Noviembre 2020 • Año XIV
#39
¡CRAC! (Derrumbe, crisis, colapso, hundimiento, crash, estrépito)

La barbarie de la civilización

Verónica Carbone

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Ilustración: Ezequiel Sarudiansky
Instagram: @_zek3_

1. La barbarie venía avisando

Pensar la civilización y la crisis trae al presente “El malestar en la cultura” de Freud, que en un primer momento, había llamado “Infelicidad (Unglück) en la cultura”. Búsqueda imposible del ideal de la felicidad, uno de los ingredientes del malestar. Impulso hacia la completud que nuestra civilización incita, ilusionando con un estado permanente, satisfecho y complementado.

El malestar, en tanto, es el modo de habitar la vida, no incluye ningún ideal, pero sí el significante de un sentir en el cuerpo, desagradable, inquietante, incierto, aunque paradójicamente acomodaticio. Visto desde hoy, el artículo de Freud, de hace 90 años, se asoma como profético. Un embrión de la manera de pensar el asunto. Denunciaba la indolencia y advertía la molestia ante la “convivencia” con el germen que tortura en su expansión.

La civilización se ha articulado con crisis y sabemos que esta implica siempre un riesgo pero también una posibilidad. Todo cambio involucra una crisis.

El psicoanálisis hizo una lectura del malestar en la civilización, escrito por Freud desde la Europa de entre guerras. El mismo psicoanálisis colabora con la ruptura de la cultura victoriana. Digo “colabora” y no que la provoca, en tanto que el germen de esa escisión estaba allí y también es lo que facilitó la invención del psicoanálisis y sus sueños.

 

2. La barbarie propiamente

Para los romanos, los bárbaros eran aquellos que no hablaban la lengua latina. En el colegio argentino, la civilización se enlazaba a la barbarie. La que escribió Domingo F. Sarmiento: “civilización o barbarie”. Esa “o”, disyunción ‒excluyente‒ señala una mentirosa opción. Entonces, la tomaré como una disyunción inclusiva, en tanto una de las dos podría ser la verdadera, terreno de la lógica que nos embrolla pues la verdad es no toda, tampoco universal.

Para Sarmiento, la barbarie era la cultura autóctona, rural, gauchesca de nuestro país, la que rompía la cultura. De ahí que justificara el aniquilamiento y el genocidio que padeció América.

La barbarie rompe el ideal de uniformidad, normalidad, remarca diferencias. En tanto, la civilización estaría dada por las normas, cultura y lenguas que igualarían, a pesar de que en la actualidad, se sostiene en un multiculturalismo que enmascara la heterogeneidad atravesada por la característica de la inexistencia del Otro, cuyo resultado es segregativo. J.-A. Miller dice que hoy el malestar en la cultura radica en la problemática de la identidad. Resurgiendo con fuerza la segregación. En su curso indica que para Lacan la causa de ese proceso serán la ciencia y la tecnología, “… que modifican los agrupamientos sociales introduciendo en ellos la universalización”.[1]

 

3. El inconsciente como política

Así, el discurso, la moral, los ideales trocan su estatuto. ¿Podríamos decir acaso, que se vuelven laxos? Sí, y no hay dudas de los variados cambios que se han generado a lo largo de cien años y un poco más. Incluso la técnica ha puesto muchas cosas patas para arriba. Es impensable, para quienes nacen en el nuevo siglo, imaginar cercanamente, la sexualidad, el género, la relación con los objetos, el tiempo y el espacio al modo victoriano. Es algo muy lejano pero con una característica: tiene un punto de extimidad con el actual.

El capitalismo comanda la civilización desde hace mucho tiempo. Hablando de capitalismo, no podemos soslayar la relación con los objetos y el mercado, y al fetichismo de la mercancía, que se introduce con sus consecuencias en la subjetividad y en la solidaridad social. El capitalismo pretende –como principio‒ legitimar el individualismo como motor del progreso y ello, puesto como sistema, va acercando, peligrosamente, a la humanidad a las pestes, a las catástrofes climáticas.

