AÑO XVII
Diciembre
2023
43
Lazos

Miller, lector de Lacan

Carlos Rossi

Fragmento de El jardín del amor, de Rubens

Toda psicología del amor que se desentienda de las consecuencias de la experiencia analítica se desliza de pleno en el barranco de la sociología circular, bienintencionada y repetitiva de la conversación entre amigos. Digo entonces que para aproximarse desde la orientación lacaniana a la relación entre amor y lazo hay que recorrer el desfiladero de la transferencia como amor y como lazo. No resulta una mala manera de plantear y saber leer lo ineludible sintomático entre ambos términos. Como leer y escribir son operaciones simultáneas e inseparables, se desprende entonces de lo anterior que toda operación analítica es una operación de escritura sobre lo que no se puede decir. Me resulta imposible pensar una aproximación a la sutileza del saber leer sin hacer referencia al texto de Jacques-Alain Miller titulado “Leer un síntoma”[1], presentado al término del congreso de la NLS, que se realizó en Londres los días 2 y 3 de abril 2011.

Voy a señalar algunos puntos del texto que me parecen importantes y detenerme particularmente en uno para iluminar la cuestión.

(Trato de resumir el hueso del texto de Miller).

El psicoanálisis no se reduce a la retórica. El saber leer completa el bien decir. No es solo cuestión de escucha, sino de lectura en tanto se parte de la palabra, pero se refiere a la escritura. Se debe apuntar al clinamen del goce.

Ese saber-leer se transfiere del analista al analizante.

Anticipo que me detendré particularmente en este último punto dado que considero que apunta al corazón del síntoma amor // lazo (transferencial).

Entiendo que a cada uno de estos enunciados se les pude aplicar la lógica de “prescindir, a condición de servirse de”. La fórmula de Lacan es bien precisa: “Es por eso que el psicoanálisis, de tener éxito, prueba que del Nombre del Padre se puede prescindir, a condición de servirse de él”.[2]

(No está de más recordar que esa cita corresponde al Seminario 23, dedicado a Joyce, en el cual Lacan re-formula la relación entre padre, nombre propio y escritura agregando que Jacques-Alain Miller, en Sutilezas analíticas, describe a Joyce como quien “se revela más bien como un Scricptuêtre (escritoser)”.[3]

Propongo un tercer término para la serie: hablante-ser, escrito-ser, lector-ser, el ser hablante, el ser escrito y el ser leído. Leído tanto por sus propios significantes como, si hizo el pase, por el retorno de la lectura del Testimonio.

Entonces.

Primero

Prescindir de la retórica.

En tanto disciplina que estudia tanto la estructura como la elegancia de un discurso, la retórica funciona como la herramienta que produce el bien-decir. Propongo pensar el bien-decir como aquel enunciado que se mantiene lo más cercano posible a lo singular de cada sujeto. De manera inversa la afirmación puede ser válida: el enunciado mejor dicho es el más singular. Se puede prescindir de la retórica si luego, en el tiempo de una cura, estos enunciados se tornan axiomáticos en su formalización lógica.

Segundo

El saber leer completa el bien decir.

Miller, en el texto de referencia, nos da una fórmula para entender a qué llama saber leer. Es más, si lo recuerdan, asocia este saber-leer a su lazo con Lacan. “[…]saber leer lo que Lacan me imputa a mí. Ustedes encontrarán esto en su escrito ‘Televisión’, en la recopilación de los Autres Ecrits página 509, donde le planteaba un cierto número de preguntas en nombre de la televisión y puso en exergo del texto que reproduce con ciertos cambios lo que él dijo entonces: ‘Aquel que me interroga sabe también leerme’”.[4]

(Entre nos, creo que habla del análisis…)

Si resumo su pequeña teoría sobre la buena lectura diría que leer es producir pequeñas anotaciones con las cuales escandir un discurso en sus márgenes, señalando algunas fórmulas que propone llamar matemas. Entiendo que habla de la famosa operación reducción. En un análisis, esos matemas ‒recordemos que el concepto viene al lugar de los mitemas‒ se nombran S1.

Tercero

No es solo cuestión de escucha, sino de lectura en tanto se parte de la palabra, pero se refiere a una escritura.

