Julio 2005 • Año IV
#13
XIV Encuentro Internacional del Campo Freudiano

El deseo del analista

Gabriel George

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Trabajo acerca de la relación del analista a la demanda social. Sus intervenciones y los discursos. El deseo de Freud. El compromiso social del psicoanalista. Pase de analizante a analista. El analista es aquel que pone en acto los principios del psicoanálisis, posibilitado por el deseo del analista. Ubica el compromiso social del analista como las relaciones de los analistas con el Otro y el análisis del analista.

El deseo es siempre de lo particular: se lee entre líneas, no se atrapa sino por sorpresa, estas cuestiones dan cuerpo a la dificultad para aprehender la práctica del analista y su ser.

El analista responde siempre de lado a la demanda, la del paciente, la social. Lo cual es equivalente a decir que no responde para nada a ella, deja que se formule para interpretar el deseo. Responde de manera insospechada, sorpresiva. No responde sin interrogar a quien demanda en su responsabilidad. Va contra el deseo de no saber por qué falla, contra el deseo de no saber de la castración, contra la pura y simple demanda de que las cosas funcionen o “vuelvan" a funcionar mecánicamente; contra la invitación a engañarnos, manteniendo el sueño de la felicidad al precio de lo peor (en los síntomas, los pasajes al acto, la eugenesia, la segregación, la destrucción).

Si pensamos en los cuatro discursos de Lacan y le atribuimos a cada uno un deseo, preguntémonos: ¿En nombre de qué interviene el psicoanalista? ¿Se trata de un compromiso como psicoanalista, como amo, como universitario? ¿Interviene en nombre de un deseo de histérico, de amo, de universitario o de analista?, ¿de una colectividad que le asigna esta tarea?

Creo que lo que nos puede permitir salir del atolladero es plantear que si bien el deseo del analista es producto del discurso del analista, aquel no está abrochado a éste. Más bien ese discurso es echado a andar por un deseo. Es decir, que ante la paradoja de qué vino primero, el huevo o la gallina, yo respondo: lo que vino primero fue el deseo de Freud. La pregunta que se plantea es si el deseo de Freud es el deseo del psicoanalista. El recorrido es el siguiente:

Deseo de Freud, discurso Psicoanalítico, deseo del analista, discurso Psicoanalítico, etc.

(compromiso social del psicoanalista)

Sostengo entonces que, si el deseo del analista no está amarrado a su discurso, lo que le da su unidad al compromiso social del psicoanalista es el deseo del analista y no su discurso. En otras palabras, si bien su deseo de analista parte en primer lugar de su compromiso con el discurso analítico, él puede por las necesidades de la causa, para sostener el discurso analítico, por algún cálculo sobre los efectos, etc., poner en juego su deseo de analista por fuera del discurso analítico como tal, puede utilizar el discurso universitario, amo, histérico.

¿Cuándo se trata de psicoanálisis y cuándo no? Podríamos responder que un psicoanálisis es el tratamiento dispensado por un psicoanalista, pero si entonces preguntamos quién es psicoanalista puede ser igualmente válido decir que es aquel que hace psicoanálisis.

Estas dos respuestas no son simétricas. La primera hace énfasis en el ser del analista y la segunda en el acto. Una tercera respuesta dice que analista es aquel que ha llevado su análisis hasta el final.

A diferencia de la primera respuesta, que supone el ser del analista, las otras dos ponen en juego al deseo del analista. Lacan considera que éste puede leerse no sólo en el acto en el que involucra a un analizante (o en el que un analizante lo involucra a él), sino también en aquel que puede leerse en el atravesamiento del dispositivo del pase, pase de analizante a analista.

Hay otra respuesta bien trabajada estos últimos años en la AMP [1]. Se puede considerar como psicoanálisis a toda experiencia que ponga en juego los principios del psicoanálisis. También que psicoanalista es aquel cuyo acto pone en juego esos principios.

No se trata de principios de una técnica, sino de una acción que es analítica. Esta diferencia apunta a separar la formación del analista de un aprendizaje y a situarla, como también a su acción, del lado de la ética. Del lado de la técnica está el aprendizaje, las actitudes, la inteligencia; del lado de la ética, el deseo.

Pero esta respuesta está relacionada con las anteriores que ya habíamos visto, pues no hay aplicación posible del psicoanálisis, puesta en juego de sus principios, sin el deseo del psicoanalista. Quizá pueda ser más claro si llego a decir que no hay otro principio que pueda marcar un compromiso social cualquiera como siendo de un psicoanalista, más que la presencia misma de eso que llamamos con Lacan deseo del analista.

Al compromiso social del analista lo entiendo como la relación de un analista, o de los psicoanalistas, con el Otro –siempre que el deseo que marque esa relación con el Otro ponga en juego los principios del psicoanálisis. Y esto por ser deseo del analista y no del sujeto, ni del amo, ni del universitario.

No hay acto analítico, ni ningún otro compromiso del psicoanalista como tal con el Otro, sin el análisis del analista, porque es en ese análisis que el analizante practicante podrá separar lo que en un principio estaba unido: su deseo de practicante de su deseo neurótico.

Pero en el análisis del analista no se pierde completamente su vínculo con la neurosis del analista. Siempre es posible que el fantasma del analista interfiera en la conducción de sus casos.

Este es el origen de la contra transferencia. La salida de los lacanianos no es hacer de las producciones del inconsciente del analista la verdad del sujeto analizante, como tampoco un análisis infinito del analista, sino una formación infinita y un control del acto analítico permanente.

Deseo del analista es también cuestionamiento de lo que del deseo del sujeto obstaculiza el acto psicoanalítico, por más letrado que sea en la técnica psicoanalítica, incluso en sus principios.

$ ◊ a d. Neurótico

resto control

Separación

Atravesamiento del fantasma

Deseo del analista

Lo que el psicoanalista extrae primero de la experiencia que él mismo ha debido atravesar, luego de su práctica, es que no hay armonía posible entre el sujeto y el Otro; que no se puede acallar el malestar del sujeto con objetos, ni con el saber como objeto.

El psicoanálisis se opone a la promesa de felicidad, sin embargo, no podría comprometerse socialmente sin verse involucrado de alguna manera en esa promesa. La sociedad es promesa de felicidad, al menos para quienes sean buenos, capaces, fuertes. Y si no lo son, si les falta alguna de estas cualidades por algún defecto, ¡Vaya a ver a un psicoterapeuta! ¿Y por qué no a un psicoanalista?

¿Cómo estar ahí, recibir el sufrimiento del sujeto, sin amordazarlo? ¿Cómo rechazar la demanda de ser instrumentos del Ideal de felicidad social (cuyas buenas intenciones conducen a lo peor) sin segregarnos? ¿Cómo intervenir, no para esconder sino para revelar los determinantes sociales de los síntomas actuales y al mismo tiempo mantener el lugar y la existencia del psicoanálisis en el mundo?

¿Cómo lograremos que aquellos que dirigen la política, que dictan las leyes, no dejen fuera al psicoanálisis, aún si éte no tiene otra forma de comprometerse socialmente que sea fiel a sus principios que no sea mostrando lo que oculta, no sólo el sujeto, sino también el discurso social?

NOTAS

  1. Asociación Mundial de Psicoanálisis.
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