Mayo 2003 • Año II
#7
Sala de lectura

El ritual de la serpiente

De Aby Warburg

Marcelo Barros

La inesperada serpiente

No sólo en los caminos del campo la repentina serpiente nos sale al cruce. También lo hace en las sendas de la historia, y en tiempos donde ya no esperaríamos encontrarla. En la década de 1980 se produjo en Buenos Aires un curioso fenómeno. Un día alguien dijo en la televisión que una toxina extraída del veneno de la serpiente de cascabel podía curar el cáncer. La creencia fue inmediata y masiva, no solamente por parte de los afectados o sus familias. Se produjo un febril reclamo general a las autoridades, que supuestamente guardaban el milagro en secreto acaso para favorecer a los laboratorios interesados en sostener los lucrativos tratamientos alopáticos. Hasta la oposición política de turno se sumó a ese frenesí, ciertamente más por oportunismo que por convicción. Las voces de los oncólogos nacionales y extranjeros, que cuestionaban esa potencia sanadora de la serpiente, fueron inútiles para disipar aquél delirio esperanzado y la agitación se prolongó por bastante tiempo. Sólo el dolor de las muertes sucesivas de quienes recibían la droga supuestamente salvadora fue imponiendo de a poco el dictamen de la realidad. Todavía hoy existen personas convencidas de que la crotoxina, sustancia extraída de la mortal serpiente, puede preservar la vida ante el flagelo del cáncer. Como psicoanalista, me abstengo de todo juicio sobre el cáncer y sobre la droga en cuestión. El hecho social, en cambio, me convoca.

No sé si algún colega se ocupó de este fenómeno, encuadrable dentro de una rama del psicoanálisis que bien podríamos llamar psicopatología de las masas. Si tal nombre no existe ya, lo propongo ahora mismo, o sugiero que se le preste más atención. Hablar de la serpiente como una metáfora del falo, y del falo en su doble faz, nociva y sanadora (es lo que ya vemos en la famosa inyección de Irma), es una obviedad para el psicoanalista, aunque esa obviedad está un poco dejada de lado hoy por cierto clima de infatuada superación, muy propio de nuestro tiempo y contra el que Lacan se levantó. Sin mucha eficacia por lo que se ve. Como sea, un reciente libro que cayó a mis manos el año pasado me enseñó algo más sobre aquella súbita y masiva adoración de la serpiente.

 

Historia de una conferencia

Aby Warburg nació en 1866 en el seno de una acaudalada familia alemana de origen judío. Fue aterrado testigo del ascenso del nazismo. Hoy es reconocido como uno de los principales historiadores del arte y fundador de la investigación de la historia cultural a través del análisis de las artes visuales. Se abocó al estudio de las formas simbólicas y sostuvo la idea de la repetición de ciertos íconos en la historia visual de la humanidad. Fue maestro de Burkhardt, Panofsky y Cassirer. También fue paciente de Ludwig Binswanger.

Este último dirigía la clínica Bellevue, en Kreuzlingen. Formado en la escuela suiza de Bleuler, también supo acercarse a Freud. Warburg es internado en 1921 bajo el diagnóstico de esquizofrenia, y con un pronóstico "completamente desfavorable" -durchaus ungünstig. La formidable historia clínica de su internación se publicó en un libro llamado La curación infinita. Abrumado por delirios, alucinaciones, neologismos, intentos de suicidio y actos violentos, este hombre genial, admirado por la opinión ilustrada de la época, no progresaba en el tratamiento. Freud se mostró muy interesado en su caso, y Binswanger le propuso que se trasladara a Kreuzlingen para analizar a Warburg. Pero la familia del paciente tuvo otra idea: llamaron a Kraepelin. El sumo pontífice de la psiquiatría (despreciador del psicoanálisis y rival de la escuela de Bleuler) examinó al paciente y formuló su dictamen: eso no era una demencia precoz, sino una locura maníaco-depresiva. El pronóstico: "completamente favorable" –durchaus günstig. Los suizos se mostraron escépticos, dado que ese optimismo no se conciliaba muy bien con un paciente que intentaba estrangular a sus enfermeras. Pero no siempre los grandes hombres son imbéciles pomposos, o no lo son todo el tiempo: Warburg se curó, y Kraepelin tuvo razón. Lo interesante es que el proceso de recuperación se inicia a partir del momento en que, permaneciendo internado y todavía poseído por sus males, Warburg ofrece una conferencia sobre "El ritual de la serpiente", un ritual propiciador de la lluvia practicado por los indios Pueblo de Nuevo México. Binswanger consintió al evento, y muchos académicos asistieron a esa curiosa exposición, dictada en una clínica psiquiátrica por un paciente gravemente enfermo. El conferencista pudo afrontar el trance, que incluyó las incomodidades de las fallas técnicas de sonido y de un funcionamiento deficiente del proyector de diapositivas. El evento fue un éxito. Warburg fue dado de alta algún tiempo después, con plena restitutio ad integrum. Murió en 1929, sin incidentes posteriores a su curación. Discutido el caso en la Cátedra de Psicopatología II de la U.B.A., nuestro colega Fabián Schejtman señaló la importancia del hecho de que el sujeto pudiese localizar la voz en el marco de una conferencia. Tras leer el historial del caso, me pregunté si además el contenido de aquel discurso habría tenido alguna relación con el posterior desenlace de la enfermedad. El año pasado se publicó el texto de esa memorable disertación.

