Mayo 2011 • Año X
#22
Lecturas

Las funciones del Superyó

Piedad Ortega de Spurrier

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"Carta a un general". 1963.
León Ferrari
Cortesía Fundación Augusto y León Ferrari. Arte y Acervo.

El concepto del supeyó fue una elaboración que produjo una innovación tardía en la obra de Freud.

Una lectura sesgada de este concepto, valoriza casi exclusivamente la formula de Freud "…el superyó es el heredero del complejo de Edipo", sin tomar en cuenta que él mismo había establecido que el superyó como marca, es el "monumento conmemorativo" del desamparo infantil. Tan sólo Melanie Klein redescubre en su clínica la precocidad del superyó materno y su ferocidad en el infante. También es llamativo el esfuerzo de los pos-freudianos por fortalecer la instancia del yo; y, al transferirle la función de "percepción interna de los procesos mentales", le confieren una autonomía y una fortaleza tal que ya no necesitan del superyó.

Así se da la posibilidad de construir la psicoterapia del yo, que se establece por la relación del terapeuta con las partes sanas del yo del paciente, en un proceso de "colonización" de las otras instancias. De esta manera, los hallazgos de "Más allá del principio del placer" quedan forcluídos.

La pregunta de Freud sobre cuáles son los obstáculos que impiden la curación analítica y su respuesta, el beneficio primario del síntoma, la necesidad de castigo o el sentimiento inconsciente de culpa y básicamente el masoquismo primario, ponen de manifiesto todo el problema del placer en el displacer que cuestionan el bienestar más inmediato del sujeto cuando busca cierto padecer, aunque sin saberlo. Esto es la reacción terapéutica negativa.

En consecuencia, la clínica muestra que el superyó es inconsciente y que el sujeto se encuentra sometido radicalmente a él, pero su faz más importante, no es aquella que la vincula a la estructura del lenguaje en su dimensión pacificadora, sino aquella que evidencia la división del sujeto contra si mismo, desbaratando la idea de que él busca su propio bien.

El sentimiento de culpa y la necesidad de castigo son imputables al superyó. Este no es peligroso porque prohíba, sino porque siempre exige más, como un imperativo categórico y cruel que en su insistencia revela su extracción pulsional y que se presenta como una opresión insensata en los imperativos motivados por la conciencia moral.

Esta posición teórica y clínica con respecto al superyó será mantenida por Freud, hasta el final de su obra. En el escrito sobre el presidente Wilson, entre 1931 y1938, destaca otro rasgo particular del superyó. Freud sostiene que todos los humanos son bisexuales y caracteriza a la feminidad como el deseo de ser amada y al Eros siempre ligado a la pulsión de muerte. Al hablar de la posición pasiva del niño hacia el padre, unida al deseo de su muerte, como callejón sin salida, lo resuelve a través de una identificación a un padre ideal, origen del superyó, cuyo papel es prohibir y, hay que subrayar, ordenar.

Freud destaca que los ideales del superyó son tan grandes "que exigen al yo lo imposible" porque el padre con quien se ha identificado es igual a Dios, por eso le "exige al yo lo imposible" y nunca está satisfecho con los resultados, de tal forma que torturan al "infortunado poseedor".

Este superyó que descubre Freud y que Lacan acentúa, pone en cuestión el bien como valor, cuando se lo confunde con el bienestar. El sujeto que descubre el Psicoanálisis desmiente esa búsqueda del bien, aunque de forma inconsciente e inconcebible. La función del superyó en el sujeto, muestra que se halla apegado a algo que no le hace bien y que por ende, no redunda en su bienestar.

Se pone en evidencia una esquicia del sujeto producida por una castración estructural que no se efectúa ni antes ni después del Edipo, sino que es una consecuencia de la intromisión del significante.

El efecto traumático del significante en el cuerpo, en el origen de la subjetividad, produce una identificación primaria que no es con la madre o el padre. Es la incorporación del órgano del lenguaje lo que produce la división del sujeto.

Se trata en un primer momento de un sujeto todavía desconocido y "mítico" que tiene que constituirse en el campo del Otro y el residuo de esta operación es el objeto a. Así recibe primero un "tú eres" que le llega en forma interrumpida. Por ende, la raíz del superyó es un recorte de palabra desprendida del Otro; es una voz que se incorpora, pero que no se asimila y opera como soporte de la armadura significante, en tanto el sujeto en su estado de indefensión está obligado a una dependencia del Otro, de quien recibe los significantes y la voz.

Así, para Lacan es imposible instituir el "Je" sin el "Tu" superyoico. Esa intromisión produce una transfiguración, donde un exterior se hace íntimo, el superyó real, que funciona como pura orden descarnada desde el campo del Otro. En consecuencia, lo real del lenguaje se inserta en forma intrusiva en el sujeto como "primer cuerpo significante".

Por lo tanto, el superyó exige el goce, se ubica del lado del goce. Su función hace contrapunto a la del Nombre del Padre que se encuentra coordinada con el deseo. Por esto puede entenderse que la ley que introduce este último es pacificadora y socializante; en tanto la del superyó es insensata y carece de justificación, es una función desencadenada, que no conoce límites. Al destacar este aspecto, Lacan opera en el psicoanálisis una revolución ética al plantear que si el superyó es peligroso, no es porque prohíba sino porque empuja al crimen, empuja a gozar.

Es evidente que siguiendo la obra de Lacan, el término de superyó tiende a desaparecer, pero no así sus funciones. Será su imperativo ¡Goza!, ubicado más allá del principio del placer que reaparece en el Seminario libro 10, La angustia, con la introducción del objeto a, en su estatuto de voz, como una introyección del superyó en dicho objeto.

Hay que establecer una diferencia entre la voz, puramente emitida y vocalizada y la fonematización. Es en la primera, desprendida de su soporte, donde hay que encontrar ese resto que es el objeto a, porque la voz como objeto separado, se inserta en la referencia al Otro y resuena en el vacío de su falta de garantía, el de su inconsistencia, pero al mismo tiempo, es un imperativo que ordena obediencia o convicción. Esto es el superyó como voz, una de las formas del objeto a.

En tanto la voz surge como objeto resto de la división entre el sujeto y el Otro y en su calidad de residuo, recordará de forma constante los hechos de estructura, esto es la inconsistencia del Otro.

Sin duda en el trabajo analítico, al plantearse la inconsistencia del Otro, el superyó puede dejar de ser tan severo porque ya no pretende ser el amo del ello y puede entonces querer dejar de serlo; se aliviana así en sus funciones insoportables, al punto de poder reducirse a una farsa, a una nota de humor…

BIBLIOGRAFÍA

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  • El Seminario Libro 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis, Breve Biblioteca de Reforma, Barral Editores, España, 1977.
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