AÑO XVII
Diciembre
2023
43
Lazos

El erotismo permite al deseo condescender al amor

Mónica Torres

Fragmento de El jardín del amor, de Rubens

Me permito tomar este título de un hallazgo de Fabián Fajnwaks, en un comentario en una clase mía ‒en el marco del Seminario de Enlaces‒,[1] que se había titulado: “D. H. Lawrence, el inicio de una erótica femenina para ambos sexos”.[2] El comentario de Fabián es una variación del aforismo lacaniano: “El amor permite al goce condescender al deseo”.[3]

Volveré hoy sobre D. H. Lawrence, un adelantado a su tiempo, que en la Inglaterra victoriana sufrió la censura que lo llevó al exilio y también a una muerte temprana a los 45 años. Fue contemporáneo de Freud y no de Lacan y, sin embargo, sus ideas reflejadas en sus novelas están mucho más cerca de las de Lacan en Aun que de los problemas de Freud con la femineidad. Es por eso que los ingleses, que soportaron a Freud, no toleraron a Lawrence, quien murió de tuberculosis en condiciones muy tristes, lejos de su país en Francia.

Ver la película El amante de lady Chatterley en Netflix removió en mí, inmediatamente, toda una historia. El final de la novela no es tan feliz y optimista como se ve en el film, este resulta un poco edulcorado para el sufrimiento que los amantes tuvieron que atravesar. Entonces fui a buscar en mi biblioteca; ahí estaba El amante de lady Chatterley de la editorial Bruguera de 1980.[4]

En varias novelas, el autor se ocupa no solo del goce femenino, sino del goce y el amor de los hombres que quieren ir más allá del goce fálico. Estos hombres son los únicos que les pueden resultar atractivos a las mujeres que están en esa posición, que tampoco son tantas. Pero así son las heroínas y los héroes de Lawrence. Él llegó al erotismo femenino, y también a un erotismo masculino que no es el freudiano, no es el de las condiciones de amor o de goce que se lee en Freud. Se trata de un goce más allá del falo del que no pudo decir mucho.

Allí donde Freud se detuvo ‒en el oscuro misterio del goce femenino‒, Lawrence se adelantó. Se adentró en la cuestión del goce femenino y en el amor de una mujer de cierta alcurnia y el guardabosque de su marido. Una mujer casada con un rico, una honorable mujer casada que se atreve a vivir un goce que la hace mujer.

Hay diferencia de clases entre los tres personajes: ella, su marido y su amante. Ella pertenecía a una familia acomodada, pero intelectual y liberal. Había estudiado en Dresde y tuvo que volverse poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial.

En Alemania, había tenido relaciones sexuales: había conocido a estudiantes alemanes, que murieron rápidamente en la guerra, y ella los había olvidado. La novela es de 1928, pero la trama es un poco anterior.

El marido de lady Chatterley pertenecía a una clase más alta que ella, era un aristócrata. Constance, lady Chatterley, pertenecía a una intelectualidad acomodada. Él era más provinciano y más tímido. Su padre tenía otras preocupaciones, sobre todo, cuidar su posición; no le importaba tanto la educación de sus hijos. Lo que temía esa clase era el racionamiento y la escasez de azúcar. A Clifford, el marido, todo le resultaba un tanto ridículo y ajeno hasta que muere su hermano mayor que era el heredero lógico. Entonces se da cuenta de que, cuando muriera el padre, él iba a ser el heredero.

La familia Chatterley había vivido siempre encerrada en sus privilegios en un castillo en la localidad de Wragby. Clifford se enamora ‒digámoslo así‒ y ama todo lo que puede amar un hombre como Clifford a Constance. Todo ocurre bastante rápido entre ellos porque él necesita tener un heredero y ella, que es muy joven, de alguna manera, en un comienzo se entusiasma con él.

Lord Clifford es reclutado para la guerra apenas se casan y vuelve lisiado. Al principio, Constance se encuentra muy dedicada a él por su enfermedad. Pero, al poco tiempo, se da cuenta de que, en realidad, él estaba inmerso en una lógica fálica ya antes de la guerra, antes y después del accidente que lo deja paralítico. En todo caso, él se ocupa, fundamentalmente, de la lógica fálica en todos los sentidos de la palabra. Entonces, ella empieza a buscar en la naturaleza. La idea de la naturaleza ligada a la erótica era una idea bastante común en los intelectuales de principio del siglo xx en Inglaterra.

Hay que decir también, que Lawrence hace una extensa reflexión sobre los efectos de la deshumanización que vienen junto con la modernidad y la industrialización ‒se conoce la importancia de Inglaterra en la Revolución Industrial‒, y que van contra la vida, frente a la espontaneidad de la naturaleza y de la sexualidad que él reivindica. Por otra parte, él fue condenado a una censura absoluta porque fue tomado por pornógrafo.

