Noviembre 2020 • Año XIV
#39
Impasses clínicos

Niños desregulados. Crisis sin progreso

María Eugenia Cora

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Ilustración: Ezequiel Sarudiansky
Instagram: @_zek3_

Parto del interés por el modo en que los niños y las niñas son tomados por los dispositivos actuales de producción del sentido: la familia, la escuela, los medios de comunicación, el mercado y el discurso analítico.

Asistimos a una crisis global de esas instancias, así como de las categorías en torno a la noción de infancia.

Toda crisis implica separación y decisión, designando un momento de corte, un antes y un después. Podemos diferenciar las crisis definidas en el curso de la vida, de las crisis ligadas a la contingencia.

Si la infancia es un período que puede leerse a partir del desarrollo, en psicoanálisis nos abocamos a la lectura en términos de estructura, con un elemento ineliminable: el goce. Es por eso que entendemos, con Jacques Lacan, que “no hay progreso. Lo que se gana de un lado se pierde del otro. Como no sabemos lo que perdimos, creemos que ganamos”.[1]

De la noción de infancia que se disponga, dependerán los abordajes en torno a ella. En nuestra cultura, un niño es un individuo de pleno derecho que hay que proteger, alimentar, formar, maximizando todas sus potencialidades físicas e intelectuales. Esto convierte a los niños, en la actualidad más que en ningún otro tiempo, en objetos.

Como psicoanalistas, intentamos dar cuenta de cómo opera la parentalidad; de las dificultades en la transmisión de la castración y el deseo; de la crisis de la función de los ideales y la identificación; de la segregación y la soledad, entre otros. Nuestra escucha y nuestro acto se orientan por lo real, por la dislocación entre goce y sentido.

 

Actualidad del exceso

La hipermodernidad da cuenta de la supervivencia de la Modernidad, exacerbada: hipercapitalismo, hipermecados, hiperindividualismo. Hoy, hiperdistanciamiento.

¿Qué decir de los efectos del real pandémico? Queda en evidencia que vivimos nuevos modos de padecer y de responder al pathos.

Hipermodernidad es el significante que utiliza J.-A. Miller[2] cuando se refiere al sujeto contemporáneo como desinhibido, desamparado, sin brújula, desorientado; para el cual se pregunta si estar sin brújula implica estar sin discurso. La respuesta que produce es el “discurso hipermoderno” de la civilización, con el objeto a en el lugar dominante. La subjetividad contemporánea está arrastrada en un movimiento ilimitado que la envuelve en semblantes cuya producción es siempre acelerada, donde lo simbólico no logra agujerear lo imaginario y queda subsumido a él o en continuidad con él. Es, entonces, la relación con lo real lo que permite nombrar la época.

Miller lo dice así:

la promoción del plus de goce, que señala Lacan, cobra sentido a partir del eclipse del ideal, desde donde se suele explicar la crisis contemporánea de la identificación. Escribámoslo de este modo: a > I (en lo sucesivo, a predomina sobre el ideal).[3]

 

El niño objeto

¿Qué estatuto tiene el niño en nuestra práctica, así como en la civilización? Encontramos una invariante: el niño como objeto. Clásicamente, se ubica al niño en relación a la familia y esta se ordena a partir del niño, desde la metáfora paterna en adelante. Hoy, lo pensamos como objeto de goce de la civilización. Crisis mediante, algo varió.

Para el psicoanálisis “madre”, “padre” y “niño” no son otra cosa que significantes, como lo son “hombre” y “mujer”. Y podemos agregar “familia”. No designan ninguna esencia, sino posiciones que distribuyen goces y son definidos con relación al objeto a.

En 1967, Lacan anticipa el pasaje del antiguo Imperio a los imperialismos en un mundo trastocado por la ciencia y sus efectos segregativos a escala universal. Desde allí, para pensar al niño se requiere el goce y su tratamiento a una escala no familiar. Eric Laurent[4] formula que en la actualidad el niño es el objeto a y es a partir de allí, como se estructura la familia y la civilización. En tanto el niño es objeto de goce no solo de la madre y de la familia, sino de la cultura, lo nombra “objeto a liberado”, producto de una época en la que el Otro falta.

