Agosto 2004 • Año III
#10
Jornadas Anuales de la EOL

La angustia y la certeza

Ricardo Seldes

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Lorena Cabrera

Una forma de espera

La angustia es considerada por Freud y señalada por Lacan como una excepción entre los afectos. Es el afecto que no engaña, a diferencia de los otros que revisten el carácter de senti-mientos.

¿Cómo saber que se trata de la angustia? Es evidente que es el sujeto quien transmite ese estado afectivo, displacentero, también aparecen en otros como la tristeza, el desánimo, el desconsuelo, el abatimiento, la depresión (ahora con mucha prensa), la amargura, la exasperación, la desesperación... Cuando alguien nos refiere su angustia, implica que ya ha tomado cierta distancia con respecto a la vivencia que experimenta, está más del lado de su sintomatización.

La angustia es algo inquietante, la mejor descripción la encontramos en Freud en su artículo sobre lo Unheimlich. Se trata de algo que sucede súbitamente, es la entrada en la dimensión de lo siniestro, algo que puede ser muy breve, un flash. En Lacan encontramos la definición de la angustia en un apólogo: es la espera de que algo sucederá. Estamos en el teatro, en la escena del mundo, se apagan las luces, se está por levantar el telón. Se trata de un brevísimo momento de angustia sin el cual nadie podría captar el valor trágico o cómico de lo que sucederá. Es una brújula. Los elementos constitutivos están todos allí: tenemos un marco significante, una espera, el campo propicio para que aparezca el afecto correlativo a esa espera del Otro. La angustia es esencialmente un corte, sin el cual el significante, su funcionamiento, su surco en lo real es imposible. Pero esto que es sólo un instante, que inmediatamente queda elidido por quedar tomados en la escenificación, demuestra qué sucede cuando en el marco significante aparece lo más cercano, lo heim, el huésped pero bajo su otra dimensión, lo más extraño, el objeto.

 

La dimensión del acto

Cuál es la dimensión que se avecina a este momento de corte, de estupefacción, de suspensión inclusive. Es la de la acción, la línea del acting out, del pasaje al acto y por supuesto la del acto que es la que arranca a la angustia su certeza, actuar es operar una transferencia de angustia, señala Lacan en la clase 6 del Seminario X.

Pienso que aquí me detendrán para decirme o recordarme lo que más de una vez expresé de manera aforística: que toda actividad humana se despliega en la certeza, o aún que ella engendra la certeza o, de una manera general, que la referencia de la certeza es esencialmente la acción.

¿Cómo calibramos en psicoanálisis una tal noción, la de la certeza?

No se trata de oponer certeza a realidad y pensar en mundos irreales. En la realidad de su alucinación, el loco no cree, plantea Lacan en el Seminario III, " El sujeto admite, por todos los rodeos explicativos verbalmente desarrollados que están a su alcance, que esos fenómenos son de un orden distinto a lo real, sabe bien que su realidad no está asegurada, incluso admite hasta cierto punto su irrealidad". Pero, a diferencia del sujeto normal para quien la realidad está bien ubicada, él tiene una certeza: que lo que está en juego —desde la alucinación hasta la interpretación— le concierne. Esto es esencial de captar, ya que está claro para nosotros que un fenómeno elemental implica en toda la escala que va de la benevolencia a la malevolencia y significa para él algo inquebrantable.

Lo interesante de un fenómeno elemental, es que ese signo de la realidad que para los demás pasa desapercibido, esa voz en la TV que todos escuchan sin oír, eso le concierne, y eso es más llamativo cuando justamente mantiene para el sujeto un carácter enigmático. Luego podrá intentar explicarlo con diversos argumentos lo que suele dar el sostén del delirio. El sujeto no comprende lo que le ocurre pero lo transmite, encuentra que hay allí una verdad irrefutable. La certeza implica por supuesto que no precisa de grandes referencias de la realidad, al contrario esos pequeños guiños enigmáticos de lo real son dirigidos a él, surgen de él, y posiblemente le cambian la vida partir de ese momento.

