía contra el delirio, aun cuando verificamos su inscripción simbólica como operador fundamental respecto del goce. Hay un goce que escapa a la operación del lenguaje sobre el cuerpo. Dicho goce ya había sido circunscripto por Lacan en los inicios de su enseñanza, es decir que el problema de aquello que escapa a la mortificación significante no surge como una novedad de sus últimos años. En las últimas clases del curso Todo el mundo es loco al que nos referimos, Miller (2015) se interesa en las referencias de la primera época de la enseñanza de Lacan para situar allí ese lugar desde donde se vocifera la locura en el ser hablante.

En primer lugar, es preciso remitirse al escrito "La subversión del sujeto y dialéctica del deseo" de 1962. Lacan escribe por primera vez el término Goce y lo hace con mayúscula:

Soy en el lugar desde donde se vocifera que "el universo es un defecto en la pureza del no-ser" (P. Valery)… Ese lugar hace languidecer al Ser mismo. Se llama Goce y es aquello cuya falta haría vano el universo. …ese Goce hace inconsistente al Otro… (Lacan, 1985b, p. 800)

En segundo lugar, es en la "Observación sobre el informe de Daniel Lagache", en 1960, donde encontramos que, en este texto, la localización de goce está referida al lugar de «Ya-Nadie». Lacan afirma:

Este lugar no invoca a ningún ser supremo, puesto que, lugar de Ya-Nadie, no puede ser sino de otra parte de donde se haga oír el est-ce del impersonal (en la interrogación en francés), con el que nosotros mismos articulamos la pregunta sobre el Ello. Esta pregunta cuyo significante puntúa el sujeto no encuentra más eco que el silencio de la pulsión de muerte. (Lacan, 1985b, p. 646)

Lacan establece la función de defensa que constituye la estructura del significante respecto de la pulsión, a la vez que sitúa un resto inasimilable como producto de la supresión significante. Es en este escrito, en una nota a pie de página, donde reenvía a una tercera referencia anterior a las otras dos.

En tercer lugar, entonces, tomamos en consideración la conferencia de Lacan en Viena, en 1955, "La cosa freudiana". En esa ocasión, apoyándose en la segunda tópica freudiana, Lacan retoma el axioma «allí donde eso era, yo debe advenir» para mantener la distinción fundamental entre el «sujeto verdadero del inconsciente» y el yo, constituido a partir de una serie de identificaciones enajenantes. El surgimiento del sujeto del inconsciente se produce a partir del advenimiento de un lugar, el mismo en el que Freud situó el advenimiento del ser. Se pone en evidencia que estamos ante una topología del sujeto, aquella que Lacan supo leer en Freud y que reformulará a lo largo de su enseñanza (Lacan, 1985a, p. 399-400). Por un lado, se distinguen el sujeto del inconsciente y el yo, y por el otro, cabe señalar que, a nivel del ello, el sujeto está ausente.

En el curso citado, Miller (2015) acentúa la relación del ello con la pulsión, es decir, con el goce y no con el significante. Si bien está presente la organización del yo en el proceso de defensa, conviene anotar dos precisiones. En primer lugar, constatamos una «inorganización del ello» -subrayamos «inorganización» y no desorganización-, tal como señala Lacan en 1960 (1985b, p. 646). Dicha «inorganización del ello» se debe, en un plano general, a la ausencia de significados, y en un plano más específico, a lo que es imposible de organizar -a diferencia de lo que remite a la desorganización, estado que podría ser organizado por la captación simbólica del desorden en cuestión-. En segundo lugar, constatamos que, a nivel del ello, el sujeto del significante está ausente. En esa ausencia, Lacan sitúa la defensa nombrada por él como "natural": «[…] diríamos que esa ausencia del sujeto que el ello «inorganizado» se produce en alguna parte es la defensa que puede llamarse natural, por muy marcado de artificio que esté ese redondel quemado en la maleza de las pulsiones […]» (Lacan, 1985b, p. 646). En este momento temprano de su enseñanza, la defensa primordial ante el goce consiste en la ausencia del sujeto, o bien, podemos decir, se trata de estar presente bajo la forma de una ausencia, y la escritura correspondiente es: $.

