Noviembre 2020 • Año XIV
#39
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El trauma: momento de crisis por excelencia

Guy Briole

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Ilustración: Ezequiel Sarudiansky
Instagram: @_zek3_

Aunque crisis no sea, en sí mismo, un concepto psicoanalítico, es una cuestión seria para el psicoanálisis. Se define, de manera general y en ámbitos diferentes, por ser un acceso brusco, un desequilibrio, la manifestación acentuada de un sentimiento, etc. Para el psicoanálisis, la crisis es, ante todo, crisis de lo simbólico y, en consecuencia, manifestación de lo real, de un real desordenado, sin ley. Es así como se plantea la proximidad de la crisis y del trauma.

El contexto social está, por lo que se dice, en crisis. Incluso se podría decir que está afectado por muchas crisis: sociológica, económica, política; pero también, crisis de los valores, de lo religioso, del poder, de lo simbólico, etc. Que esta iteración de las crisis sea puesta en relación con lo que hemos tomado el hábito de designar como la caída del Nombre del Padre, no da cuenta de lo que es un sujeto, un parlêtre del siglo XXI, en crisis. A lo sumo, eso enseña que el sujeto moderno puede hacerse, como sus predecesores, camaleón con su época. Salvo que los desafíos propios de cada una pueden diferir, especialmente sobre las modalidades de ajuste del goce: antes, más bien sobre lo prohibido y hoy, más sobre los objetos que la ciencia propone.

He aquí el sujeto tomado en la imposible conciliación entre la felicidad prometida para todos y lo que queda para él, inaccesible. Es en esta brecha que yace la crisis que invade a este sujeto, tanto más cuanto él desplaza sobre los otros que le prometen la felicidad, lo que oculta en él de querer, a toda costa, evitarse la castración.

Del analista, quiere conseguir la clave para el ajuste de su goce y, para eso, recurre al saber hacer que supone al analista. Pide un bricolaje rápido para contener lo que le asalta, para acabar con su malestar.

En este punto, encontramos otra similitud con el traumatismo. En los dos casos, el sujeto identifica una causa exterior a él; aquí desplazada sobre el modelo social, allí, sobre el acontecimiento. Si se le ocurre pensar que eso lo hace víctima de su época, no invalida que sea un sujeto responsable.

 

Crisis y responsabilidad

Crisis es una terminología de origen médico, cuyo uso se extendiera después al ámbito psicológico, en el sentido de un “acceso con manifestaciones violentas”.[1] La palabra crisis tiene dos acepciones: una colectiva (política, social y económica) y la otra individual.

Es interesante referirse a la etimología griega de la palabra crisis ‒Κρίσις‒, pues se encuentran ahí dos nociones que retienen nuestra atención: el juicio y la decisión.

Con Aristóteles, la palabra crisis destaca la acción de elegir, la decisión y el juicio. Decía que esta etimología nos interesaba pues, como veis, el sujeto está comprometido, en la crisis, como sujeto responsable. De “nuestra posición de sujeto siempre somos responsables”, decía Lacan.[2]

Así, considerar la cuestión de la crisis es plantear la de la responsabilidad de un sujeto. Esta no es su inclinación habitual. Además, la degradación del lazo social y el rechazo de los valores anudados a lo simbólico, acentúan todavía más la tendencia a desplazar al campo del Otro el origen de todas sus desdichas.

De hecho, este modo de pensamiento tomaría una vía regrediente respecto a la que la etimología indica. El modelo de la crisis es, en un primer tiempo y con Hipócrates, el de un cuerpo afectado por una crisis resolutiva o no; después, con Sócrates, se produce un desplazamiento hacia el pensamiento para, por fin, extenderse al funcionamiento social. Entonces, tenemos un vector: cuerpo, psiquis, lazo social.

Las nociones de crisis de las pasiones y de intriga fueron introducidas a mediados del siglo XVII.[3] Pasión e intriga nos llevan a tomar la cuestión de la crisis a partir de la histeria.