La novela tiene pasajes que pueden parecer pornográficos ‒para alguien que sea un lector que no hile muy fino‒. La censura le significó irse del país porque para él la censura era igual al exilio, del que dice que fue voluntario, lo llama “peregrinación salvaje”; me pareció un término precioso. Esta “peregrinación salvaje” terminó en una muerte prematura.

En realidad, creo que se adelantó a su tiempo y que también hay una posición en su defensa del goce femenino que solo es posible para un hombre que no esté paralizado por el falo. De hecho, Oliver Mellors, el amante, es llevado por ella a encontrar otra forma de poseerla que no esté totalmente determinada por el deseo fetichista del hombre.

Él comienza esa relación de un modo fálico, pero ella se decepciona, lo que hace que él renuncie, de algún modo, a ese goce para experimentar ese Otro goce que ninguno de los dos había conocido hasta ese momento. Es la entrada de otra erótica en la Inglaterra de principios del siglo xx. La palabra que usa Lawrence para hablar de hasta dónde llega ella con él es “arrobamiento”. “Arrobamiento” no es cualquier palabra, la usa Lacan y es el origen de El arrebato de Lol V. Stein.

La rigidez de lord Clifford, como decía, estaba antes y después de que él quedara paralítico. Él no accede ‒ni antes ni después‒ a un goce al que ella lo invita y que está más allá de su parálisis. Cosa que, por supuesto, él no entiende. Su poderío sobre sus sirvientes se extiende a su mujer, aunque no logra ejercerlo con ella. Ella se rebela, entre indignada y triste, cuando él la rechaza durante las reuniones que tiene con hombres que gozan del dinero y de sus propiedades que incluyen, por supuesto, a los mineros y a las mujeres.

Es entonces que ella sale al bosque a buscar consuelo en la naturaleza y se encuentra con otra clase de hombre. El guardabosque es un hombre educado y serio que ha sufrido por amor. Connie ‒apodo de Constance‒ encuentra un día la cabaña que, por supuesto también le pertenece a ella, donde vive él. Al principio, él la llama todo el tiempo “vuestra señoría” y luego comienzan a acercarse tiernamente; ella le pide una llave de la cabaña, él se la da, ella toma la delantera. Más tarde va a aparecer el erotismo. En un principio, él va a proceder como un hombre cualquiera, pero se da cuenta de que así la va a perder. Accede entonces a ese Otro goce, ese goce en plus ‒suplementario, no complementario‒ que ella le exige, casi sin saberlo, con el cuerpo.

Voy a transcribir algunos pasajes de la novela que realmente son increíbles porque parecen tomados de Lacan. Voy a empezar con lo que le pasa a ella una de las primeras veces en que ellos tienen sexo: “Ella permaneció con las manos inertes sobre el cuerpo forcejeante del hombre. Aun haciendo lo que podía, su espíritu parecía contemplar aquello desde lo alto de su cabeza y le parecieron ridículas las acometidas de que él la hacía objeto con sus ancas y le pareció grotesca aquella angustia de su pene por alcanzar su pequeña crisis evacuadora. Si esto era el amor, este brincar ridículo de nalgas y el agotamiento del pobre e insignificante penecito húmedo, ¿ese era el divino amor? Los modernos tenían razón en definitiva al despreciar la pulsión porque aquello era una pulsión. Qué verdad era, como decían algunos poetas, aquello de que el Dios que creara al hombre debió tener un sentido del humor siniestro cuando le creó como un ser razonable, pero forzándolo a la vez a adoptar esa postura ridícula y empujándola con una violencia ciega a esa función también ridícula. Los hombres despreciaban el acto de la copulación y, sin embargo, lo hacían”.

Ella no tiene ningún sentimiento y él se da cuenta. Le dice: “Hoy estabas ausente”. Y ella comienza a llorar. Él le pregunta qué le pasa y ella le responde “que yo no te puedo amar”. Pero él increíblemente capta algo más. Y entonces, cuando él está por vestirse y retirarse, ella le dice que por favor no se vaya del cuerpo de ella. Él intenta una segunda vez. Ahí la cuestión cambia por completo. Dice Lawrence: “Suavemente, con aquella maravillosa caricia como desmayada del puro deseo tierno de sus manos, suavemente la fue frotando, el repecho sedoso de sus ijares hacia abajo y abajo, pasándole por entre las cálidas nalgas más y más cerca del foco ardiente de su ser. Ella sentía la llamarada de su deseo, tierno, sin embargo, y que ella misma se fundía en la llamarada. Se dejó llevar. Sintió cómo su pene se empinaba contra ella con una silente fuerza asombrosa y decisión, y se dejó llevar por él. Se entregó con un estremecimiento como de muerte, quedándose toda abierta para él. Y Dios, ¡qué crueldad hubiera sido si él no se hubiese mostrado tierno con ella en ese instante porque ahora se hallaba toda abierta para él y desamparada! Y le pareció que ella misma era como un mar, solo oscuros oleajes que se elevaban y retiraban. Retirándose con una gran tumefacción, de modo que lentamente su oscuridad entera se ponía en movimiento como si ella fuese el océano ondeando en su oscura masa callada. Y muy abajo, dentro de ella, sus profundidades se partían y rodaban separadamente con dilatadas ondulaciones que se alejaban remotamente y en lo más ardiente de su ser […], hasta que súbitamente con un suave estremecimiento convulso el ardor de su plasma entero quedó conmocionado y supo que aquella conmoción era el consumarse de sí misma y se quedó ida. Se quedó ida, extinta y renacida: una mujer”.

