Julio 2005 • Año IV
#13
Dossier V Congreso de la EBP

Aplicar el psicoanálisis a la terapéutica y acceder al resto como imposible

Maria do Rosario do Rêgo Barros

Bajar este artículo en PDF

La acción lacaniana en la civilización del objeto a convoca a los analistas lacanianos a decir cómo hacer de lo real su referencia en la práctica clínica terapéutica. El psicoanálisis aplicado recibe, hoy, situaciones clínicas donde el semblante que da vigor en los lazos sociales, en la búsqueda y en el uso de los objetos de goce, niega su relación con lo real.

El empuje actual al "todo es semblante" hace entrar al objeto sustituíble en una serie de equivalencias que impide la relación del sujeto con la singularidad de su goce. El psicoanálisis aplicado nos enseña a no desistir de la relación entre goce y deseo, bajo pena de quedarnos tan sin rumbo como los individuos de nuestra época.

En la última clase de su curso de 2004, Jacques-Alain Miller sitúa la función separadora del objeto a, y nos invita a ubicar, en el escrito "Subversión del sujeto y dialéctica de su deseo...", lo que Lacan sabía –pero no quiso decir y que antecede a la escisión institucional de 1964-: el objeto a, en su irrupción real, hace que lo extraño tenga una función de separación, articulando deseo y goce. La enseñanza de Lacan se dirige, a partir de allí, a pensar la castración como experiencia de vivificación del cuerpo por la vía de una pérdida: "la castración significa que es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo". Miller nos lleva a considerar la Triebregung, en el Seminario dedicado a la angustia, como el antecedente del plus de gozar. Localizar la emergencia del objeto a en el afecto de la angustia, permite pensarlo como operador de separación, evitando que queda apresado en el impasse del deseo como mortificación.

Una paciente trae de forma dolorosa y angustiante la paradoja de su síntoma: tener que dar clases y no lograrlo. Dar clase es uno de los requisitos de su trabajo. En un primer momento, lo que aparece es que ella no quiere dar clases porque se obliga a eso al tomar la demanda del Otro, o incluso su oferta, como un imperativo. Eso genera enorme sufrimiento: ella padece y se queja de depresión. Lleva en la cartera un antidepresivo prescripto por el cardiólogo, pero se niega a tomarlo. Su sufrimiento es reforzado por la idea de que ella depende de las clases para su éxito profesional y su lugar en el grupo social que frecuenta. Acepta la invitación para dar clases y eleva al máximo su angustia.

Intervengo preguntando sobre lo que está en causa en ese "sí" al pedido del Otro. Y agrego: el "sí" fue dado por usted, no fue el Otro el que la obligó. Pienso que esa pregunta sobre la causa de su "sí", hace corte en imperativo de éxito profesional que tomaba cuerpo como goce del Otro, de forma anónima, igual para todos los del grupo. Se devela así un punto de identificación: "soy aquella que tiene que dar". El significante "dar" fue aislado como causa de su "sí", lo que le daba consistencia, su forma primordial de goce y, al mismo tiempo, de sufrimiento. Aparece entonces la paradoja del síntoma: satisfacción en el dolor. Mi intervención, al hacer aparecer la disyunción entre menos phi y a, rompe el velo del i(a) que impedía ver el a, el goce que le es singular y hasta entonces insustituíble. El goce de dar, desconocido, extraño para ella misma, aparecía en el campo del Otro como goce del Otro, que la devora y la destituye de su deseo, en la medida en que el dar como imperativo se reducía al semblante repartido de éxito, sin anclaje en el goce de cada uno.

Cuando el plus de gozar irrumpe en disyunción a la complementariedad de la imagen en el deseo del Otro, se desencadena la angustia, pero también puede –como en el caso de esta paciente- producir un nuevo viraje del síntoma, no para dejar de dar o dar por obligación, sino para dar "no todo", como "no toda". Fue posible articular el a al no-todo, que no es la falta del Otro como menos phi, sino un agujero, un agujero estructural. El dar como i(a), impedía ver el goce del dar que no tenía simetría con la falta del Otro.

La emergencia del a en lo imaginario, su irrupción en la escena especular, solo se puede dar como falacia, y es lo que lleva a Lacan a hacer la disyunción entre lo verdadero y lo real. El deseo como verdadero y lo real como goce. Articularlos permite que la causa pueda operar en lo simbólico como distinta de la Ley, como efecto de corte. Cuando eso no sucede, el sujeto parece determinado solo por el ordenamiento significante que puede llevar al analista y al analizante a una búsqueda sin fin de lo que condiciona su comportamiento, comanda su destino, refuerza su insuficiencia.

Lo real del goce es la llave que nos ayuda a leer el Seminario sobre la angustia y concebir, en el psicoanálisis aplicado a la terapéutica, su atravesamiento como forma de realización subjetiva. El psicoanálisis aplicado da, así, la verdad del psicoanálisis puro: el resto como imposible.

Traducción: Marina Recalde
Versión revisada por la autora

El Caldero Online Cuatro+Uno EntreLibros
La Red PAUSA ICdeBA IOM2
EOL Wapol FAPOL Radio Lacan