Con Hipócrates, la histeria es una manifestación del cuerpo. La crisis histérica era atribuida a la migración de un útero “estéril”" a través del cuerpo creando síntomas, a su paso, antes de llegar al cerebro. Es entonces el momento del acmé de la crisis pseudo convulsiva o de los comas psicógenos. El significante histeria, en griego ὑστέρα, útero, es creado por Hipócrates quien lo aplica a estas manifestaciones clínicas, incluyendo una causalidad a estas crisis.

Con Charcot, se alcanza la quintaesencia del modelo de la crisis histérica. Las crisis convulsivas, de tipo Charcot, son el culmen de este modelo de la crisis, referida a su época; su reproductibilidad constituye el punto de llegada de la demostración científica. Es esto lo que impresionó a Freud, al tiempo que supo desembarazarse de ello. Allí donde Charcot se detiene, Freud retoma la cuestión y da un paso que implica un franqueamiento. Entonces, es de este punto final de la crisis histérica que Freud hace el inicio de su invención: el psicoanálisis. ¡Es decir, nuestra deuda a la “crisis”!

Freud, subvirtiendo la sugestión, arranca la palabra al cuerpo. Agarra lo que de las manifestaciones del cuerpo, durante la crisis, es lenguaje a descifrar; una palabra cortocircuitada que se ofrece a la mirada de los otros, del Otro. Freud postula, y es eso el psicoanálisis, que hay un interlocutor posible para la “crisis”, un destinatario que haga posible despegar un parlêtre de ese cuerpo; cuerpo atrapado en el siglo y donde se ha enredado. Con el psicoanálisis podríamos considerar la crisis como la emergencia del sujeto del inconsciente en su dimensión conflictiva, como fallo de la represión o, si se prefiere, como cuestionamiento de las soluciones de compromiso sintomáticas ‒de sinthome‒ que había podido elaborar el parlêtre.

El significante “crisis” resuena en los tres registros donde encuentra como declinarse: hundimiento del simbólico, emergencia de lo real sin ley o, también, fisura de lo imaginario, con una imposibilidad de poder sostenerse en el espejo de la época.

He aquí donde somos convocados, como psicoanalistas, en el siglo XXI. ¡Estar a la altura de esta convocatoria necesita, en primer lugar, no dejarse vestir con el traje a medida del psicoanalista new look, especialista en crisis! Él que se dejará atrapar en este espejismo estará, se ve bien, rápidamente él mismo en crisis al no orientarse en su acto.

 

Crisis y trauma

Una frase de François Ansermet, para el Congreso de la New Lacanian School, introducirá esta parte:

Momentos de crisis, concierne a la vez el tiempo y la crisis. En efecto, la crisis tiene que ver con el tiempo. Así, podríamos declinar una clínica diferencial de las crisis respecto al tiempo. Hay la crisis que hace efracción, que pasma, que petrifica el tiempo, como en el traumatismo.[4]

La crisis es el efecto de un encuentro; es una ruptura con un estado anterior. Así, la crisis concentra algo del acontecimiento y de la contingencia. Retomaremos estos dos términos.

El acontecimiento: un acontecimiento es lo que sucede en una fecha y un lugar determinados. No presenta un carácter neutro y se distingue del curso uniforme de fenómenos de la misma naturaleza. Que se produzca siempre algo pone en evidencia la repetición, no el acontecimiento. El acontecimiento es inesperado, es efecto de sorpresa; resulta de una ruptura, una discontinuidad temporal en una cadena. El acontecimiento se puede datar, memorizar.

Por su carácter excepcional, el acontecimiento tiene una importancia determinante para el individuo o para la colectividad.

Tomado en su sentido absoluto, se define por situaciones significativas que se producen para un hombre. Está, en este sentido, referido al hombre y no existe acontecimiento alguno sin un sujeto concernido por él. Es una noción “antropocéntrica”, no un dato objetivo.[5]

El hecho: el acontecimiento se distingue del hecho, que es el que realmente existe. El hecho es tomado por un dato de lo real y no de la experiencia.