El psicoanálisis lee, no solo el síntoma singular de un sujeto, sino la actualidad, su discurso, la pulsión, lo que no cesa de no escribirse. Resonancia troumática. Ese malestar, que intenta ubicarse como homogéneamente universal, pero engañosamente utiliza un sustantivo singular: globalización, rompiendo con la pluralidad sintáctica de los mercados comunes.

 

4. La convimuerte y la invención

Cuando “El malestar de la cultura” comienza a desbrozar la pulsión de muerte en el ser humano, el mundo estaba asomándose a la guerra, apuntaba a los efectos de lo que fue la II Guerra Mundial y el vaticinio era terrible: un riesgo concreto que invadía todas las reflexiones.

Hablaba Freud, de la dificultad de demostrar científicamente la pulsión de muerte, salvo por sus efectos, y por la unión dialéctica del amor con el odio. Pero lo que flotaba, como si fuera la concreción en demasía de esa pulsión, era la guerra y sus consecuencias traumáticas.

Lo asombroso, ahora, es la convivencia, más bien, convimuerte con un enemigo invisible, que en estos momentos se llama COVID, pero que va más allá, que produce los efectos de una guerra mundial tácita, sin que los hombres y el sistema imperante, sean inocentes o irresponsables de su acaecimiento.

 

5. El psicoanálisis, un saber agujereado

Entonces, intentaremos decir desde nuestra perspectiva algo agujereado como es nuestro saber, que ronda alrededor de ese simbólico; brecha estructural. El desafío trata del intento de decir sobre ese agujero, pero en lo real. Las identificaciones no son ya brújula para los sujetos, no se tiene la garantía del Otro, pérdida que constituye ese agujero en lo real en el que el sujeto desaparece, siendo el imperio del goce su forma dominante. Y allí el psicoanálisis que lee la contemporaneidad a partir del tiempo como un nombre de lo real, debatirá y tomará una posición enmarcada por la ética, con relación a su quehacer material en la práctica.

Un real, el del psicoanálisis y su abordaje, sin caer en las tentaciones del mercado de hoy, es la chance para hacer de la crisis de la civilización, la posibilidad de un tratamiento del malestar contemporáneo, a partir de lo inventivo. Es poder designar la vida del lado del agujero en lo real. El psicoanálisis podría ser el instrumento para que algunos se sientan concernidos particularmente por la peste, no la de Tebas, sino la de Freud, la del psicoanálisis que permita leer, eso que no se reglamenta, que ex-siste si algo lo despierta y atormenta en el interior del cuerpo y que Lacan define como la angustia en su Seminario 22, ante la barbarie misteriosa que resurge en el medio de la civilización y la pone en crisis, tanto como a nuestra práctica.

Muchos años después, Freud habría de acompañar a Einstein en su campaña pacifista, pero no dejaba de advertirle sobre lo irrevocable de la pulsión de muerte. Cuando las pruebas de laboratorio corroboraron la verdad de la teoría de la relatividad, Einstein explicó que para él no era ninguna sorpresa. Freud, que murió en 1939, no terminó de experimentar lo terrible de su vaticinio respecto del Malestar en la Cultura. Paul Celan es una referencia en la obra de Lacan, el tema está poetizado en su “Tango de la muerte (Todesfuge)”, tal vez sea el epílogo provisorio de la crisis civilizatoria que retorna con otras máscaras:

Leche negra del Alba la bebemos de tarde
la bebemos al mediodía, la bebemos de noche
[…]
abrimos una tumba en el aire
‒ahí no se yace incómodo‒
[…]
la muerte es un maestro de Alemania…[2]

NOTAS

  1. Miller, J.-A., El Otro que no existe y sus comités de ética, Paidós, Bs. As, 2005, p. 71.
  2. Celan, P., “Amapola y Memoria”, Obras completas, Vol. 1, Trotta, Madrid, 2009, p. 63.
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