La agresividad y la paranoia nativa del yo
Jésus Santiago
La relectura del escrito "La agresividad en psicoanálisis", de los inicios del recorrido de Jacques Lacan y producido después del final de la Segunda Guerra Mundial, nos produce muchas sorpresas y nuevos hallazgos clínicos. Causa impresión la forma con la cual un escrito que forma parte de los antecedentes de su enseñanza nos provee puntos capitales para una orientación acerca de las formas de agresividad y violencia que tienen lugar en el mundo contemporáneo, marcado por transformaciones substanciales en los estilos de vida y formas de síntoma, propias del malestar actual. Al tomarlo como punto de partida de nuestras discusiones, se pueden extraer algunos ejes y orientaciones que sirven como base para la práctica analítica en situaciones que se encuentran en el corazón de la clínica y que, en sus extremos, se expresan a través de pasajes al acto, muchas veces violentos o criminales.
Violencia verbal, intimidación, extorsión, violación, actos racistas, asesinatos, femicidio, atentados suicidas y muchos otros que, seguramente, no tienen el mismo valor y alcance para la acción del psicoanalista. Partiendo de dos categorías, frecuentemente utilizadas a lo largo del texto en cuestión, puedo adelantar que algunas de esas reacciones se abren en el registro de la "intención agresiva" y permanecen atrapadas en el circuito de la comunicación verbal. Otras dan testimonio de una "tendencia agresiva" más fundamental, que se desdobla en una dimensión radicalmente distinta de la estructura comunicacional del sentido, pues consisten en pasajes al acto, eventualmente destructivos y asesinos, que ponen en juego lo que Freud denominó como pulsión de muerte.
La agresividad y la aporía de la pulsión de muerte
Inicialmente, me encuentro aún con la contradicción inherente a ese escrito; si por un lado, la clínica que se extrae de él es notable e instructiva, por el otro lado, tenemos que considerar que Lacan aún no posee la mayor parte de las herramientas teórico-clínicas que posteriormente serán incorporadas a su arsenal conceptual. Cabe destacar especialmente el hecho de que no posee aún una teoría del sujeto concebido como efecto del significante, ni tampoco una lectura de la incidencia de lo real de la pulsión sobre el cuerpo. Será necesario más tiempo para postular no solo la definición de inconsciente estructurado como lenguaje, sino sobre todo, la inclusión del carácter primario del goce[1] como esencial para la aprehensión de esos cambios actuales en las diversas formas de síntoma.
Por ese motivo, es importante considerar la estructura formal y la estilística de ese escrito que, en el fondo, consiste en una demostración de lo que viene a ser la tesis psicoanalítica de la agresividad. Desde mi punto de vista, la elección de la forma narrativa de la demostración nos habla del hecho de que la agresividad es la manifestación clínica que sirve de base para la objetivación de los principales conceptos de la teoría psicoanalítica, como es el caso de la transferencia y de la pulsión de muerte. Alcanza con citar a Freud en "El malestar de la cultura" para apreciar el alcance de ese factor de objetivación de la pulsión de muerte por medio de la tendencia agresiva. A ese respecto, afirma que "el ser humano no es un ser manso, amable […] sino que es lícito atribuir a su dotación pulsional una buena cuota de agresividad".[2] Es la versión freudiana del homini homo lupus ("el hombre es el lobo del hombre"), o sea: "[…] el prójimo no es solamente un posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo".[3]
La tesis de la agresividad se realiza por intermedio de una demostración sostenida en cinco subtesis básicas que, de una forma u otra, consideran el horizonte de la elaboración de Freud acerca de lo que él mismo designa como "la inclinación innata del ser humano al 'mal', a la agresión, la destrucción y, con ellas, también a la crueldad".[4] Se propone que, la formulación de la tesis general sobre el problema de la agresividad se presenta por la solución enigmática y aporética de la pulsión de muerte. Se trata de una aporía que ya desde esa época, Lacan considera que, a ese respecto, Freud permanece prisionero de su tiempo. La presuposición biológica de su concepción se insinúa cuando se esfuerza en mostrar la equivalencia de la pulsión de muerte y la llamada "inclinación humana innata y constitucional para la agresividad". Esa manera de teorizar la pulsión de muerte como agresividad constituye una "aporía"[5] en la medida que sabemos que buscarle una fórmula biológica deshace cualquier intento de captar su incidencia efectiva sobre el sujeto generando innúmeras confusiones.