Se inscribe en una duración de la que puede rendir cuenta la ciencia, por ejemplo, por el hecho histórico, el hecho sociológico. La elaboración científica del hecho intenta reabsorber la dimensión de único, de singular, del acontecimiento para convertirlo en “la expresión regular de las regularidades”.[6]

Sorpresa y ciencia de los acontecimientos: si bien el acontecimiento es lo que produce un efecto de sorpresa, es también aquello que puede amenazar un equilibrio individual o social. Por tanto, el hombre intenta no dejarse sorprender y para ello inventa una ciencia: la de los acontecimientos. Pero, por más que el acontecimiento pueda ser referido a una ciencia histórica o prospectiva, o incluso a la mitología, a Dios, eso no indica sino una reconstrucción secundaria a su aparición.

El acontecimiento traumático, el accidente: lo que hará de un acontecimiento un acontecimiento traumático no se entiende en su dimensión calculable, sino en la singularidad que tiene para un sujeto en un momento dado de su historia.

Lo traumático se sitúa, para un sujeto, en la intersección de la diacronía de los acontecimientos y de lo que surge en la sincronía. Esta contingencia da cuenta, también, de la noción misma de crisis.

Es el accidente el que, en el acontecimiento, es traumático. El accidente debe aquí entenderse en el sentido que ha prevalecido desde Aristóteles hasta fines del siglo XX, el del “azar desgraciado”. Es el mal encuentro, la tyche.[7]

El accidente, como el acontecimiento, es lo que sucede pero de manera contingente: podría también no haberse producido. La contingencia se opone a la necesidad que hace que el accidente sea, ante todo, coincidencia, y que no responda ni a leyes generales, ni a factores de constancia.

El accidente es único. Eso no quiere decir que solo se produce una vez. Es único en el sentido que es Uno para un sujeto: un acontecimiento y no otro. Es para un sujeto y no para todos entre aquellos que atraviesan la misma experiencia. Toma para aquel que se encuentra traumatizado una dimensión de inefable, de inconmensurable, de irreductible.

Un acontecimiento, un acontecimiento humano, es lo que pasará, o no, mañana. Eso pone en evidencia la contingencia, un futuro que puede advenir. Que podamos afirmar que hay una parte previsible en lo contingente puede sorprender. Sin embargo, los acontecimientos humanos son tanto más previsibles en cuanto están marcados por la repetición. Es un fenómeno de estructura, precisa Lacan.[8]

No obstante, por otra parte, lo contingente es lo incalculable: es lo que hace encuentro. Así, la tyche como encuentro con lo real, está del lado donde debemos mantener lo contingente como lo incalculable en los efectos que produce el accidente sobre un sujeto.[9]

Un acontecimiento traumático concierne siempre a un sujeto. Comporta al tiempo una parte de real marcada por el accidente,lo indecible del encuentro, y una parte de subjetividad en la que el sujeto está comprometido.

Marca del sujeto, fantasma, efracción, crisis: Si el acontecimiento traumático es necesario para producir sus efectos sobre alguien, no es suficiente. No es el impacto del acontecimiento, en referencia a una cuantificación, que lo hace traumático. Es, más bien, la especificidad que toma para aquel que está concernido.

Encontramos aquí, el concepto mismo de trauma tal y como Freud lo ha concebido, como marca singular de cada uno: la prägung, la marca, la acuñación singular del sujeto. El trauma es constitutivo del sujeto y, en este sentido, está siempre estructurado al modo del après-coup. El trauma es sexual, dejando en el centro del sujeto un real inasimilable –la represión originaria que viene a velar el fantasma que Freud describe como para-excitaciones,[10] en el “Más allá del principio del placer”

Un encuentro contingente sorprende al sujeto y puede recordar, por algún rasgo, un trauma anterior que pasó desapercibido. Es, en este momento, que puede revelarse la repetición traumática o manifestarse la crisis.

Respecto al traumatismo, diferenciaremos en los efectos del encuentro traumático, la desestabilización del fantasma y la “travesía salvaje del fantasma” que realiza la efracción traumática.[11]

Es así, como el encuentro traumático con la narración del “capitán cruel” del suplicio de las ratas no produce una efracción, sino una movilización del fantasma y de las identificaciones, desencadenando la gran crisis obsesiva del hombre de las ratas. En este encuentro, se le revela también a él mismo, “el horror ante su placer ignorado por él mismo”.[12]

Esto debe diferenciarse de los efectos del encuentro con lo real que conlleva la efracción que las palabras son incapaces de expresar.