 

El simbolismo de la serpiente

Carece de propósito resumir el contenido de la imperdible conferencia de Warburg. Señalaré solamente que ella demuestra que la serpiente, el rayo y la escalera son metáforas estrechamente emparentadas en la historia visual de la cultura. La orientación lacaniana no desprecia el poder de los íconos, pero hace notar que la eficacia de una imagen reside mucho más en su estatuto significante que en su carácter propiamente imaginario. La potencia del ícono no puede ser aislada de un contexto de discurso, concepción que da lugar a la noción de semblante. Más allá de toda analogía imaginaria, la lengua castellana le concede al rayo la facultad de serpentear. En él también se anudan la muerte y la sexualidad, porque es promesa de fecundidad para la tierra, a la vez que de muerte fulminante (dejo aquí la consideración del objeto mirada, omnipresente en el simbolismo fálico-escópico de la serpiente y del rayo). Un famoso juego de mesa, más conocido en otros países que en el nuestro, empareja a las serpientes con las escaleras (las segundas suben y las primeras bajan). Si el lector ha tenido la felicidad de ver dibujos animados de Warner Bros., comprobará que la inmóvil escalera es capaz de una sinuosidad quebrada y esquiva como la del rayo y la serpiente. Warburg apela a una expresión feliz al hablar del "goce del escalón", para designar la experiencia de un ascenso cualitativo en el escalafón de la vida. En ese ascenso la lógica fálica –hoy un tanto despreciada, al igual que la serpiente- nos marca su ritmo discreto, paso por paso. Ciertamente la escalera también "desciende". Esto ya es una metáfora que hace de ella un ser animado. No pocos han encontrado la muerte o la desgracia en la traición de un peldaño esquivo. Pero Warburg destaca sobre todo el aspecto sanador del ofidio tan temido. La suya es una conferencia sobre la curación. La serpiente aparece siempre junto al dios griego de la medicina, Asclepios, y todavía hoy la vemos como ícono de esa disciplina o de la farmacéutica.

Lo interesante es que la exposición llama la atención sobre el pasaje de Números XXI, 6-9, en el que Moisés construye por mandato de Yavé una serpiente de bronce. Los judíos, asolados por una invasión de llameantes ofídios, debían mirar al ídolo para encontrarse curados al instante de las atroces heridas. ¿Cómo explicar este pasaje, en el seno de la religión monoteísta, en la abstinencia radical de adorar imágenes, en la feroz ignorancia de Yavé que suprimía a todas las otras divinidades, en un racionalismo que desprecia el cuerpo y a su metáfora, el animal? ¡Tan luego Moisés, que tanto se encolerizó ante el dorado becerro, recurriendo a una imagen de bronce! Y encima, una imagen de la serpiente, maldita por Dios en Génesis, III, 14-15, y signada como enemiga de la mujer y su linaje. ¿Tal episodio no muestra acaso la insuficiencia del Nombre del Padre en su esfuerzo por suprimir los viejos dioses? El texto de Warburg lo da a entender y advierte además sobre lo incomprensible que resulta para la subjetividad de los indios Pueblo –y de todos los que no fueron marcados por el monoteísmo- que se considere a un animal como ser inferior. La lectura de este texto es un excelente complemento de todo lo desarrollado por Lacan en el Seminario 17 y en la ya canónica clase del 20 de noviembre de 1963 de su malogrado seminario sobre Los nombres del padre.

Con una lucidez que hoy nos haría falta, Warburg no ve en el capitalismo más que el perfeccionamiento de esa repugnancia monoteísta hacia la serpiente, el dominio de una racionalidad cada vez más abstracta, cada vez más despreciadora del animal, de los propios instintos, de los pueblos concebidos como "primitivos" y de sus prácticas culturales. Debería leerse este libro antes de proclamar tan fácilmente la feminización de la cultura, no porque se la refute, sino porque nos hace pensar un poco más en el sentido de esa "feminización", a veces un tanto dudosa. En un despliegue de ironía inmejorable, la sucesión de diapositivas deja para el final la imagen de la divinidad más brutal y terrible: El Tío Sam. Si ya no padecemos la feroz ignorancia de Yavé, tal vez la hemos reemplazado por otra, acaso igualmente feroz. La referencia al Tío Sam es oportuna, acaso porque en una cultura donde el padre ya no cuenta, a menudo es el tío (por lo general materno) quien viene a ocupar su lugar. Quizás hoy ni siquiera el tío cuenta nada ya, y desengañados al fin creemos poder prescindir de los "cuentos del tío" de la mitología y de la religión. Como sea, aunque reine el Padre o "La prostituta Razón", al decir de Lutero, nunca se sabe cuándo la serpiente puede aparecer bajo la inofensiva piedra.

BIBLIOGRAFÍA

  • Lacan, J.: De los Nombres del Padre, Paidós, Buenos Aires, 2005.
  • Lacan, J.: El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2006.
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