Frente a esto, Lacan se apresura en profundizar su demostración de que, si la agresividad se deduce de la acción corrosiva y silenciosa de la pulsión de muerte, sin embargo, su mecanismo causal encuentra su resolución solamente en el terreno del narcisismo y de su contrapartida, que es la teoría del yo.[6] Como veremos más adelante, no es sin razón que haya tratado, algún tiempo antes, ese lazo estrecho de la pulsión de muerte y la agresividad por medio de la expresión sugestiva de "agresión suicida narcisista".[7] Sin embargo, antes de profundizar en la discusión alrededor de ese punto capital del narcisismo mortífero, detalladamente trabajado y discutido en la tesis principal de ese escrito –tesis cuatro–, aún será necesario localizar el núcleo del argumento de las tesis precedentes.
De esta forma, me gustaría destacar el hecho de que la primera tesis del texto responde a la propia concepción que hace Lacan del psicoanálisis como experiencia subjetiva, experiencia en la cual ni el inconsciente ni la función significante ocupan un lugar axial. Si la estructura del lenguaje se hace ausente para su elaboración sobre la experiencia subjetiva, no obstante, él recurre a una concepción fenomenológica y semántica del sujeto, dado que este es concebido como correlativo a un sentido. Como Lacan expresa, "la acción psicoanalítica se desarrolla en y por la comunicación verbal, es decir en una captura dialéctica del sentido" lo que "supone pues un sujeto que se manifiesta como tal a la intención del otro".[8] Además, agrega que "solamente un sujeto puede comprender un sentido; e, inversamente, todo fenómeno de sentido implica un sujeto",[9] añado: sujeto dotado de intencionalidad.
Tal concepción fenomenológica del sujeto, en la cual este se presenta como un agente enteramente reducido a la pura intención subjetiva, difícilmente podría incluir su definición clásica del sujeto cuyo cerne es ser efecto del significante. Si la intencionalidad es lo que, en el texto, define la naturaleza de la subjetividad, por otro lado, ella se muestra siempre referida al punto de vista semántico del lenguaje. La intención de agresión no se expresa como "imagen de dislocación corporal"[10] sin la intervención del sentido propio de las producciones fantasmáticas del sujeto. Por lo tanto, ninguna posibilidad para el surgimiento de la concepción estructural del sujeto, tomado como efecto de la materialidad significante pues, en ese momento, la experiencia analítica es concebida a partir de la intención subjetiva que, en el fondo, se alimenta del sentido. Ese énfasis en la intencionalidad del sujeto y, consecuentemente, en la instancia del sentido es suficiente para explicar las razones por las cuales Lacan mismo define el carácter latente de las imagos, que en ese escrito aparecen como centrales. Sin el inconsciente estructurado como lenguaje, cualquier impacto sobre el sujeto, motivado por algún acontecimiento o incluso por la propia experiencia analítica es aquí siempre abordado por la reactivación de las imagos subyacentes al orden del sentido propio del funcionamiento mental.
En función de la importancia de las imagos, el trabajo clínico del analista busca acoger lo que se designa como "comunicación verbal", o sea, el desarrollo de la experiencia exige enfocar la comunicación que un sujeto manifiesta como intención para otro sujeto, que, en ese instante, aparece en cuanto transmisión de un sentido. Si, en esa época de su enseñanza, Lacan destaca a un sujeto concebido como manifestación de una intencionalidad referida al campo del sentido, la dimensión de la enunciación no está excluida de la práctica analítica. En efecto, el tratamiento se confunde con la experiencia de alguien que viene y quiere decir algo y, el sujeto es la presencia de ese querer decir que se manifiesta bajo la forma de una cierta presión y urgencia subjetiva.
La relación al otro es agresiva
Es curioso constatar que, en esta relectura del texto, esa visión de la experiencia subjetiva bajo la perspectiva de la intencionalidad cierra la propia cuestión de la agresividad. Se considera, por lo tanto, que la agresividad es la culminación necesaria de esa definición del tratamiento como una experiencia subjetiva cuyo núcleo es la intención de significación, o sea, la urgencia de ese querer decir. Por lo tanto, lo que Lacan busca desarrollar en la tesis dos es que, para el sujeto, esa urgencia en la intención de significación es fundamentalmente agresiva.[11] Miller aclara que, en el fondo, la tesis dos vuelve evidente que la agresividad no corresponde a un instinto, no se confunde con una función vital, como es el caso del animal. Al contrario, para entender la inclinación innata a la agresividad expresada, por ejemplo, en las imágenes de desmembramiento[12] corporal, es necesario captar la lógica del funcionamiento del yo en el seno de la constitución del sujeto de la intencionalidad.