En los dos casos el sujeto está implicado por el encuentro traumático.

 

Crisis, trauma y cuestiones para el psicoanálisis

Para el sujeto permanece la cuestión de saber dónde puede inscribir este mal encuentro que ha modificado radicalmente el curso de su vida. ¿Quién quiere escucharlo? ¿Quién acepta recibir y escuchar al que está en crisis?

Múltiples vías se abren a estos sujetos y no todas se sostienen de la misma ética. Esta cuestión se plantea también para el analista: de su escucha, como de su acto, depende el devenir del que se dirige a él.

La clave se encuentra en lo que un analista puede sostener de la ética del bien decir, vía en la que se compromete quien se dirige a él para abordar, con el medio de la transferencia, los interrogantes provocados por el acontecimiento traumático o las crisis para que se transforman en cuestiones propias del sujeto.

 

Acto y crisis

Es raramente en primera intención que el sujeto en crisis consulta al psicoanalista. La crisis no se presenta a priori como una condición favorable al establecimiento de la transferencia. Los lugares que más habitualmente acogen a los sujetos en crisis son médicos, psiquiátricos, sociales, policiales, judiciales, etc.

Sin embargo, para el sujeto en crisis, la entrada en el marco analítico transpone esta crisis de un espacio donde nada la limita, a otro donde se ofrece la posibilidad de una escucha distinta y de la palabra. Transponer es distinto que desplazar. Es tratar de circunscribir la crisis al marco del análisis, incluso si este resulta un contenedor imperfecto. Subrayo este espacio del marco analítico como lo ha desarrollado Kernberg para los estados límite, que ponían el marco analítico a prueba.[13] Poder localizar la dimensión subjetiva de una crisis, de una urgencia, hacer que los acting-out puedan hablarse y no hacer ruptura por un pasaje al acto es un paso decisivo. El analista, haciéndose destinatario de esta demanda desordenada, a veces agitada o amenazante, intenta anudar la crisis al campo del Otro.

¡Este desorden se escucha! Lo que no quiere decir que el analista sugiera que él pueda cambiar algo. Solamente, él está ahí, incluso designado por su impotencia, está ahí como interlocutor. No tiene que mostrarse de otra manera; no tiene la solución a la crisis. El analista se abstendrá de usar la sugestión tranquilizadora que pasa por una seducción que desplaza la transferencia sobre quien promete un porvenir sin crisis. Tomar la crisis por el lado de la promesa es ir hacia la puesta a prueba de la transferencia y el callejón sin salida donde se juegan los acting-out, tanto del analista como del sujeto. Es el principio mismo del descubrimiento freudiano y de los errores de los que Freud nos hace partícipes en el análisis de ciertos casos de su práctica, Dora por ejemplo. Si el psicoanálisis funciona, subraya Lacan, es porque este poder de sugestión es eludido que el analista no desea en lugar del otro, que no ejerce un poder de seducción.[14]

En francés existe la palabra “criser”.[15] Ella tiene la particularidad de insistir sobre un estado marcado por la repetición y una vivencia singular en la que el sujeto siente que pierde el dominio de sí mismo. Es como si el sujeto desapareciera detrás del estrépito del desorden que lo invade. Todo lo arrastra sin que pueda hacer nada.

El acto del analista busca tocar el punto que convoca en el sujeto lo que, en él, puede aún engancharse en medio de todo eso que lo sobrepasa; la parte que puede responder, aún, en él.

Así, lo hemos subrayado con la sugestión, la cuestión no es tranquilizar, prometer, recurrir a la confianza; el acto apunta a movilizar lo que hace que el sujeto puede rehacerse a partir de lo que, en él, se sostiene aún. Es decir que a lo que se apunta en la crisis no es la coacción, a hacer callar lo que se dice en lo inarticulado, sino a extraer de ello una palabra que pueda ser retomada por el sujeto en un lazo transferencial.

