Marzo 2004 • Año III
#9
La opinión ilustrada

Cosas que maravillan

José Nun

Bajar este artículo en PDF

José Antonio Berni
Kenneth Kemble
Buenos Aires, 1999

El análisis de José Nun, prestigioso politologo, sitúa inicialmente una pluralización necesaria del concepto de derecha e izquierda, lo que le permite ubicar diferencias entre por ejemplo una derecha liberal moderna, un nacionalismo fascistoide, y el neoliberalismo de la década pasada. Ubica luego una paradoja que consiste en que si la derecha generalmente estuvo ocupada en conservar los valores del pasado o bien los derechos presentes, mientras que la izquierda apostaba al futuro, actualmente se produce la relación inversa: la derecha neoliberal promete a cambio de ajustes y despidos, un futuro de prosperidad, y la izquierda añora un pasado perdido de reivindicaciones laborales y sociales logradas.

El autor logra situar aquello que la izquierda no sabe que sabe. Y qué hacer con ese saber.

Los españoles hablan de "derechas" e "izquierdas", en plural. Tienen razón. No es lo mismo un nacionalismo fascistoide de derecha que una derecha liberal moderna; ni una izquierda democrática y abierta al cambio que otra dogmática y parapetada en sus verdades de manual. Derechas e izquierdas, entonces, para introducir una paradoja que hasta ahora ha pasado inadvertida. (Los romanos no decían "paradojas" sino "cosas que maravillan". Aquí se verá que no les faltaba motivo).

Simplificando al extremo, durante más de un siglo el futuro ocupó un lugar muy menor en el imaginario de nuestras derechas: para la derecha reaccionaria, se trató siempre de desandar camino y de volver a un pasado cuanto más hispano, católico y jerárquico, mejor; para la derecha conservadora, en vez, había que defender por todos los medios un presente de derechos adquiridos e intereses creados y, en todo caso, se concebía al porvenir como una mera prolongación de lo actual.

A la inversa, fuesen reformistas o revolucionarias, las izquierdas apostaban invariablemente al futuro, momento en el que se consumarían sus ideales emancipatorios. Cómo se llegaría a ese momento, era otro asunto. En esto, el stalinismo constituyó la variante más brutal: una dictadura implacable, poseedora del secreto de las leyes científicas de la historia, estuvo dispuesta a sacrificar varias generaciones para que los trabajadores pudieran disfrutar algún día de un destino feliz que nunca fue.

Y aquí interviene la paradoja que ciertamente maravilla. En los últimos años, esos roles se han permutado: las derechas (no las más reaccionarias, claro, pero éstas cuentan poco) se obsesionan ahora con el futuro mientras que una parte significativa de las izquierdas se autodenomina progresista pero siente una irreprimible nostalgia por el pasado.

La expresión más radical y difundida de lo primero es el neoliberalismo, que extendió por el mundo su "pensamiento único" mientras los posmodernistas seguían afirmando que se había acabado la era de los grandes relatos. (Los argentinos nos privamos de esta otra paradoja menos que nadie). Las semejanzas entre el neoliberalismo y el stalinismo son llamativas: nos hallamos nuevamente ante un repertorio de verdades universales sólo conocidas por los expertos, que han exigido (y exigen) el sacrificio de millones de vidas humanas en los altares de la flexibilización y la desregulación para conducirnos así a una sociedad de trabajadores felices que hoy ya casi nadie se atreve seriamente a imaginar.

¿Y las izquierdas? Explícitamente o no, las recorre desde hace tiempo y en grado diverso la esperanza de un retorno a otras épocas (los "treinta años gloriosos", en Europa; el primer peronismo, en la Argentina) en las cuales hubo pleno empleo, salarios razonables, estabilidad laboral y políticas sociales que protegían a los trabajadores. Curiosamente, eran tiempos en que muchos de los nostágicos de hoy luchaban contra el orden establecido en nombre de un futuro mejor.

Tal paradoja no es difícil de explicar. Por vías republicanas o no (pienso en el populismo peronista), en muchos países capitalistas los trabajadores habían adquirido en la posguerra un poder que sus patrones consideraron excesivo y que, según sus ideólogos, conducía necesariamente a la ingobernabilidad. De ahí que el presente se volviera cada vez más insoportable para las derechas y que buscasen generar cambios drásticos a fin de conjurar el peligro. Sólo que, si pretendían ganar elecciones, estos cambios debían invocar el bien común y no la defensa de intereses particulares que realmente eran. Se volvía inevitable así el recurso al futuro. ¿Cómo justificar si no la caída de los salarios, los recortes del gasto social, los despidos, la pauperización generalizada, el crecimiento dramático de la desigualdad? Era el precio que supuestamente había que pagar para que después reinase la prosperidad. Han pasado más de dos décadas, ya estamos en el futuro y el derrumbe argentino vale de muestra. A pesar de lo cual, las derechas siguen pidiendo más ajustes y prometiendo un porvenir venturoso.

En cuanto a los sectores más sensatos de las izquierdas, lo que desarmó su discurso del progreso fue menos la caída del muro de Berlín que los cambios profundos experimentados por la sociedad. Como exageró alguien, finalmente no se emancipó el trabajo del capital sino más bien al revés. En un contexto de desempleo masivo, el debilitamiento y la fragmentación creciente de los sectores populares y la internacionalización de una gran burguesía que se fortaleció más que nunca le quitaron sustento a las viejas explicaciones. Y los múltiples focos de resistencia y de lucha que emergieron no lograron articular hasta ahora programas nacionales alternativos. Éste es el caldo de cultivo de las añoranzas.

Creo, sin embargo, que las-izquierdas-que-aprenden-de-la-historia (de las otras no vale la pena ocuparse) no saben que saben que ese retorno es imposible. Han cambiado demasiado el país y el mundo. Resolver problemas como la desocupación o la desigualdad exige revisar y replantear los modos mismos en que hoy se produce y se distribuye la riqueza, so pena de recaer en la trampa de un "crecimiento empobrecedor". Hay que someter a crítica todas las ideas recibidas, desde la de desarrollo hasta la propia noción de trabajo asalariado. No necesariamente para rechazarlas sino para renovarlas. El reformismo puede ser hoy revolucionario si estimula la inventiva social y moviliza las energías del pueblo en un gran proyecto colectivo que haga compatibles la igualdad y la diferencia. Ésta fue siempre la principal tarea de las izquierdas (se llamen "progresistas", de "centro-izquierda" o "nacionales y populares"). Pero no podrán cumplirla si miran demasiado hacia atrás en vez de pelearle palmo a palmo el futuro a las derechas.

El Caldero Online Cuatro+Uno EntreLibros
La Red PAUSA ICdeBA IOM2
EOL Wapol FAPOL Radio Lacan