Desde el punto de vista de ese funcionamiento, se admite que la intención de significación es, en el fondo, un subproducto de la intención primordial de agredir al otro. Para Miller (1991), si la intención primordial es agredir, esta no es completamente dominante ni extensiva, puesto que existe aún la intención de decirle al otro y eso supone un cierto reconocimiento de ese otro. La tesis lacaniana de la constancia de las reacciones agresivas presentes en el centro de la subjetividad humana está anclada en el narcisismo, más precisamente, en el modo como se procesa la formación del yo. Ese es el objetivo principal de la tesis dos: mostrar que el nivel fundamental de la relación al otro es la agresión. Sin embargo, como se ha dicho anteriormente, esto se puede sublimar por la vía del reconocimiento del otro.
Aún en ese momento preliminar del texto, referente a los desarrollos de las tesis uno y dos, emerge el binario –agresividad y reconocimiento– con consecuencias para toda la elaboración de Lacan sobre el tema. Como detalla Miller (1991), es de la combinación de esas dos tesis que se deduce la tesis tres que propone una estrecha reciprocidad entre la agresividad y la técnica analítica. En otros términos, la técnica analítica es vista como un trabajo sublimatorio posible de la relación agresiva con el otro, por medio del reconocimiento de ese otro. Evidentemente, no se espera que el componente clínico del reconocimiento en el interior de la relación analítica, estructuralmente pensada como imaginaria, pueda eliminar completamente las reacciones agresivas del sujeto. Frente a ese factor no eliminable, la técnica analítica no tiene otro medio sino el de apuntar a la renuncia de la agresividad, o por lo menos, de atenuarla por medio de los poderes de la palabra. En fin, el hecho de que el trabajo clínico cotidiano se presenta como una especie de "rodeo" de la manifestación agresiva al otro, buscando encontrar los medios para desplazarla para el circuito de las intenciones y de la palabra, es lo que llevó a Lacan[13] a proponer el método analítico como una inducción en el sujeto de una "paranoia dirigida".
La estructura del yo es paranoica
En definitiva, la cuestión de la agresividad no se resuelve a través de una concepción de la pulsión de muerte que corresponda a un instinto o a una función vital, como ocurre en el caso del animal. Como propone Lacan en la tesis cuatro, lo esencial de la agresividad es constituirse como una tendencia correlativa a un modo de identificación narcisista propia a la estructura subjetiva del humano. Solo se reconoce la marca de la pulsión de muerte en la tendencia a la agresión más allá de la causalidad biológica, considerándola como "tensión correlativa de la estructura narcisista en el devenir del sujeto [que] permite comprender […] toda clase de accidentes y atipias de este devenir".[14] Estamos lejos de la idea de una agresividad instintiva, así como de reducirla a un síntoma, dado que Lacan la sitúa como un modo de identificación cuya determinación última es la génesis de la estructura narcisista del yo.
Por lo tanto, ¿cómo se considera en este momento la génesis del yo? Señalemos en primer lugar que el yo jamás fue visto como un término primario, en la medida en que, desde el estadio del espejo resulta de un proceso de identificación imaginaria a la Gestalt visual de su cuerpo.[15] Aquí es importante destacar el motivo por el cual el niño solamente accede a una representación unitaria de sí mismo al identificarse ya sea a su imagen o a la de otro niño. Tal vez, ese sea el único momento en que se recurre a la biología para dar las razones de fondo que expliquen la identificación narcisista. Lacan lo hace de una manera sesgada, por medio de la noción botánica de una "dehiscencia" que surge en la obra del fenomenólogo Maurice Merleau-Ponty, La fenomenología de la percepción, publicada en 1945.[16] Se trata del fenómeno botánico en que un órgano vegetal (fruto, esporangio, etcétera) se abre naturalmente, al iniciar el proceso de maduración. Frente al desorden orgánico original causado por la prematuridad embriológica, él se refiere a la "dehiscencia vital" como la apertura de un niño al otro, mediante la cual se identifica con su imagen en el espejo que, aunque sea alienante por su papel externo, vehicula una satisfacción propia de las señales de júbilo.