Me dirán si esto no se parece mucho a lo que Lacan dice sobre la posición femenina. Y aquí, D. H. Lawrence describe: “Y en su corazón se le despertó entonces a ella una admiración insólita por él. ¡Un hombre! ¡El poderío extraño de la masculinidad encima de ella!”

Cuando ella le pide palabras de amor, él le contesta: “Amo la forma como puedo adentrarme en ti. Es algo que lo cura todo, la forma en que puedo adentrarme en ti. Amo el que te hayas abierto para mí, amo el haber entrado en ti de esta forma”. Se trata aquí de que no es el amor el que conduce al erotismo, sino el erotismo el que conduce al amor. En este acercamiento tan fundamental entre lady Chatterley y Oliver Mellors, Lawrence es explícito en su descripción del sexo, pero nunca pornográfico.

También están las ideas políticas que no son sin la revolución misma de las costumbres sociales y sexuales, porque no van las unas sin las otras. Finalmente, todas estas cuestiones de las clases sociales se borran en el encuentro entre los cuerpos y llegan al amor precisamente por el erotismo de los cuerpos.

En cambio, para Clifford, se trata absolutamente de otra cosa. Se da cuenta de que tiene que tener un heredero y como está paralítico no lo va a poder tener. Entonces, propone algo muy humillante para ella: le ofrece que tenga un hijo con otro hombre, pero con uno de una clase social parecida a la de él para que todos crean que es hijo de ellos. Si ella lo hacía delicadamente y con el hombre que debía, él se haría el tonto.

Este pacto que le pide el marido la desespera y lo que ocurre es que queda embarazada de Oliver. Ella entra verdaderamente en un desprecio absoluto por la clase social y por lo que el marido representa. Va directamente a su marido y le cuenta que está embarazada y que el bebé es del guardabosque. Clifford inmediatamente echa al guardabosque, pero tampoco quiere quedarse con ese hijo porque no es de alguien que pertenezca a su misma clase social.

Finalmente, la novela termina con una carta de Oliver hacia ella cuando todavía están separados: “Muchas palabras porque no puedo tocarte. Si pudiera dormir rodeándote con mis brazos, la tinta se quedaría en el tintero. Podríamos ser castos juntos igual que juntos fornicar. Pero tenemos que estar separados un tiempo y supongo que en realidad es lo más prudente. Si al menos pudiera estar seguro… No importa, no importa, no nos desesperemos. Confiemos en la llamita y en el dios innómine que la protege para que no se extinga. No te preocupes por Clifford si no sabes nada de él. Realmente no te puede hacer nada. Espera, lo que querrá es deshacerse de ti, finalmente, arrojarte. Si no es así, nos arreglaremos para vivir alejados de él. Al final querrá vomitarte como algo abominable. Ahora ni siquiera puedo dejar de escribirte, pero una buena parte de nosotros está unida y solo podemos sustentarnos en ella y orientar nuestros rumbos para que pronto se encuentren. JohnThomas le dice buenas noches a lady Jane un poco decaídamente, pero esperanzado de corazón”.

John Thomas y lady Jane es como ellos llamaban a sus genitales en el juego sexual. Ese es el final de la novela.

BIBLIOGRAFÍA

  • El amante de lady Chatterley (Lady Chatterley's Lover), Laure de Clermont-Tonnerre, Reino Unido, 2022.
  • Lawrence, D. H., (1928) El amante de lady Chatterley, Barcelona, Bruguera, 1980.
  • Lacan, J., (1972-1973) El Seminario, Libro 20, Aún, Barcelona, Paidós, 1975.
  • Lacan, J., (1965) “Homenaje a Marguerite Duras, por el arrobamiento de Lol V. Stein”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pp. 209-216.

NOTAS

  1. Seminario del Departamento de estudios psicoanalíticos sobre la Familia – Enlaces, CICBA.
  2. Torres, M., “D. H. Lawrence, el inicio de una erótica femenina para ambos sexos”, Revista Enlaces. Psicoanálisis y Cultura, n.º 29, Buenos Aires, Grama, 2023.
  3. Lacan, J., (1962-1963) El Seminario, Libro 10, La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2006.
  4. Lawrence, D. H., (1928) El amante de lady Chatterley, Barcelona, Bruguera, 1980.