Noviembre 2020 • Año XIV
#39
¡CRAC! (Derrumbe, crisis, colapso, hundimiento, crash, estrépito)

“De este mundo no podemos caernos”

Antonia Caparroz

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Ilustración: Ezequiel Sarudiansky
Instagram: @_zek3_

El título de este trabajo es una frase que pertenece a Cristian Dutrich Grabbe, citada por S. Freud en su texto “El malestar en la cultura”.[1]

Encuentro en ella, esa perspectiva irreductible en la que se inscribe nuestra condición humana, nuestra condición de hablante ser, y como tal, parte de un colectivo en el que cada uno, uno por uno de los sujetos, cuenta con su singular modo de satisfacción pulsional.

Aspirar a la felicidad, nos dice Freud en el texto citado, llegar a serlo, no dejar de serlo, es lo que los sujetos esperan de la vida; pero nadie escapa al sufrimiento que acecha por alguna o más de una de las tres fuentes que él mismo nos señala: 1º) la supremacía de la Naturaleza, 2º) la caducidad de nuestro propio cuerpo, 3º) la insuficiencia de nuestros métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el estado, la sociedad y la pareja (agrego). Siendo esta última fuente, la que produce mayor sufrimiento.[2]

Hoy, en el 2020, en el comienzo de la 3ª década de este siglo XXI que vivimos, el sufrimiento toma de modo relevante, un nombre común para todos, generando una crisis mundial general y particular para cada país, región y/o continente.

Un virus que no es un organismo vivo, según nos enseña la ciencia, pero que necesita de un organismo vivo para existir y reproducirse, se expande de modo devastador por nuestro mundo globalizado, intercomunicado y obscenamente desigual en sus condiciones sociales.

¿Qué lo produjo? ¿El virus de un murciélago que contagió a otro animal de venta libre en un mercado chino? ¿Un accidente de la ciencia? ¿Un proyecto siniestro y calculado políticamente del que los países más poderosos y enemigos entre sí, se acusan mutuamente de haberlo producido?

Estas no son preguntas a responder desde nuestro campo de trabajo, el del psicoanálisis. Pero como analistas ciudadanos de este mundo del que no podemos caernos, estar a la altura de la época, como señala Lacan, es parte de nuestra responsabilidad.

Decir, transmitir, cómo alojamos el malestar en la civilización en las distintas manifestaciones que encuentra en los sujetos. Qué incidencias clínicas del psicoanálisis en la atención de la crisis, hoy en particular atravesada por este real sin ley en su expansión, con sus efectos de temor, aislamiento, incertidumbre y también de desafíos.

 

Crisis: desastre u oportunidad

Me detengo en un breve recorrido del concepto de crisis desde la perspectiva del psicoanálisis. En un sentido general, se define crisis como un cambio brusco en el curso de los acontecimientos, favorable o adverso. Implica brevedad, subitaneidad, violencia.

En el campo de la Salud Mental, es decir, en el campo del orden público ‒como nos señala J.-A. Miller‒, el término crisis se encuentra incorporado al propio concepto de salud mental, en tanto movimiento vital, constitutivo y estructurante del sujeto y de los grupos.

Cuerpo, psiquis y lazo social es el recorrido por el que transita el significante crisis desde su origen médico en la antigua Grecia hasta nuestros días.

Con Hipócrates, cuerpo afectado; luego con Sócrates, su desplazamiento a la psiquis; para finalmente, extenderse al funcionamiento social.

Derivado del griego, el término crisis reúne en su etimología dos nociones centrales: juicio y decisión. Una crisis implica la acción de elegir, implica un juicio, una decisión, el sujeto está implicado en ella, de su posición subjetiva es siempre responsable, como lo destaca J. Lacan en su texto “La ciencia y la verdad”.[3]

En psicoanálisis, la crisis es ante todo, crisis de lo simbólico, fisura en lo imaginario, y manifestación de un real desordenado, sin ley, refiere Guy Briole.[4]

Sin ser entonces un concepto del psicoanálisis, cabe señalar su lugar en el origen del mismo y su incorporación en el discurso analítico.