En efecto, esa "dehiscencia vital constitutiva"[17] del infans (anterior al habla) se constituye en la fuente y motor de la llamada libido narcisista, que nutre y revigoriza la formación del yo. En otros términos, la libido narcisista tiene su fuente en esa apertura original al otro y trae en sí una marca positiva, una vez que ella empuja para adelante la formación del yo. En ese punto preciso, Lacan capta la libido narcisista en su vertiente positiva, vital, evidentemente situada del lado de la vida. Sin embargo, la libido narcisista no incorpora solamente un valor de vida y lo que cuenta como lo más decisivo para la agresividad es que esta proviene de la vertiente mortífera de la libido, denominada por eso como "libido negativa".[18] Esa bipartición de la libido entre sus lados, positivo y negativo, emana del proceso identificatorio en que el sujeto debe pasar por el otro para tener acceso a una imagen de sí mismo. Eso resultará, subraya Lacan, en una "ambivalencia estructural", "una tensión conflictual interna al sujeto"[19] y, a partir de ahí, la relación del sujeto a su semejante va a desdoblarse en un registro duplo: el del erotismo y el de la agresividad. En la identificación narcisista, existe un componente erótico porque el sujeto ve en el otro una imagen ideal, narcisista, de sí mismo, en la cual inviste libidinalmente como su propia imagen. Existe también un componente agresivo porque si "yo es el otro", entonces ese otro puede tomar mi lugar. Y es en términos de "tú o yo" que se despliega la relación. La única salida viene a ser, por consiguiente, la destrucción agresiva del otro.
En "Acerca de la causalidad psíquica", Lacan esclarece que los fenómenos del transitivismo consisten en el tipo clínico fundamental para explicitar tanto la función de desconocimiento del yo como su estructura paranoica. Como él mismo subraya, el niño que imputa a su compañero de recibir el golpe que él recibe, no miente. En el instante de captación en que se identifica con el otro, el niño desconoce lo que viene de él y lo que viene del otro. Como se constata, desde los primordios de su enseñanza, el yo jamás fue visto como un término primario y, por lo tanto, jamás se pudo calificar como la instancia que efectúa la suma de las funciones del cuerpo y del espíritu, a saber, una función de síntesis de la personalidad.
El hecho de que el yo desconozca radicalmente su participación en aquello de lo que él mismo se queja, o sea su inocencia, es lo que culmina en la caracterización de su estructura como paranoica. Es también lo que conduce a Lacan a introducir el término "conocimiento paranoico"[20] para designar esa función de desconocimiento que está en el fundamento de la génesis del yo. Para Lacan, si el yo tiene una estructura paranoica, el estadio del espejo, por su parte, equivale a la "paranoia original" inherente a su propia constitución de "agredido o agresor".[21]
Kakon y la clínica de la agresión suicida del narcisismo
Consideramos que lo esencial de la contribución sobre la agresividad culmina con la elaboración de Miller en su curso"La vida de Lacan"[22] sobre la cuestión de la "paranoia nativa del yo" que, como se vio anteriormente, asume una importancia decisiva para la primera individuación subjetiva. Entonces, si la paranoia es constitutiva de los caminos de la formación del yo, eso quiere decir que el sujeto se encuentra vulnerable a las agresiones suicidas del narcisismo que se ejemplifican en esa época, por los diferentes fenómenos y tipos clínicos, como es el caso del transitivismo, del delirio de la Bella Alma del misántropo y de los crímenes inmotivados. En "Acerca de la causalidad psíquica" ya se introduce la discusión sobre el fenómeno de transitivismo que luego se tornará el ejemplo paradigmático del narcisismo suicida de Alceste, principal personaje del Misántropo de Molière.[23] La estructura fundamental del transitivismo permite, de esta manera, examinar su parentesco con la forma pasional de la paranoia del personaje.
En la comedia de costumbres de Molière, Alceste, colérico, proclama en buen tono y voz alta, su odio al género humano a pesar de enaltecer el amor que se encuentra disfrazado en su intolerancia frenética con lo que idealiza para la condición humana. Si él odia a los hombres es, quizás, por amarlos en exceso y por exigir de ellos una imagen ideal e irrealizable. Si sus discursos expresan un humor cada vez más negro, es porque su decepción se agrava a lo largo del desarrollo de la trama. Del gran hombre a la altura de grandes generosidades y de las buenas costumbres, su vida se muestra dividida entre sus procesos y el cortejo a Célimène. Él aparece como un hombre honesto, que es inteligente y culto, pero por su indignación con la humanidad, su civilidad es vista solo como moderada. El rechazo intransigente de la mentira, las complacencias excesivas, las adulaciones serviles, elevándose contra los usos mundanos de la ciudad y de la corte, denotan su exigente narcisismo.