 

Cuerpos desregulados

Siguiendo el hilo de investigación[5] en torno a los casos de hiperconexión e hiperactividad, aparece en primer plano dar nombre a lo que sucede en el cuerpo agitado, con un exceso, planteando una crisis del niño ideal. Hiperactividad e inhibición, comparten el lugar del signo de una desregulación. Nos referimos al prefijo hiper y al déficit como medida de lo que no encuentra medida, en una época donde el Otro no puede mediar en las incidencias del goce en el cuerpo. Trabajamos el exceso por vía de la hiperactividad y del hiperconsumo, pero también de la hiperdesconexión.

¿Qué regula un cuerpo? El modo en que el niño pulsional se sostiene en el lazo responde a la lógica de aislamiento, excesos en el cuerpo, desenganches del Otro, inhibiciones agudas. Exceso de impulso o falta del mismo.

Desde Freud, se trata de un cuerpo fragmentado, la desorganización inicial y el trabajo que se requiere para lograr una regulación; no se nace con un cuerpo y este es resultado de una construcción. Lacan[6] afirma que para gozar hace falta un cuerpo, que un cuerpo es algo que se goza. Del lado del parlêtre acentuamos el cuerpo hablante y sus manifestaciones; son afectos en el nivel del cuerpo.

En la clínica, tomamos como brújula el goce. Bajo el término crisis se presenta la tensión entre ese intento de regulación y la desregulación.

En nuestra época, la tiranía narcisista de los niños provoca el temor a quedar subsumidos bajo su dominio. En el centro de la escena los niños “hacen crisis”, manifiestan puntos de falla: encierro, depresión, lesiones autoinfligidas, desórdenes de la alimentación, agresividad, violencia, inhibiciones severas, aburrimiento generalizado.

El empuje al goce sin medida, renegatorio de la separación del objeto y del vacío que resulta de ella, pone a los cuerpos a buscar la total compatibilidad con el universo digital, mediante la actualización tecnológica permanente.[7] Es un proyecto ambicioso; abolir distancias geográficas, enfermedades, el envejecimiento, e incluso la muerte. Un empuje que se topa con una nueva manifestación de lo real, amenazados por el COVID-19 y a la espera de la vacuna que provea el mismo discurso tecno-científico.

El psicoanálisis se ofrece como lazo para un tratamiento singular del goce. La apuesta sigue siendo al síntoma y la invención, una apuesta renovada que en estos tiempos queda embrollada en los dispositivos de la tecno-ciencia. Quizá la pospandemia sea el momento de verificar y discutir la discontinuidad de los tratamientos analíticos por estos medios.

NOTAS

  1. Lacan, J., Conferencias en las Universidades Norteamericanas (1975), Lacaniana n° 21, Grama, Bs. As., 2016.
  2. Miller, J-A., Conferencia IV Congreso de la amp, Comandatuba – Bahía, Brasil, 2004, Congreso amp [en línea]. Consultado en http://2012.congresoamp.com/es/template.php?file=Textos/Conferencia-de-Jacques-Alain-Miller-en-Comandatuba.html
  3. Miller, J.-A., Laurent, E., El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Bs. As., 2005, pp. 81-2.
  4. Laurent, E., “Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño”, en Goldber, S., Stoisa, E. (comp.), Psicoanálisis con niños y adolescentes, Grama, Bs. As., 2007.
  5. Taller de investigación del Seminario del Departamento de estudios sobre el niño en el discurso analítico “Pequeño Hans”.
  6. Lacan, J., El Seminario, Libro 20, Aun, Paidós, Bs. As., 2001.
  7. Sibilia, P., El hombre postorgánico: Cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2005.
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