 

Angustia, certeza y enigma

Tomamos entonces la relación que podemos establecer entre la angustia, la certeza y el enigma. Si lo pensamos en términos lingüísticos un enigma es una enunciación cuyo enunciado se desconoce. Pero si hay una enunciación es que hay alguien de quien proviene. Ya habíamos dicho que es al sujeto a quien le concierne.

Entonces tenemos que decir que proviene del Otro, del campo del Otro. Pero con una característica especial, que eso, ese signo me concierne es decir quiere decir algo aunque no sé qué. Es la pura intencionalidad del significante. ¿Por qué esta significación de significación es certeza? Porque cuanto menos sé que quiere decir más eso quiere decir algo. Es el colmo del sentido. El enigma con la certeza de significación que implica produce una ruptura, un corte en el espacio semántico. Podemos ver la cercanía que existe entre el efecto de certeza de la significación en la psicosis y lo que surge como angustia en el campo del Otro, específicamente en el deseo del Otro. El Otro desea algo pero no sé qué es.

¿Por qué la angustia no engaña? Al decir que está en relación al deseo del Otro decimos No sé lo que soy como objeto para el Otro. La angustia, se dice, es un afecto sin objeto, pero esa falta de objeto hay que saber dónde está, está de mi lado. El afecto de angustia está en efecto connotado por una falta de objeto, pero no por una falta de realidad. Si no me sé más objeto eventual de ese deseo del Otro, ese otro que está frente a mí, su figura me es enteramente misteriosa sobre todo en la medida en que esa forma que tengo delante de mí no puede en efecto tampoco estar constituida para mí en objeto.(Seminario IX, clase 16).

La angustia entonces no engaña porque al enfrentarse el sujeto al significante enigmático del deseo del Otro, el sujeto no puede deslizarse en la cadena significante. Con eso lo que estamos diciendo que lo que engaña, lo mentiroso por ejemplo de los afectos es que pueden desplazarse, sustituirse y además nos permite entender que lo que fundamentalmente engaña es la relación del significante con el significado. Cuando estamos frente al significante enigmático que juega solo su partida, sea en el fenómeno elemental, sea frente al deseo del Otro, allí tenemos la certeza, eso quiere decir algo y no se sabe qué. La angustia no engaña porque no dice que es el objeto, se relaciona con la falta en el Otro, y tampoco dice que es ésta, no sostiene su discurso. La certeza es el lado denso del significante y de su significación. En el enigma del deseo del Otro el sujeto pierde la posibilidad de deslizarse en su terreno, como dice Heidegger en El ser y el tiempo el sujeto se angustia cuando no está en su casa. Y la casa del sujeto es el significante que le da la liviandad que asegura su falta en ser. La angustia apunta al ser, y esto es lo que impide la sustitución mentirosa de los otros afectos. Frente al S1, el significante enigmático que juega sólo su partida, en el fenómeno elemental o frente al deseo del Otro, el afecto que se despierta, que apunta al ser del sujeto, es la angustia con su certeza de que eso quiere decir algo aunque no sepa qué es. El sujeto queda suspendido, evidentemente, por ese goce que le concierne. Tenemos entonces que la causa de la angustia es la proximidad del objeto que se presenta como real, es decir que no es especularizable ni significable, sino anterior a cualquier objeto de la percepción de la realidad, mas bien cercano entonces a la causa del temor según Freud: la propia libido. Cuestión que se ve particularmente en las fobias en donde el peligro interior es ubicado como peligro exterior y desde allí puede ser calculable según las leyes del significante.

 

Temporalidad en la angustia

¿Cuál es la temporalidad de la angustia? La espera de la angustia no es de tranquilidad, es el tiempo de la inminencia. Es la presencia del sin límite. En los tiempos lógicos la angustia surge en el momento de concluir y ahí entendemos la dimensión del acto. Hay una dimensión temporal como en el apólogo del teatro. Es justamente en donde culmina la tensión temporal que la certidumbre se anticipa. Sin la angustia el proceso lógico iniciado en sus escansiones no se desencadenaría ni se encontraría la salida. La angustia se inscribe sobre el sesgo del acto. Es de la libido que está presente ahí bajo la forma de angustia lo que propulsa al sujeto para el acto. En definitiva la angustia es lo que no engaña porque pone a los parlêtres frente a lo real. La angustia como señal, indica que hay un acto para realizar, mejor que sea el bueno, pero es el acto el que produce el alivio.