Desde entonces, su rigor moral y su humor se alteran. Si odia a todos los hombres, el misántropo no puede impedirse de amar a Célimène, o sea, amar a una mujer coquette y fútil, traicionando su propia alma. Cada uno de sus actos agravan el desacuerdo entre él y su mundo. Resumiendo, para Lacan, Alceste es un loco. Y si Molière lo presenta como tal, es justamente por el hecho de que, en su Bella Alma, este no reconoce que él mismo contribuye al desorden contra del cual se subleva. En efecto, él no es loco por amar a una mujer que es voluble, o que lo traiciona, sino por ser tomado bajo la bandera del Amor, o sea, del narcisismo que provee la estructura mental a los habitantes del mundo en todas las épocas, aquí reduplicado por ese otro narcisismo que se manifiesta en él a través de la idealización colectiva del sentimiento amoroso. En fin, él atribuye al otro un desorden interior que en el fondo es suyo y la única manera de salir de eso será asestar su golpe contra lo que en él mismo aparece como su desorden. Pero, al hacerlo es a él mismo al que acierta. En efecto, Alceste solo encuentra su salida en un verdadero suicidio social, verdadera agresión suicida del narcisismo en que, al intentar atingir al otro, es a sí mismo que alcanza.
Enseguida es posible identificar un segundo tipo clínico, también ejemplar de la modalidad de la agresión suicida del narcisismo. Se trata de un estudio, publicado por el psiquiatra francés Paul Guiraud que, en su artículo "Los Homicidios Inmotivados", describe las etapas que precedieron la llegada del pasaje al acto homicida de un paciente. Después de todo un periodo caracterizado por un "sentimiento penoso de extrañeza interior",[24] el paciente, disgustado con su vida y con los hombres, se vuelve hacia Dios y después hacia el comunismo proyectando sobre la sociedad su pesimismo interior hasta que, en un pasaje al acto violento, al matar al tirano, intenta matar la enfermedad que lo invadía. Así, Lacan subraya, siguiendo a Guiraud, "que el alienado trata de alcanzar en el objeto al que golpea no es otra cosa que el kakon [el mal] de su propio ser".[25]
Traducción: Ernesto Anzalone y Paula Nocquet
Revisión: Paola Salinas
NOTAS
- Lacan, J., (1969-1970) El Seminario, Libro 17, El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 2008.
- Freud, S., (1930) "El malestar en la cultura", Obras completas, vol. XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 1992, p. 108.
- Ibíd.
- Ibíd., p. 116.
- Lacan, J., (1948) "La agresividad en psicoanálisis", Escritos 1,Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2003. p. 94.
- Miller, J.-A., "Sobre 'la agresividad en psicoanálisis' de Jacques Lacan", Agresividad y pulsión de muerte, Medellín, F.F.M Fundación Freudiana de Medellín, 1991, pp. 7-21.
- Lacan, J., (1946) "Acerca de la causalidad psíquica", Escritos 1, óp. cit., p. 177.
- Lacan, J., (1948) "La agresividad en psicoanálisis", Escritos 1, óp. cit., p. 95.
- Ibíd., p. 95.
- Ibíd., p. 96.
- Miller, J.-A., "Sobre 'la agresividad en psicoanálisis' de Jacques Lacan", Agresividad y pulsión de muerte, óp. cit., pp. 7-21.
- El término citado anteriormente es dislocación corporal, tal como fue traducido al español. Sin embargo, el término en la traducción al portugués es desmembramiento, como lo utilizamos en esta frase, para seguir la idea del autor. [N. de la T.]
- Lacan, J., (1948) "La agresividad en psicoanálisis", Escritos 1, óp. cit., p. 102.
- Ibíd., p. 109.
- Ibíd.
- Merleau-Ponty, M., (1945) La fenomenología de la percepción, trad. J. Cabanes, México, Planeta-Agostini, 1993.
- Lacan, J., (1948) "La agresividad en psicoanálisis", Escritos 1, óp. cit., p. 108.
- Ibíd.
- Ibíd., p. 106.
- Lacan, J., (1946) "Acerca de la causalidad psíquica", Escritos 1, óp. cit., p. 104.
- Miller, J.-A., "Sobre 'la agresividad en psicoanálisis' de Jacques Lacan", Agresividad y pulsión de muerte, óp. cit., p. 14.
- Miller, J.-A., Vie de Lacan, L'orientation lacanienne, clase del 4 de abril de 2010, Universidad de París-8. Inédito.
- Molière, El misántropo, trad. Alain Verjat, Barcelona, Planeta, 2017.
- Guiraud, P., (1931) "Los crímenes inmotivados", Malentendido, n.º 5, pp. 91-98.
- Lacan, J., (1946) "Acerca de la causalidad psíquica", Escritos 1, óp. cit., p. 165.