Si se lee con atención, la frase es subversiva. Estamos muy acostumbrados a pensar el psicoanálisis en términos de escucha. Otra vez, recordando el par prescindir/servirse, entiendo se refiere a “Que se diga queda olvidado detrás de lo que es dicho, en lo que se escucha”.[5] Ese “que se diga” nos conduce al punto que sigue: la suposición de un decir.

Cuarto

Se debe apuntar al clinamen del goce.

El clinamen es el nombre en latín que dio Lucrecio a la impredecible desviación que sufren los átomos en la física de Epicuro. Este concepto le sirvió al filósofo griego a modo de solución al problema del libre albedrío prescindiendo de un dios garante de libertad.

Todo un misterio. Si reemplazamos el término “impredecible” por “contingente” o intentamos dar cuenta del momento mítico en el que el goce se hizo palabra ‒en tanto la decisión del ser es insondable‒ la unidad del sentido se nos aparece como ilusoria.

Para Miller el saber leer apunta a esa conmoción inicial y agrega que la interpretación como saber leer apunta a reducir el síntoma a su fórmula inicial, es decir “al encuentro material de un significante y del cuerpo, es decir, al choque puro del lenguaje sobre el cuerpo”.[6]

Último punto: se transfiere del analista al analizante.

Hasta aquí quería llegar. No se trata de una pedagogía ni de una enseñanza que imparte el analista. Tampoco una identificación al método. Entiendo que esta transferencia de saber es lo que prepara el campo a la caída del SsS. Podríamos postular un saber-leer del lado del analizado en tanto se supone que es aquel que se interrogó lo suficiente como para saber leerse. Está claro que no se trata de un triunfo del “conócete a ti mismo”. Se trata de haber podido ubicar lo imposible de soportar para cada quien, el modo en el que lo Real dejó su marca y qué pudo escribirse de eso en un análisis. Se trata de poder hacerse soporte de la marca del goce en cada uno, como afirma Eric Laurent en “¿Qué es un psicoanálisis orientado hacia lo real?”[7]

Novela, Lectura, Pase, tres ejes que permiten ubicar el cruce central del recorrido de un análisis y la torsión que implica el pasaje del desfallecimiento de la novela para ubicar el modelo joyceano de la lectura: saber ver mundos múltiples en el mapa mínimo del lenguaje.

Ricardo Piglia ‒otra vez‒ nos asiste.

Se lee entre el infinito y la proliferación. No se trata de un lector que lee un libro, sino de un lector perdido en una red de signos. O más bien, un lector que sabe que a medida que uno se acerca, esas líneas borrosas se convierten en letras y las letras se enciman y se mezclan, las palabras se transmutan, cambian, el texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión.[8]

Concluyo: la singularidad es lo único que permite perderse de la buena manera entre restos, trozos sueltos, fragmentos para intentar el deseado pasaje de la narración de a la natación: ahí donde muchos se ahogan, animarse a un estilo y partir de ahí poder hablar del amor al lazo y, por qué no, del lazo de amor.

NOTAS

  1. Miller, J.-A., (2001) “Leer un síntoma”. Recuperado en https://elp.org.es/leer-un-sintoma-jacques-alain/
  2. Lacan, J., (1975-1976) El Seminario, Libro 23, El sínthome, Buenos Aires, Paidós, 2006, p. 133.
  3. Miller, J.-A., (2008-2009) Sutilezas analíticas, Buenos Aires, Paidós, 2011, p. 90.
  4. Lacan, J., (1973) “Télévision”, Autres Ecrits, París, Seuil, 2001, p. 509.
  5. Lacan, J., (1984) “El Atolondradicho”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 473.
  6. Miller, J.-A., (2001) “Leer un síntoma”, óp. cit.
  7. Laurent, E., “¿Qué es un psicoanálisis orientado hacia lo real?”. Recuperado en http://www.jornadaseol.com/026/index.php?file=lecturas/textos-de-orientacion/que-es-un-psicoanalisis-orientado-hacia-lo-real.html
  8. Piglia, R., El último lector, Buenos Aires, Anagrama, 2005, p. 20. “El Finnegans Wake es un laboratorio que somete la lectura a su prueba más extrema. A medida que uno se acerca, esas líneas borrosas se convierten en letras y las letras es enciman y se mezclan, las palabras se transmutan, cambian, el texto es un río, un torrente múltiple, siempre en expansión. Leemos restos, trozos sueltos, fragmentos, la unidad del sentido es ilusoria”.