Cuando Miller vuelve sobre los pasos de Lacan, retomando sus primeros escritos, y en el esfuerzo por tratar de localizar la presencia de un goce anterior al lenguaje como elucubración de saber, señala la defensa ya no como «natural» -término de Lacan- sino como «fundamental», y el lugar del Ya-Nadie como relativo al artificio defensivo que proviene de la relación con el significante (Miller, 2015, p. 322). La ausencia del sujeto se establece a la manera de una defensa primordial respecto de lo que Miller nombra como su «relación natal» con el goce, producto del encuentro primero entre lalengua y el cuerpo, lógicamente anterior al sistema del lenguaje (Ibíd., p. 332). Conviene entonces subrayar «relación natal con el goce» porque está en el origen y fundamento mismo de la estructuración del ser hablante


2. La vociferación del parlêtre

Ya-Nadie, entonces, no es el nombre de una persona, tampoco es el nombre de un sujeto, sino que señala la ausencia del mismo. Ya-Nadie es el nombre de un lugar que da cuenta de una topología lacaniana para situar, a su vez, la ausencia del sujeto del significante y la presencia de la relación natal con el goce. Miller afirma: «El lugar de Ya-nadie es sin dudas el lugar del sujeto, pero concebido, nombrado, en tanto redondel quemado en la maleza del goce» (Ibíd., p. 332). El significante, con sus envolturas, hace olvidar que ahí donde se sufre del síntoma, en la plenitud de significaciones envolventes, ahí también se goza, y que ese goce afecta al cuerpo. Ponerse a hablar, tomar la palabra para decir lo que concierne a la intimidad del padecimiento del ser hablante, implica el intento de hacer pasar la maleza del goce por el desfiladero del significante, pero la voz que se vocifera, en su sonoridad más que en las significaciones que la misma transporta, va mucho más allá de lo ella puede decir.

Aún más, la vociferación referida por Lacan, y retomada por Miller en su curso, no sólo no se corresponde con ninguno de los enunciados posibles a nivel del lenguaje, sino que supera la división enunciado-enunciación (Mildiner, 2015). La vociferación sirve para señalar aquello que, no siendo ni enunciado ni enunciación -que siempre responde a un marco de sentido-, se presenta como fuera de sentido respecto del decir. Parafraseando a Clarice Lispector cuando trata de transmitir lo que para ella implica el acto de escribir, escuchar lo que se vocifera desde el lugar de Ya-Nadie implica leer, siempre «entrelíneas», para captar más allá de la enunciación descifrable, lo que resta impronunciable.

Escribir es el modo de quien tiene la palabra como carnada: la palabra que pesca lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, alguna cosa se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, se puede con alivio arrojar la palabra afuera. Pero ahí cesa la analogía: la no-palabra, al morder la carnada, la incorporó. Lo que salva entonces es escribir distraídamente. (Lispector, 1999, p. 385)

En la vociferación, el goce resuena, repercute, palpita, vive. En la vociferación, eso goza. Si hay goce, el soporte es el cuerpo vivo. En la vociferación eso goza, «se goza», del mismo modo en el que Lacan afirma que el cuerpo es la sede del goce. De allí, el axioma que Miller elige como brújula de la última enseñanza de Lacan: «todo el mundo es loco, es decir, delira», estableciendo el delirio generalizado como condición estructural para todo ser afectado por el encuentro traumático con lalangue y sometido a los efectos del lenguaje. Se circunscribe de este modo el nudo implicado en la vociferación: verdad, locura y goce. Allí donde Freud habla de los amores con la verdad enunciados con «yo, la verdad, hablo», Lacan afirma «allí donde eso habla, eso goza» en su doble dimensión, el goce del significante que concierne al sentido y el goce que resta siempre fuera de sentido. Miller, en el curso mencionado, acentúa que «es la locura quien habla» (Miller, 2015, p. 343), es la locura que vocifera porque allí anida el goce del parlêtre.