Recordemos los estudios sobre la histeria, el tratamiento de las “crisis histéricas” vía la sugestión, en tiempos de Charcot, y del cual Freud se despega para interpretar las manifestaciones del cuerpo como lenguaje a descifrar.

Decimos que la crisis es un cambio brusco, algo irrumpe, cortocircuita el equilibrio precedente, algo del orden del encuentro frente al cual, los recursos del sujeto resultan insuficientes para responder.

En este punto, se puede situar también algo del acontecimiento, eso inesperado, que sucede en un momento y tiempo determinados, y que tiene para el sujeto y/o la sociedad, una importancia determinante.

Que este acontecimiento devenga traumático será resultado de un mal encuentro, la tyche, al inscribirse una marca singular en el sujeto. Esta marca no está dada por la magnitud del acontecimiento, sino por la especificidad que tiene para el sujeto concernido.

Sabemos con Freud que el trauma es sexual y constitutivo del sujeto, el “no hay relación sexual” que señala Lacan, que lo más singular de cada uno es su respuesta sintomática a la ausencia de relación sexual, y que el trauma deja un real inasimilable frente al cual el sujeto tendrá que encontrar su modo de hacer con él.

Los sujetos están expuestos a la contingencia y a lo que esta haga resonar de esa marca irreductible y singular en cada uno. Puede que sus efectos se manifiesten en una repetición traumática o en una crisis que irrumpe; la dimensión de la misma y qué hacer con ella, será una decisión del sujeto.

Si esta decisión lo orienta hacia un analista en búsqueda de respuestas a su malestar, a su crisis, es responsabilidad del analista recibir y escuchar al sujeto en crisis. Hacerse destinatario de esa demanda que llega de modo diverso, confusa a veces, imperativa otras, con angustia frecuentemente. Hacerse partenaire del sujeto para ofrecerle decir, poner en palabras lo que se ha desencadenado, lo que se ha desenganchado. Localizar la dimensión subjetiva de la crisis e intentar anudarla al campo del Otro.

Para ello, el analista opera con su deseo de saber, deseo no definido por un tener, sino un saber hacer de desecho, sostenido en una ética, la del bien decir que se funde en el saber leer; una ética que dirija, a través del trabajo de la transferencia, a que los interrogantes provocados por el acontecimiento traumático o la crisis se transformen en cuestiones propias del sujeto, y si esos interrogantes no estuvieran al momento de la demanda, trabajar para que surjan.

Para finalizar, retorno a Freud en su texto “El malestar en la cultura”:[5] los sujetos, en su búsqueda de la felicidad ‒cuestión que plantea un imposible, como se señalara al comienzo‒, se construyen alternativas para alcanzarla, a través de la religión, la ideología, las quitapenas y los subrogados que hoy la ciencia-la tecnología producen y el capitalismo empuja a consumir.

Hoy, como en los tiempos en que Freud escribe este ensayo atemporal en su esencia, los sujetos se ubican en alguna de las dos vías para alcanzar ese imposible: evitar el sufrimiento, relegando a un segundo plano lograr el placer, o bien, experimentar intensas sensaciones placenteras.

Acaso nos sirva este planteo para entender algo de lo que sucede frente a la crisis pandémica que se atraviesa hoy, el modo de cada sujeto vinculado por la pulsión de muerte a la civilización: el aislamiento que eligen unos y la exposición de otros. Ninguna de estas vías evitará encontrarse con ese imposible y su cuota de sufrimiento.

NOTAS

  1. Freud, S., “El malestar en la cultura” (1930), Obras completas, Vol. III, Biblioteca Nueva, Madrid, 1973, p. 3018.
  2. Ibíd., p. 3024.
  3. Lacan, J., “La ciencia y la verdad” (1966), Escritos 2, Siglo Veintiuno argentina editores, Bs. As., 1991, p. 837.
  4. Briole, G., “Trauma: momento de crisis por excelencia”, publicado en este número de la revista Virtualia.
  5. Freud, S., “El malestar en la cultura” (1930), Obras completas, Vol. III, op. cit.
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