 

El tiempo y la sesión analítica

Con el traumatismo, como con la crisis, algo de la temporalidad ha sido tocado. Una cuestión se plantea: cómo traer a una sesión lo que de este tiempo se encuentra roto, acelerado, ralentizado, coartado, etc.

El tiempo en la sesión analítica define menos una temporalidad que un espacio: el de la sesión donde puede desplegarse toda la gama de la subjetividad del analizante. Este tiempo, en referencia a la sesión, delimita sus entornos y su articulación topológica. Si bien la cura se ordena a partir del tiempo de la sesión, no se reduce a él. Así, “estar en análisis” implica el anudamiento, a partir del espacio de la sesión, de momentos diferentes marcados por los efectos producidos por el acto del analista. El analizante experimenta el trabajo en la cura y, a menudo, testimonia de ello. Se encuentra allí lo que, de la crisis, se ha “transpuesto” en la sesión.

El tiempo de la sesión analítica es otro ángulo de la temporalidad en el análisis. Cuando la duración de una sesión es la del estándar inamovible, el acto se encuentra hundido en el paso del tiempo. La escansión, el acto, no está del lado del analista y el corte se produce por fuera de él. La temporalidad de la sesión no se adapta, ya, a las pulsaciones del inconsciente, sino a una medida común, analógica o digital. Es regulada en Otra parte y solo queda el inmutable ritual. Lo opuesto es lo que Lacan ha desarrollado del acto del analista. Se evidencia la pertinencia, respecto a la crisis, donde se trata de transformar las rupturas –que son las crisis‒ en discontinuidades.

La temporalidad de la cura: “Al comienzo del psicoanálisis está la transferencia”, dice Lacan.[16] Sin embargo, no dice que con la transferencia comienza el análisis. La entrada en la transferencia no es la entrada en el análisis. Puede haber un desfase entre estos dos tiempos y eso da un verdadero alcance temporal a las entrevistas preliminares. Es en esta temporalidad dialéctica que pueden instalarse las condiciones de un trabajo analítico. Entre ellas, la rectificación subjetiva: momento dialéctico producido por el acto del analista. Es esta maniobra la que apunta a cambiar las relaciones del sujeto con la realidad. Tiene como objetivo una modificación de su posición, que lo conduce a una implicación subjetiva: dividir el sujeto para hacerlo agente de su propio discurso. Con la crisis y el trauma, todos estos puntos tienen un relieve particular. Eso puede necesitar tiempo, mucho tiempo.

 

El traumatismo, la crisis, uno por uno

La falta de palabras para describir lo vivido y la presencia de manifestaciones de un real que acecha ‒affleure‒ pueden llevar a errores de interpretación, imponiendo la idea de un diagnóstico de psicosis sin que los elementos clínicos sean concluyentes, tanto en el traumatismo como en las crisis.

La escucha debe poder orientarse por una clínica precisa y es la ocasión de establecer un contacto de calidad con alguien que tiende más bien a desconfiar y a pensar que, una vez más, no se le escuchará con el pretexto que “todo eso es del pasado”, “que se no puede hacer nada”, que “hablar no sirve de nada”, etc.

Las circunstancias del encuentro con estos sujetos en crisis, y/o tomados por los efectos de lo real traumático, no son siempre, más bien casi nunca, a iniciativa suya. Tienen ya, a menudo, una trayectoria médica o administrativa. Las quejas y las incomprensiones se han acumulado. De todos modos, piensan que nadie los entiende. No tenemos nada que añadir a esta observación; no nos situaremos del lado del que podría comprenderlos mejor.

Los sujetos en crisis o traumatizados tienen en común este sentimiento de no ser escuchados, de sentirse incomprendidos por los médicos o por cualquier otro. Que se los interrogue un poco más precisamente es vivido como un cuestionamiento personal insoportable, rápidamente transformado en prueba de la incomunicabilidad de su vivencia o, a veces, en un sentimiento vagamente persecutorio.

Con el sujeto en crisis es la evocación misma de lo que desencadena estas crisis ‒estos estados donde algo se les escapa: palabras, gestos, algo del cuerpo‒ que será evitada, incluso que inducirá un rechazo a hablar, o que puede conducir a un acting-out que les permitiría escapar de lo que temen. Estemos atentos a respetar esta zona de crisis orientando más al sujeto sobre cuestiones, situaciones, al margen. Existe también una política de la dirección de la cura.