3. La vociferación del parlêtre concierne a la sustancia gozante

En este punto, es importante agregar una precisión. La vociferación del parlêtre se distingue de la voz del superyó. Para Freud, el superyó se constituye en tanto heredero del complejo de Edipo, a partir de su declinación. De allí en más, las exigencias superyoicas reproducen la exigencia de una renuncia al goce, ya que en él se sostiene una función de prohibición ejercida antaño por la autoridad parental, que pasa al inconsciente, desde donde ejerce su acción sobre el sujeto (Freud, 1924 y 1923). Con Lacan el superyó y el goce se anudan. En "El malestar en la cultura" Freud señala que, ante la renuncia a la satisfacción pulsional, se refuerza la severidad del superyó, es decir que él ya había notado que la instancia superyoica no funciona a favor del principio del placer sino que más bien se articula a su más allá. Esto es lo que le permite a Lacan acentuar que la exigencia del superyó constituye una exigencia de goce: «El superyó es el imperativo del goce: ¡Goza!» (Lacan, 1985c, p. 11).

En muchos pasajes de su enseñanza, se refiere a esta figura obscena y feroz. Sin embargo, Lacan va más allá de Freud al situar, a nivel del superyó, su estatuto estructural, separado de las figuras del mito individual de cada quien. La severidad de dicha exigencia, que parece no tener límite, es lo que Lacan denominó «la gula del superyó», articulado al desvarío de nuestro goce en la civilización (Lacan, 1993, p. 113). En este sentido, el superyó lacaniano se enlaza de manera íntima al pequeño objeto a, en lo episódico de la presencia de una voz no sonora que empuja al goce, a la cual el sujeto se somete. En los años 70, Lacan afirma que a nivel pulsional el sujeto siempre es feliz porque allí siempre se ejerce una satisfacción, aunque oscura. El neurótico es hablado por la voz imperativa del superyó que lo somete a la exigencia de un goce opaco bajo los velos de su articulación fantasmática y, por consiguiente, pasible de ser articulada en términos de sentido a lo largo del trabajo de un análisis.

En el 75, en ocasión de la reescritura de la conferencia sobre Joyce, Lacan sustituye el término freudiano de inconsciente por el de parlêtre, neologismo que inventa para acentuar de manera radical la relación del ser hablante con su cuerpo y el goce que el mismo conlleva. El hablante tiene un cuerpo, no lo es en modo alguno. Tiene un cuerpo con el que habla, y con el que goza: «hay que mantener que el hombre tiene un cuerpo, o sea, que habla con su cuerpo; dicho de otro modo, que parlêtrehablaser por naturaleza» (Lacan, 1997, p. 10). El misterio de la relación entre la psiquis y el cuerpo ha sido un campo de elaboración propio de la filosofía y posteriormente de la psicología; sin embargo, con el último Lacan, la pregunta se desplaza al misterio de la relación entre la palabra y el cuerpo. En este sentido, Miller subraya que, a nivel del parlêtre, sin duda se trata del ser, que «no es ser sino por el solo hecho de hablar». Que al hablar, habla de su goce. Que hablando, goza. Y aún más, es un ser «que habla su goce, cuyo goce es la razón última de sus dichos» (Miller, 2011, p. 146). Desde este punto de vista, centrado en la ultimísima enseñanza de Lacan, ya no se trata del goce de las pulsiones y sus destinos; tampoco se trata de los bordes del cuerpo que, contorneando las zonas erógenas, recorren el circuito de una satisfacción posible; ya no especificamos la sustancia episódica del objeto a capturado en el fantasma. Se trata, más bien, de cernir un goce que concierne al cuerpo del parlêtre, más allá de los bordes pulsionales y de la captura ficcional que el fantasma recrea. En una entrevista reciente, Laurent esclarece este desplazamiento de las pulsiones y el eco del cual ellas provienen, a la sustancia gozante habitando todo el cuerpo:

Así como Lacan fue llevado en su última enseñanza a reemplazar al inconsciente por otra cosa, el parlêtre, que se adapta mejor a lo que es la práctica del psicoanálisis, fue llevado también a reemplazar la pulsión freudiana por el lugar de la sustancia gozante, que va a ser finalmente el cuerpo mismo. (Laurent, 2015)

Es en este sentido preciso, y en el marco del último tramo de las elaboraciones de Lacan, que consideramos que la vociferación del parlêtre -tal como ha sido situada anteriormente- no se corresponde con el empuje al goce del superyó -sin invalidar en manera alguna la conceptualización clásica del psicoanálisis referida a la instancia superyoica-, pero implica otra perspectiva de lectura. Dicha vociferación concierne, en cambio, al cuerpo como sede de goce en la medida en que todo el cuerpo está habitado por la sustancia gozante.


4. La sede de goce es el cuerpo

Sabemos que para Lacan lo imaginario es el cuerpo. Sin embargo, el mismo cambia de registro cuando Lacan pasa a referirse al cuerpo del parlêtre. Ya no es posible reducir el cuerpo a su imagen especular, reflejada en el espejo del Otro. Del encuentro misterioso y siempre traumático entre la palabra y el cuerpo, queda la inscripción de una marca de goce que hace agujero en lo simbólico al constituirse como un acontecimiento, imposible tanto de decir como de imaginarizar. En la Conferencia de presentación del tema del próximo Congreso de la AMP, Miller (2014) afirma que «el síntoma surge de la marca que excava la palabra cuando adquiere el giro del decir y se hace acontecimiento en el cuerpo». Dicha marca constituye una «emergencia de goce» que, por ser intraducible, excluye el sentido. El cuerpo hablante goza, por lo tanto, en dos registros. Por una parte, goza de un goce que entra el desfiladero significante y se asocia al objeto a en el marco del fantasma, es un goce que adquiere sentido y de ese sentido el sujeto puede desprenderse a lo largo del recorrido de un análisis. Por la otra, el cuerpo del parlêtre afectado por el goce, goza de sí mismo, se goza, siendo en este caso una emergencia de goce que permanece fuera de sentido, indefectiblemente. Por eso, si bien la sede de goce es el cuerpo del ser que habla, su goce lo divide. El goce no es unitario, es más bien plural.

Un viejo texto de Miller de los años 80, "Teoría de los goces", escande los diversos goces de los que habla Lacan en su enseñanza. Allí enumera el goce fálico, el goce del Otro, el goce del sentido, el goce del superyó, el goce femenino, el goce del cuerpo articulado al objeto a, el goce del Uno presente en la repetición significante, a la vez que plantea la necesidad de articular esa multiplicidad de goces presentes en la clínica psicoanalítica (Miller, 2009). No hay que olvidar nada de esto, hace parte de nuestro cuerpo epistémico, eso nos ordena, nos orienta, nos permite dilucidar la incidencia del discurso analítico en cada uno de esos modos de gozar. Pero es necesario agregar a lo anterior, a lo ya sabido, la nueva perspectiva en la que Miller pone el acento. En la Conferencia mencionada, acentúa la distinción fundamental establecida por Lacan entre el goce de la palabra, es decir, del sentido, y el goce del cuerpo que se presenta siempre por fuera del sentido posible de circunscribir con los términos del lenguaje.

El cuerpo hablante, con sus dos goces, goce de la palabra y goce del cuerpo, uno que conduce al escabel, otro que sostiene el sinthome. Hay en el parlêtre al mismo tiempo goce del cuerpo y goce que se deporta fuera del cuerpo, goce de la palabra que Lacan identifica, con audacia y con lógica, con el goce fálico en tanto que es disarmónico respecto del cuerpo. El cuerpo hablante goza pues en dos registros: por una parte goza de sí mismo, se afecta de goce, se goza […] por otra parte, […] condensa y aísla un goce aparte que se reparte en los objetos a. Por eso el cuerpo hablante está dividido en cuanto a su goce. (Miller, 2014)

