Diciembre 2001 • Año I
#4
Dossier

Angurria, épica y amor propio

Mónica Torres

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Julieta Espósito
Sin título. 2005.
Fibra y acrílico sobre madera.
20 x 20 cm.

Tomando un término que puede caracterizar la época –tiempos de angurria- , Mónica Torres no duda en servirse de él para indicar allí el problema que representa para una lógica de escuela el sostenerse en el amor propio. Su apuesta ética es indudable: el deseo, como siempre perturbador...

He releído el Uno por Uno titulado "La hora del debate". Escribíamos allí acerca del momento previo a decidirnos por la Escuela. Faltaba en la Argentina el dispositivo que inscribiera el fin de análisis en el discurso analítico, y finalmente el entusiasmo pudo más que las vacilaciones. El pase hizo necesaria la Escuela.

En el texto que escribí por aquellos días y que titulé "El reloj blando de cada quien", citaba un párrafo de "Televisión" que resulta muy actual: "Eso ayuda a los analistas carentes de pase (...) quienes por no querer saber nada, digo del pase, lo sustituyen por otras formalidades, que pueden ser las de grado, bastante elegantes para ubicar a aquellos que despliegan más habilidades en sus relaciones que en su práctica".

Me preocupaba desde entonces –me di cuenta–, el tema de la práctica.

Una vez que logramos la Escuela nos llevó un tiempo más instalar el dispositivo del pase.

Recuerdo el momento en que votamos los primeros carteles del pase y "el sueño entró en la historia" –como dijo uno de nosotros.

Pasado ese momento épico nos enfrentamos hoy, en la Argentina y en el mundo, con una época a la que, un analizante especialmente perspicaz calificaba como "tiempos de angurria". El analizante en cuestión no es analista, trabaja en el ámbito de las finanzas y utilizó el término "angurria" para referirse a lo difícil del momento actual, en particular en la Argentina.

Esta contingencia rescató para mí esa palabra del olvido y me pareció que era un término que subrayaba bien la angustia de nuestro tiempo.

¿Qué porvenir para el psicoanálisis en tiempos de angurria?

Nuestra Escuela se encuentra abocada hoy a poner en cuestión la práctica, una vez instalado el pase. Habíamos podido constatar, para nuestra sorpresa, en los carteles del pase, que el pasante hablaba poco y nada de su práctica. Más preocupados por su propio caso, fueron pocos los pasantes que trataron de verificar la distancia que siempre hay entre el deseo del analista y su práctica, entre el analizante y el practicante. Este año toda la Escuela se ha puesto a trabajar la cuestión de la práctica del analista y sus efectos de formación.

Hay que decir que este momento no tiene la impronta épica de la fundación y que otros son los desvelos del practicante concernido, en este diciembre, diez años después de la fundación de la EOL.

Para mucho de nosotros ese momento tuvo algo de revolucionario ya que había que lidiar con la angurria de los grupos que, desde hacía ya en ese entonces varios años, trataban de fundar una Escuela sin conseguirlo. Fue gracias al elemento más uno que la tendencia a la dispersión y al "cada uno contra cada hijo de vecino" fue superada y pudimos lograr el "todos nosotros".

Sin embargo, una y otra vez reaparece la amenaza del "cada uno para sí y cada uno contra todos".

Pero no es en "los otros" en quienes hay que buscar esa amenaza. La ética del psicoanálisis no es una ética del amor propio. La ética del psicoanálisis sabe que la verdad de Kant es Sade. Desconfía por lo tanto del "para todos" pero desconfía también del amor propio; ya que finalmente la ética del "para todos" es la misma que la del amor propio.

El analista está sólo también en la Escuela. Esta Escuela que tanto habíamos querido no nos alivió de la soledad. Pero hay soledades y soledades.

Estos diez años de soledad en la Escuela nos han enseñado a avanzar de otra manera en relación a la causa analítica. Es asunto de cada uno luchar contra la angurria que a veces toma la forma de la ley para todos y no es más que una de las máscaras del superyo, ya que el universal está al servicio de la voluntad de goce. Y su aparente contracara, el anarquismo, suele esconder siempre algún jefe de la horda disimulado, como nos lo recuerda Miller en "Teoría de Turín sobre el sujeto de la Escuela". Con lo que el amor propio resulta ser otra versión de la angurria.

Así que la verdadera tarea a darse en una Escuela es la de luchar contra el amor propio que se opone a lo hétero.

El dispositivo del pase es, por definición, el mejor lugar para esta tarea. Pero hay otros. Cada lugar en la Escuela es propicio para librar esta batalla. Es en este sentido que el momento épico no ha terminado. El deseo, para siempre perturbador, nos indica la buena dirección. La dirección que aún en tiempos de angurria permita una nueva primavera para el psicoanálisis.

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