Para el sujeto traumatizado, es todavía más decisivo: el recuerdo traumático insiste en repetirse y nada permite al sujeto bordear dicha emergencia. El encuentro con la muerte ha dejado su huella y esta puede reforzar el sentimiento “de efímero destino”. La muerte no se acerca, ella nos atraviesa en un instante, el del pasaje. Pero, entonces, para quien habrá hecho este encuentro con lo real, con la muerte, para quien la habrá visto tan de cerca ‒la suya, aquella de los otros‒ puede esperarla, puede llegar incluso a precipitarla para que, por fin, todo eso se acabe. Salir de la escena de la vida para escapar de la repetición de la presentificación de la muerte ‒bajo la forma del traumatismo‒, tal es la paradoja del sujeto traumatizado.

 

¡Hystorizarse!

Frente a la ambigüedad de estas demandas, es necesario estar atento, dar muestras de firmeza y de paciencia. Se trata de hacer posible que se prosiga con el paciente una elaboración en las entrevistas que tomarán en cuenta su sufrimiento, harán precisar las condiciones exactas del acontecimiento, orientarán al paciente sobre el recorrido que debe hacer en su historia personal y lo ayudarán a situar el traumatismo en el curso de su vida, donde puede encontrar cómo anudarlo.

El encuentro contingente que provoca la efracción traumática sume al sujeto en una ruptura de su trayectoria existencial. En otros casos, precipita al sujeto en crisis y lo sumerge en un desconcierto que lo empuja a separarse de los otros. ¡Hay urgencia!

La emergencia de un real en este tiempo de crisis necesita algunos reordenamientos en la dirección de la cura para que este tiempo pueda reinscribirse en la hystoria del sujeto.

En esta relación transferencial, en la cual el analista se abstendrá de fijar lazos de causalidad simplistas y sostendrá la implicación del sujeto, es que una crisis podrá hablarse y resolverse.

* Conferencia “El trauma: momento de crisis por excelencia” dictada por Guy Briole en la Sede-CdC, el 24 de abril de 2015. Publicada en El psicoanálisis n° 27, noviembre 2015.

NOTAS

  1. Diccionario histórico de la lengua francesa, Le Robert, París, 1992, p. 530.
  2. Lacan, J., “La ciencia y la verdad”, Escritos 2, Siglo XXI editores, México, 2001, p. 837.
  3. Diccionario histórico de la lengua francesa, Le Robert, op. cit.
  4. Ansermet, F., La crise, entre l'entaille et le temps. Note à propos de Attese de Lucio Fontana, 1963, l'œuvre choisie pour l'affiche du XVIIème Congrès de la NLS, “Moments de crise”, Ginebra, 9-10 de mayo de 2014.
  5. Bastide, R., “Sociologie de la connaissance de l’événement”, en: Balandier et al., Perspectives de la sociologie contemporaine, Flammarion, París, 1968.
  6. Ibíd.
  7. Lacan, J., El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 1991, p. 63.
  8. Lacan, J., lección del 13 de noviembre de 1973, Seminario 21, “Los no incautos yerran” (1973),inédito.
  9. Ibíd., lección del 20 de noviembre de1973.
  10. Freud, S., “Más allá del principio del placer” (1920), Obras Completas,Vol. XVIII, Amorrortu, Bs. As., 2008, p. 27 [protección antiestímulo].
  11. Briole, G., Lebigot, F. et al.Le traumatisme psychique : rencontre et devenir, Masson, París, 1994, p. 160.
  12. Freud, S., “A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el “Hombre de las ratas”) (1909), Obras Completas,Vol. X, op. cit., p. 133.
  13. Kernberg, O. F., Borderline conditions and pathological narcissism (1975), Rowman & Littlefield, Lanham (US-MD), 1985.
  14. Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, op. cit., p. 576.
  15. Diccionario Larousse, Larousse, París, 2008, p. 270.
  16. Lacan, J., “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Otros escritos, Paidós, Bs. As., 2012, p. 265.
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