Entonces, en este momento de elaboración y a partir de la reducción lógica que Miller presenta, vislumbramos que la teoría lacaniana de los goces conduce fundamentalmente a ubicar dos regímenes diferentes del goce: el del sentido y el del fuera de sentido, el de la palabra y el del cuerpo. Si hablamos, si estamos enganchados al sentido, no nos queda más que delirar. Si nos desprendemos del sentido, sólo resta la vía de la invención sinthomática como modo de desembrollarse con el goce oscuro que habita al parlêtre. Por la vía del sentido, y porque el mismo nunca se vacía totalmente, es posible llegar a la invención de un escabel, el cual se inscribe en el Otro obteniendo un reconocimiento. En esta línea, podemos proponer que el escabel surge como «un nuevo nombre de la sublimación lacaniana» (Camaly, 2015). En el escabel psicoanalítico -tal como lo nombra Miller- se trata de la sublimación del parlêtre articulada al narcisismo, pero en este caso el narcisismo se desprende de la imagen idealizada del yo para anudarse al cuerpo que goza y que, por eso mismo, hace obstáculo a poder ser reducido a su imagen especular. En cambio, por la vía del fuera de sentido, podemos percibir que implica la vociferación del parlêtre que resuena en el sínthoma porque él es goce opaco irreductible al sentido.

Para concluir, Miller señala, respecto de la enseñanza de Lacan, que ella misma es vociferación. Su enseñanza es, finalmente, aquello que «se dice, se profiere, se profesa, se vocifera. Y para vociferar hace falta el cuerpo… Esta enseñanza se vocifera desde el lugar de Ya-Nadie. Es ahí donde Lacan está plantado» (Miller, 2011, p. 26). El lugar de Ya-nadie aquí ya no se refiere a la ausencia del sujeto como defensa ante el goce -señalada por Lacan en los años 60 y retomada al comienzo de la presente investigación-, sino más bien al desprendimiento del sentido en la producción de un arreglo absolutamente singular del parlêtre con su goce. En esta perspectiva, el lugar de Ya-nadie es también un efecto a producir por el análisis (Laurent, 2011).

BIBLIOGRAFÍA

  • Camaly, G. (2015) Del padre al sinthome de la mano de Joyce en Revista Lacaniana de psicoanálisis de la EOL nº 19. Buenos Aires: Grama
  • Freud, S. (1924/2000) El sepultamiento del complejo de Edipo en Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Freud. S. (1923/2000) El yo y el Ello en Obras Completas, vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Lacan, J. (1985a) Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Lacan, J. (1985b) Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Lacan, J. (1985c) El Seminario, Libro 20, Aún. Buenos Aires: Paidós.
  • Lacan, J. (1993) Psicoanálisis. Radiofonía y Televisión. Barcelona: Anagrama.
  • Lacan, J. (1997) Joyce le sinthome II en Uno por uno 45. Buenos Aires: Paidós
  • Lacan, J. (2011) ¡Lacan en Vicennes! en Revista Lacaniana de psicoanálisis de la EOL nº 11. Buenos Aires: Grama
  • Laurent, É. (2011) El pase y los restos de identificación en Revista Lacaniana de psicoanálisis de la EOL nº 11. Buenos Aires: Grama
  • Lispector, C. (1999) A descoberta do mundo. Río de Janeiro: Rocco. La traducción del párrafo es propia.
  • Mildiner, K. (2015) Plantarse en el lugar del Ya-Nadie en Deseo y sinthome. Consecuencias de la última enseñanza de Lacan. AA.VV. Buenos Aires: Grama
  • Miller, J.-A. (2009) Teoría de los goces en Conferencias porteñas. Tomo 1. Buenos Aires: Paidós.
  • Miller, J.-A. (2011) Sutilezas analíticas. Buenos Aires: Paidós
  • Miller, J.-A. (2014) El inconsciente y el cuerpo hablante en Revista Lacaniana de psicoanálisis número 17. Buenos Aires: Grama
  • Miller, J.-A. (2015) Todo el mundo es loco. Buenos Aires: Paidós
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