Dosificar la angustia no es suprimirla, tal como lo proponen los que quieren encontrar sus remedios. La ética del Psicoanálisis, que es una ética del goce no apunta a esconder que el parlêtre tiene un lazo estrecho e indisoluble con el goce.

Si admitimos que la creencia en el neurótico es que el Otro quiere su castración, se explica así que habría una estrategia indirecta para hacer inútiles esas defensas.

Freud tocaba el Nombre del Padre para disolver la angustia, dando un sentido simbólico al síntoma apuntaba a reducir la satisfacción real que procuraba. El síntoma puede desaparecer por la interpretación pero la angustia continuar. Es la inconsistencia del Otro, su desuposición lo que en muchos casos comanda la reducción de la angustia. En otros simplemente su localización. Dosificar la angustia también es suscitarla, cuando la experiencia analítica así lo requiere.

 

Ante los nuevos síntomas

¿Qué podemos decir de la clínica de los nuevos síntomas, que parece configurarse en un más allá del principio del deseo? El impulso que tiene en la sociedad el objeto gadget, lima considerablemente el problema de la verdad y el de la falta que aquejan al sujeto del inconsciente. La debilidad estructural y generalizada de la metáfora paterna con sus efectos de retorno del goce en lo real impide reducir los nuevos síntomas al régimen significante de una formación del inconsciente, y tienen más bien las características de lo que hace a una clínica del pasaje al acto.

Suelen ser los casos en los que el sujeto dispone de una relación no velada con el objeto que condensa su goce, y que puede manifestarse de manera súbita con una angustia extrema, podríamos decir una desesperación. Es un objeto que muestra lo que le falta al sujeto, lo propio del consumismo, que no tiene en cuenta al sujeto sino la producción de nuevos objetos. O en todo caso son los objetos los que dividen al sujeto, más al modo de la perversión y de ningún modo para guiarlo según la metonimia de su deseo.

Cuando pensamos que actualmente no vivimos bajo el reino del padre, y lo que liga al psicoanálisis con su mito, es que la estructura del todo cedió a la del no-todo, en tanto no hay nada que constituya una barrera, lo prohibido. El no-todo implica en términos generales la precariedad de los elementos. La pregunta es si ante la individualidad creciente que afecta el modo de vivir en comunidad bajo la forma de sujetos desamarrados, dispersos, y que exige a cada uno vérselas como puede para inventar una salida, ¿qué características tiene ese estado de certeza que llamamos angustia cuando el marco del escenario está pluralizado, multiplicado? El estilo de vida otaku es la expresión de una salida en la búsqueda de zonas restringidas de certezas, que aporten las referencias que faltan en pequeños grupos de expertos (ver en la Revista Lacaniana de Psicoanálisis nº1, la clase de J-A. Miller El inconsciente es político). En tanto definimos a la angustia como el afecto que surge a partir de la pregunta por el deseo del Otro, podemos decir que la angustia es siempre social. Y quizás podamos dar un paso más al señalar que en tanto el Otro no existe, es la angustia lo que hace lazo, y a veces el pánico o el terror. En la medida en que se verifica el Otro en su inconsistencia, son los afectos los que hacen lazo social hasta el punto de lo que no engaña, o sea la angustia. Por eso decimos que la época de la inexistencia del Otro está marcada por este tipo de formas de vida yuxtapuestas bajo la forma de comunidades que deben tener un fuerte rasgo de identificación.

Por esta razón es que valoramos aún más la función de la angustia en la práctica analítica, ya que quien demanda un análisis debe, en cierto modo, deponer sus identificaciones comunitarias. El análisis es la búsqueda de una certeza, aún en forma hipotética, y la misma transferencia es la que restituye al sujeto una zona de certeza. El análisis hace trabajar la incertidumbre pero en el marco de una certeza que atañe al síntoma como modalidad de goce, en tanto puede ser tramitado por el sujeto en la experiencia.

El psicoanálisis deviene de este modo una burbuja de certeza.

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